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EGM.
marzo 2018 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 22, marzo 2018.

JÁNDULA, Daniel (2017). Tener una vida, Barcelona: Candaya.

Juan Carlos Abril

Juan Carlos Abril1

 

Profundamente kafkiano, pero no tanto por cómo reacciona el personaje o lo que le sucede, sino porque lo que ocurre en el libro es algo que vemos todo excepto él, Daniel Jándula (Málaga, 1980, aunque afincado en Barcelona desde hace más de una década) nos ha contado en Tener una vida, publicado por la editorial Candaya, un relato lleno de misterio que acaba atrapando al lector por su capacidad introspectiva. El atractivo de esta novela se basa en un monólogo continuo desde el cual el personaje desarrolla varios frentes de su vida, comenzando por un agujero que ha aparecido en la pared de su casa, y que espolea el resto de situaciones y motiva la novela. Ese agujero aparece en la primera línea: «En la pared del salón de mi casa hay un agujero que no deja de crecer. Es del tamaño de una manzana. Anoche, antes de irme a dormir, probé a soplar un puñado de harina en su interior: la voluta quedó en suspensión por unos segundos, y luego se dispersó en minúsculas migajas que marcharon obedientes hacia el borde del agujero, trazando una ensayada espiral hacia el centro» (p. 5). Así, al modo de Encuentros en la tercera fase o casi Poltergeist o fenómenos extraños, pero sin extraterrestres o vida más allá de la tumba, y más como nuestras propias limitaciones e ilusiones, este agujero va creciendo y engullendo todo lo que le rodea, desde pequeñas cosas, como un puñado de harina, una polilla, a la nevera. Y eso podría considerarse, como poco, preocupante. Las desapariciones nos van inquietando en la diégesis del relato: «Era como si cierto plan hubiese intervenido en aquellas diminutas desapariciones. No había señales de intrusismo. El vaso de agua que dejo cada noche junto al colchón, estaba intacto y daba cuenta de la nula participación del azar. Volví a medir el diámetro del agujero, comparándolo con el vaso. Había crecido considerablemente.» (pp. 33-34). En realidad, ese agujero negro es una suerte de alegoría de nuestro propio abismo como individuos y, en última instancia, una proyección metafísica de nuestras frustraciones.

El personaje contempla su existencia a partir de una realidad desconcertante como es el agujero, y comienzan a surgir dudas de ahí. La primera es haber perdido el avión que lo iba a llevar a la Patagonia argentina, queriendo desaparecer de su cotidianeidad, su trabajo, su vida familiar y sentimental. En ese sentido, haber perdido el avión es un adelanto de las inquietudes del personaje, que en ningún caso renuncia a lo que suponía desaparecer: en una encrucijada vital, en plena ruptura sentimental, en el marasmo de una seria crisis existencial, da cuenta de su vida en el mismo momento en que le dan ganas de dejarlo todo, como un suicidio sin ser suicidio, porque no se trata de matarse sino de asimilar el límite de la desaparición, el vacío o regusto amargo que todos los seres humanos sentimos ante la falta de voluntad y la desilusión de saber que un día no viviremos. Un existencialismo profundo y pesimista, no exento de un estoicismo amargo, y cierto humor ácido, salpican las páginas de esta novela.

¿De qué sirve, entonces, tanto afán? Gregor Samsa se convirtió en escarabajo precisamente porque no quería ir a trabajar, porque prefería romper con su vida rutinaria y carente de sentido. Y qué decir de aquella vida laberíntica de Josef K. en El proceso, que acaba atrapándolo entre la burocracia y la angustia. Con similitudes pero también con diferencias, el protagonista de Tener una vida se parecería al Bartleby de Melville: «Soy perezoso, pero no soy vago» (p. 12), confesará. De hecho, cuando pierde el avión, no se preocupa en absoluto: «Sé que debería sentirme una pizca más culpable por haber perdido el avión» (p. 23). Esta indolencia de base le ha arrastrado a esa situación de hastío vital, en una melancolía poco optimista, y a la postre le empujará a querer desaparecer como única forma —contradictoriamente— de reconstruir su propia vida: «[...] el único modo de tener una vida, al fin, es entrando al hoyo que crece en mi pared, y hacerlo antes de que sea tarde... sea cual sea el significado de tarde.» (p. 115), concluye ya en las páginas finales de este absorbente relato.

Así, en el desarrollo de Tener una vida, va paralela la reconstrucción de la propia vida familiar y sentimental, que es su misma configuración vital, junto al crecimiento del agujero. Inversamente proporcional, y paradójico, se trata de ahondar en uno mismo para empezar a ser uno mismo, porque el único modo imperativo de «tener una vida» es desaparecer. El agujero es un límite, pero también un desafío. El personaje va llegando a sus determinaciones: «Suprimido el viaje, he comprendido que no queda más remedio que continuar con el plan de desaparición» (p. 114), fruto de una conciencia en la que arguye que «No he tenido una vida fascinante» (ibíd.). Una vida monótona, segura y asegurada, con las comodidades burguesas o pequeñoburguesas de las democracias occidentales, y sin sobresaltos. Una vida tediosa, se podría decir, tal y como se esboza: «Lo peor de esta vida sin sobresaltos es que el aburrimiento encuentra pronto espacios en los que asentarse.» (p. 68). Esto motivará al personaje, que en realidad posee un sedimento inconformista, a renunciar a todo, comenzando por su propio trabajo de funcionario, ese puesto que responde al modelo prototipo de vida «hecha» y aburrida, de la que se retira para evitar convertirse en fantasma: «Lo que nunca se me había pasado por la cabeza era convertirme en fantasma» (p. 61), fantasma que pocas páginas antes había devenido en invisible: «no temo encontrarme con conocidos, temo que los desconocidos descubran mi invisibilidad» (p. 57). La actitud del personaje nos podría llevar muy lejos en su renuncia, en su inconformismo y crítica de la sociedad homologada y consumista actual, sin valores ni motivaciones...

En general, Tener una vida es un relato envolvente y magnético que mantiene al lector despierto e invita a la reflexión sobre el significado de nuestras vidas cotidianas, sobre nuestras rutinas y aspiraciones, sobre las aristas de nuestra identidad, siempre compleja, el vacío que nos invade, sobre las comodidades, los sueños de estabilidad y la capacidad que poseemos realmente para cambiar las inercias, el sistema, etc. Podríamos extendernos más en el análisis —que da para mucho— de esta magnífica y brillante novela, pero dejamos que los lectores descubran sus vericuetos, ya que no se trata de destripar sus páginas, sino de una invitación para descubrirlas. Basten, por tanto, estas palabras de recomendación de una novela muy actual y necesaria en estos tiempos de apatía y desilusión que vivimos, que generan tanto malestar y desasosiego pero que, al mismo tiempo, nos inmovilizan en la toma de decisiones que seguramente nos harían felices, y que por unas razones u otras no tomamos.

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 Universidad de Granada, España.

Contacto con el autor: jca@ugr.es

 

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