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Ouroboros
Ouroboros
Publicación semestral - ISSN:1988-3927 - Número 2, marzo de 2008
Materia - Compulsión
Compulsión y extremismo político

Carlos Almira Picazo | Descargar PDF

Cuando yo era joven y de izquierdas (muy de izquierdas), tenía una idea muy clara: había que cambiar el mundo. Este sentimiento se había ido gestando en mí, durante mis años universitarios, allá por los ochenta, en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada. Todo lo que leía y veía en aquel entonces, en los medios y en la calle, me confirmaba en esta “verdad”, actuaba en mí como una especie de palanca y de banco de prueba de esta verdad incontestable.

Yo era un extremista, por supuesto sin saberlo. Que alguien pudiera disentir, o actuar movido por otros fines diferentes a los míos, que yo daba por sentado como universales, me parecía no sólo vituperable sino casi obsceno. Me repugnaba, como supongo que a los fundamentalistas de cualquier credo, la moderación o la simple indiferencia de los otros, que invariablemente atribuía a insensibilidad, egoísmo o ignorancia, o las tres cosas a la vez. ¡Cuántas horas discutí por asuntos que ya ni recuerdo, y cuántas falsas amistades anudé por ellos, y cuántos enemigos que no lo eran, me hice por una simple discusión política o histórica!

Ahora “yo soy el objeto de mí mismo”: releo los libros sagrados; escudriño en mis apuntes y en mis recuerdos de entonces; y me doy cuenta de una cosa: que yo carecía de sencillez.

Mi compulsión (a pensar y a querer determinadas cosas) nacía de reflexiones sobre cosas que yo no había vivido; es decir, se alimentaba de abstracciones que yo confundía con lo universal (¿por qué va a ser más universal la plusvalía que el sabor de una pera de agua?). También uno actúa impulsivamente cuando se enamora, o entra en una pastelería, o pisa el acelerador de la moto para sentir más el aire en la cara. Hay, sin embargo, una diferencia importante.

En una novela felizmente reeditada, del judío soviético Vasili Grosman, “Vida y Destino”, se cuenta una historia que puede ilustrar muy bien lo que quiero decir: una vieja campesina analfabeta rusa esconde a un soldado alemán que huye de la batalla de Estalingrado; sin haberlo premeditado y sin calcular las consecuencias que puede tener para ella y su familia, la vieja lo esconde al ver sencillamente sus ropas, sus pies y su cara congelados. Actúa, pues, compulsivamente, pero no por algo abstracto sino por algo muy concreto y real.

La vieja sacó ropa interior y un pantalón del baúl. Ayudó a Semionov a desnudarse (…) Él sintió el olor de su cuerpo (…) La mujer ayudó a Semionov a sentarse en una tina, y sintió en su cuerpo comido por los piojos el contacto de las manos fuertes y rugosas de la vieja; un agua jabonosa y caliente corrió por sus hombros… [1]

La novela está llena de personajes que actúan de forma contrapuesta: unos, por ideales abstractos; y otros, por impulsos concretos. Los primeros no siempre son cultos, científicos, políticos, etc., ni los segundos simples campesinos. A su vez, los ideales abstractos también derivan en comportamientos impulsivos y viceversa, lo concreto no impide la reflexión, e incluso la astucia. Lo que separa a unos de otros no es el nivel cultural o económico, sino sendas actitudes irreconciliables ante la vida, ¿fruto del carácter, las circunstancias? 

Ahora, supongamos que alguien reflexiona sobre el nazismo y el comunismo, y las razones y entresijos de la Segunda Guerra Mundial. ¿Perderá por eso su humanidad, su capacidad de ver y ayudar a un muchacho aunque sea un enemigo, aunque sea un amigo? Pienso que no.

Muchos han analizado los totalitarismos del siglo XX: ¿no era Alemania una de las naciones más cultas de Europa en vísperas de la Primera Guerra Mundial, y durante el ascenso del nazismo? ¿No protagonizó una parte de la “Intelligentsia” Rusa la “Revolución” de febrero, y la de octubre, de 1917, y la construcción posterior del Estado Soviético, para ser ella misma su víctima?

Propongo como conclusión lo siguiente: estudiar como Max Weber, pero actuar como la campesina.

