Lorenzo Higueras Cortés | Descargar PDF
Debido al poco tiempo de que dispongo me voy a limitar a señalar una idea que considero importante para la comprensión que ahora tenemos de la denominada psicopatología.
Se trata de una característica del chamán que resalta Eliade y que no ha sido tomada suficientemente en cuenta, por ejemplo por Lévi-Strauss.
Me refiero a la idea de que el chamán es un especialista.
Este aserto requiera alguna explicación, por dos razones:
Por tanto, no podemos considerarlo como un protomédico, rodeado como está de todo tipo de sanadores, lo que además nos llevaría a la absurda situación de imaginarlo partero y sacerdote, así como protosociólogo o protoingeniero agrónomo.
En efecto, el chamán interviene en ámbitos que ahora nos parecen muy distantes, pero no lo hace siempre, sino exclusivamente cuando el problema, en el campo en que se presente, tiene relación directa con los espíritus.
Es claro, por consiguiente, cuánto se aleja esta dimensión de prácticas que nos son cotidianas, como el tratamiento psicopatológico o, propiamente, la psicoterapia.
Sin embargo, y esto no es sólo un juego de palabras, puesto que señala una filiación genética, en cuanto se ocupa específicamente de extravíos de las almas, el chamán es con toda propiedad un psicopatólogo.
Así, es un especialista en lo relativo al objeto de su ciencia: el trato directo, que puede incluir el combate cuerpo a cuerpo (entendiendo que se trata de cuerpos sutiles), con almas y espíritus.
Pero es también un especialista en cuanto al método que le es específico: el del éxtasis. El chamán es un consumado experto en abandonar su cuerpo terrestre para ascender al cielo o descender a los infiernos, para defender o convencer a un alma descarriada, o para enfrentarse al espíritu, no necesariamente malvado, que la retiene o entretiene.
Aunque si esta especificidad del chamán no es un precedente de los actuales psicoterapeutas, lo que no es evidente por ejemplo en el pensamiento de Lévi-Strauss como veremos, puede proporcionar claves para la comprensión de las prácticas de éstos.
En el mismo sentido, el chamán no es un loco, pero puede proporcionarnos información sobre la, entre comillas, esencia o naturaleza intemporal, de la locura.
En efecto, Lévi-Strauss, y naturalmente resumo mucho su pensamiento espero que sin falsearlo, presenta la eficacia terapéutica del chamán como basada en dos principios:
En el primer procedimiento podemos reconocer nuestra medicina naturalista, incluso nuestra psiquiatría del cuerpo y del silencio: de los psicofármacos, de los electrochoques, de la neurocirugía, etc.
Mientras, al segundo procedimiento lo identifica expresamente Lévi-Strauss con el psicoanálisis, no como un precedente, sino como un modo específico de reincorporación simbólica, del que el psicoanálisis constituiría otro caso de la misma especie. Sin entrar ahora en si tal procedimiento sería más semejante a las terapias cognitivas centradas en una supuesta realidad preexistente y lo que puedan representar de violencia simbólica sobre el individuo, en el que pasan a ubicarse y explicarse los ahora llamados trastornos mentales; técnicas que, por tanto, suponen una cura que, en términos de Lévi-Strauss, no “readapta al enfermo al grupo”, sino al “grupo por medio del enfermo”, proporcionando un sentimiento de seguridad, es decir, la solución del phármakon o de la estadística.
Sin entrar, decíamos, en un juicio de este tipo que nos llevaría lejos, sí quiero comentar que, junto a esta clasificación bipartita de la eficacia chamánica, el investigador francés recoge un tercer grupo de prácticas residual, del que no considera que tenga relación directa con la enfermedad.
Este análisis constituye una proyección sobre las prácticas chamánicas de un desgajamiento del saber psicoterapéutico, que apreciamos de forma clara en la Grecia del periodo clásico, entre un tratamiento puramente naturalista o hipocrático de la locura, definida como un desequilibrio humoral, un tratamiento por la palabra desarrollado en primer lugar por los sofistas y especialmente por Antifonte y un tratamiento religioso proporcionado principalmente por los numerosos santuarios de Asclepio.
Esta situación supone, en la propia Grecia, la ruptura con un saber anterior de la enfermedad que no separa la aplicación de remedios naturales de la de los ensalmos y que proporciona informaciones no desdeñables sobre personajes que, como los más prístinos chamanes siberianos, se muestran capaces de volar por los aires o resucitar a los muertos.