La experiencia universal que nos enseña que el poder engendra siempre poder, que por doquier intereses sociales y económicos de dominio se alían a los movimientos más idealistas de reforma y de revolución, que la violencia contra la injusticia no lleva en último término a la victoria del derecho mejor, sino del poder e inteligencia mayores, no pasa inadvertida para los intelectuales… [2]

En aquellos años 80 Max Weber era un incómodo compañero de Carlos Marx, en nuestros trabajos universitarios, nuestras bibliografías, ¿en los estantes de las Bibliotecas?, incómodo pero inevitable. Al releerlo ahora, con otra perspectiva, me lo puedo imaginar en una situación concreta, ante el dilema de actuar con bondad, maldad o indiferencia ante un desconocido, incluso ante un “enemigo”, como la campesina de la novela, sin que le pese su erudición. ¿Qué tipo de saber puede preservar mi capacidad de bondad humana, y cuál no?

Que no se cumpla en nosotros el vaticinio de Norbert Elías: que la violencia que antes de la Edad Moderna sacábamos fuera de nosotros no se quede escondida dentro de nosotros, tras una fachada pacífica e incluso honesta, enmascarada de ideales abstractos, a la espera de realizarse en nombre de la Paz, la Justicia, la Libertad o la Igualdad Universales.

En la actualidad estamos tan acostumbrados a la existencia de estos monopolios de violencia, así como a la mayor calculabilidad del ejercicio de la violencia, que apenas somos conscientes de la importancia que tienen para la estructura de nuestro comportamiento y de nuestro espíritu. [3]

Es decir, conforme el mundo se ha pacificado y desencantado (de nuevo Max Weber), nuestro interior ¿psicología?, ha acumulado más tensiones, y un tipo potencial de violencia muy distinto de la pura violencia física del pasado: una violencia más acorde y compatible con las teorizaciones y las abstracciones, científicas o no.

También propongo leer a Chejov, y en concreto el cuento titulado “El Pabellón nº 7”, donde un médico psiquiatra, no mala persona, que vive entregado a sus especulaciones filosóficas, no ve los malos tratos y la miseria a la que son sometidos sus enfermos por sus subalternos, no descubre ese rincón de la realidad hasta que él mismo es tomado por loco y encerrado en su propio hospital.

Chejov trata con tanta bondad a todos sus personajes, que nos cuesta trabajo juzgar incluso a los peores, sin una cierta benevolencia, contagiosa.


Notas


[1] GROSSMAN, Vassili: Vida y Destino, Barcelona, Seix Barral, 1985. p. 500.

[2] WEBER, Max: Economía y Sociedad, México, F.C.E. 1987, p. 463.

[3] ELÍAS, Norbert: El Proceso de la Civilización: Investigaciones Sociogenéticas y Psicogenéticas, Madrid, F.C.E. 1987. p. 527.
ÍNDICE

Materia - Compulsión

Ilusiones de humo. Sentidos y sinsentidos del consumo femenino de cigarrillos.
María Luisa Jiménez Rodrigo

Fumando espero o el tabaco es sagrado. Judit Bembibre Serrano y Lorenzo Higueras Cortés

El miedo a la musa: arte y droga en la segunda mitad del siglo XX: Andy Warhol y la Factory, Jean-Michel Basquiat, Damien Hirst. Victoria Quirosa García

La soberanía del consumidor. Antonio Martínez López

Compulsión y extremismo político. Carlos Almira Picazo

Materia - Eliade

Eliade y la antropología. José Antonio González Alcantud

Antropología y religión en el pensamiento de Mircea Eliade. Pedro Gómez García

Mito y sentido en Mircea Eliade. Una crítica fenomenológica. José Eugenio Zapardiel Arteaga

Chamanismo y psicopatología. Lorenzo Higueras Cortés

Mircea Eliade, el novelista. Constantin Sorin Catrinescu

Varia

El concepto de lo impolítico. Javier de la Higuera

Divagaciones semióticas. Mirko Lampis

Al Andalus: meta o mito de Al Qaeda. Tomás Navarro

Del inconsciente óptico al síntoma. Cine & Psicoanálisis hoy. José Luis Chacón

Un ejemplo de análisis de una obra renacentista: el motete Absalon fili mi, atribuido a Josquin des Prez. Enrique Lacárcel Bautista

Galería

Fuga. Eduardo Barba

Lecturas y relecturas

Il dissoluto punito, ossia Don Giovanni Tenorio de Ramón Carnicer. Francisco José Comino Crespo

Veinticinco años de la última poesía hispánica. Mariano Benavente Macías

La Tempestad Serena de José Gutiérrez. Mamen Cuevas

José Luis Baca Osorio. Cuatro libros en uno. Pilar Gómez Ordoñez

Literatura y traducción de Wenceslao Carlos Lozano. PGO