Y este desgajamiento de prácticas, estructuralmente ensambladas en el chamanismo, que observamos en Grecia como otro síntoma del mal llamado paso del mito al logos se prolonga, con vicisitudes en las que no podemos entrar, en el galenismo, en las escuelas morales, de las cuales, y especialmente del estoicismo, se reclaman herederos los psicólogos cognitivos, y en las numerosas religiones salvíficas que pululan por el Imperio romano, hasta la definitiva consagración de determinadas derivaciones paulinas como religión oficial, en espera de sus definiciones dogmáticas.
A partir de aquí se produce un intento de integración de los tres procedimientos, desequilibrado por cuanto no es una recuperación de la tradición sino un sometimiento a la institución, tanto de las prácticas sobrenaturales de las que nadie discute su eficacia sino su origen, es decir, si la curación procede de Dios se trata de un milagro y en caso contrario es magia demoníaca, como de la filosofía y de la medicina cuya más importante mutación será la proporcionada por las Etimologías de Isidoro.
Por tanto, si esta tripartición tan anacrónica aplicada a las técnicas chamánicas entre medicina física, psicoterapia y ese residuo marginal que ahora tendemos a considerar irracional pero que sigue proporcionando beneficios pingües, si esa tripartición, digo, ahora nos parece natural, es por desconocer el papel jugado en el desenvolvimiento de los saberes de asuntos de orden tan poco teórico como la presión ejercida por la Iglesia para la naturalización de la medicina, una vez resuelto el episodio de la caza de brujas (es decir, curanderas, arregladoras, parteras, farmacéuticas, etc.) –episodio del que siempre hay que recordar que es moderno y no medieval, ligado a la consolidación de las monarquías absolutas, la recomposición del papado romano tras Aviñón y que tantos beneficios proporciona a los médicos como institución-.
Hay que desconocer también el papel de las armas de fuego en el desarrollo de los hospitales como instrumentos terapéuticos y no lustrales, a donde, entre otros, el enfermo iba a morir pero en gracia de Dios. Hay que olvidar el escándalo de la fabricación de la histeria por Charcot y su laboratorio fotográfico muy a finales del cercano siglo XIX.
Es por esto que hay que retener la lección de Eliade: el chamán es un especialista que interviene ante los extravíos de las almas, en forma de posesión o no, a través de sus privilegiados procedimientos sobrenaturales. Esta lección nos ha permitido como en vuelo de pájaro, o de chamán o de la bruja, apreciar la contingencia y falta de necesidad, aunque no de utilidad, para aquellos que están en condiciones de definirla, de los procedimientos psicoterapéuticos al uso. El chamán no es pues un psiquiatra o un psicoterapeuta defectuoso.
Nos queda en el tintero un segundo asunto que meramente enunciamos. El fenómeno del chamanismo, presente asimismo en una Grecia que no es la nuestra, en la que no queremos reconocernos, también proporciona luz sobre la otra cara de la moneda, la existencia de la enfermedad mental o locura o como provisionalmente queramos llamarla, sin la que no existiría solución terapéutica alguna.
El chamán, elegido por los dioses, da muestras desde antes y como condición de su iniciación, de importantes desequilibrios psíquicos, pero no es un loco, y no lo es porque tanto su sociedad como él mismo es capaz de dar sentido a sus desvaríos
Aunque es de justicia reconocer que nuestros más conspicuos manuales diagnósticos están de acuerdo en no considerar desviado a ninguno que por más variabilidad sintomática que presente, sea capaz de trabajar y no molestar a nadie. Lo que habla bien claro de cual es la naturaleza de los síntomas.
Muchas gracias.
Materia - Compulsión
Fumando espero o el tabaco es sagrado. Judit Bembibre Serrano y Lorenzo Higueras Cortés
La soberanía del consumidor. Antonio Martínez López
Compulsión y extremismo político. Carlos Almira Picazo
Materia - Eliade
Eliade y la antropología. José Antonio González Alcantud
Antropología y religión en el pensamiento de Mircea Eliade. Pedro Gómez García
Mito y sentido en Mircea Eliade. Una crítica fenomenológica. José Eugenio Zapardiel Arteaga
Chamanismo y psicopatología. Lorenzo Higueras Cortés
Mircea Eliade, el novelista. Constantin Sorin Catrinescu
Varia
El concepto de lo impolítico. Javier de la Higuera
Divagaciones semióticas. Mirko Lampis
Al Andalus: meta o mito de Al Qaeda. Tomás Navarro
Del inconsciente óptico al síntoma. Cine & Psicoanálisis hoy. José Luis Chacón
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Lecturas y relecturas
Il dissoluto punito, ossia Don Giovanni Tenorio de Ramón Carnicer. Francisco José Comino Crespo
Veinticinco años de la última poesía hispánica. Mariano Benavente Macías
La Tempestad Serena de José Gutiérrez. Mamen Cuevas
José Luis Baca Osorio. Cuatro libros en uno. Pilar Gómez Ordoñez
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