Juan Carlos Abril1
Juan Antonio Bernier (Córdoba, 1976) nos ha entregado un poemario luminoso y brevísimo, de cálidos destellos estéticos que nos acaban envolviendo a base de ráfagas de minimalismo poético. Bernier continúa —en la estela de Árboles con tronco pintando de blanco, su anterior entrega de 2011— explorando un camino en el que pocas voces de la poesía española se han adentrado, y es sin duda una avanzadilla verbal, un foco o faro para los no iniciados, indicándonos pistas que, lejos de convertirse en calas individuales, son compartibles y extrapolables desde la mirada colectiva. Un impulso de deshumanización también las guía.
Letra y nube es, como indicábamos, un libro brevísimo —opúsculo— pero intenso, profundo en busca de la palabra esencial. Se apoya formalmente en muchas ocasiones en versiones libres de soleares, soleariyas, haikus y aforismos que, en la concentración, alcanzan plenitud. Algunas magníficas pinceladas del cancionero alumbran el interior del poemario, como en «1», de la sección «Gramática de aquí»: «Sintaxis verdadera, / la de la enredadera» (p. 21), que bien podría simular precisamente eso, una enredadera, el trenzado vegetal y de las ramas, que va naciendo y creciendo y de algún modo fosilizándose en el signo lingüístico. «Un pájaro arrojaba / desde su pico azul / una hebra de luz / sobre las negras ramas.» (p. 42), de la segunda serie titulada «La fiebre del oro», en una continuidad de cinco composiciones tituladas todas «Nocturno». Los deícticos intratextuales funcionan como algo más que una llamada de atención para el lector, o una declaración de intenciones autorial. El espejismo es la realidad de la palabra, que aparece y desaparece en su relación con la cosa designada, y nuestra interpretación del mundo. Así, en la exactitud de la composición breve, donde no sobra nada y cada palabra adquiere rasgos infinitamente polisémicos, se atrapa el instante de manera precisa, y es un minuto de oro el que va alargando su duración, el que va brillando como en una eternidad. Esta tradición romántica necesita una mirada abstracta para descifrar la realidad, que enlaza con las reflexiones sobre el tiempo ido, adquiriendo una dimensión mayor que la estrofa que las acoge, fruto de la decantación sabia y meditada, densa y sólida, que propone la poesía. Pero la poesía es algo más que placer estético: línea y puntos de fuga, por tanto, pero también circularidad, recordando las meditaciones de Kandinsky en su Punto y línea sobre el plano. Contribución al análisis de los elementos pictóricos, de 1926.
Letra y nube remite a una extrema labor limae compositiva, a la necesidad de vivir en otra parte distinta a la que frecuentamos, al mundo de las ideas platónico que busca su naturaleza sublunar donde evadirse, al acta de realidad referencial que debe formar parte del vademécum del poeta, pero que no se puede escribir, sólo explorar, como un límite al que nos acercamos. El contorno al que hemos de circunscribirnos, pero que obviamente sabemos que refiere a algo más, ya sea por lo que se nos impone, o ya sea por lo que no alcanzamos a ver. Observar el mundo, a ser posible desde el idealismo, y tomar nota de lo que sugiere. El eterno retorno se refleja en la disposición de las partes, que dialogan entre sí a través de los juegos de espejos textuales, los cuales reverberan en el seno semántico, en los sememas rezumantes de los planos inclinados que se intersectan en la mirada, la lengua y la naturaleza. «Nueva gramática de aquí»: «La esfera es imperfecta. / En la flor del granado / fructifica otra esfera» (p. 63).
Nada es lo que parece, pero hacen falta más ojos que pongan color a lo que vemos, como en «3»: «Color: / pigmento / de una verdad.» (p. 23). O en «Amarillo celeste»: «Los juncos congregados, / el sol en la resina, / la abeja que gravita / sobre el lago inclinado.» (p. 27). No solo movemos de lugar el objeto para acceder mejor a él, sino que también nos movemos nosotros, en la búsqueda de superposición de planos, en la consecución de varias perspectivas, para salirnos de nuestra subjetividad, combinando analogías: «Meditación junto a un sauce»: «¿Beber un vaso de agua / me convierte en un cauce?» (p. 14). O similitudes: «Sonido: su nido»: «La nieve en el alba, / el alba en el filo, / en el filo el ave, / el ave en su trino.» (p. 15). Al modo foucaultiano, en el río caudaloso del cancionero tradicional y sus variantes, sus interrelaciones e intertextualidades, sus dicotomías de senderos fonéticos que se bifurcan, y sus espirales simbólicas («Hay un dios simbolista», p. 53), la poesía de Juan Antonio Bernier se ha definido al máximo para encontrarse a sí misma, para ansiar la esencia o materia fenomenológicamente reducida a su mínima expresión. Y qué es, si no, la poesía. Se trata, en suma, de una superposición sensorial, un trabajo que debe apoyarse en una lenta y minuciosa preparación.
En este sentido, y ya para concluir, dado el reducto o sustrato de común denominador que denota todo este libro, y su aliento de palabra necesaria, quitaesenciada, habría que enmarcar Letra y nube en un importantísimo impulso metapoético y súperestético, desde el binomio idea/forma, como en este «Poema del dedo índice»: «Coinciden en la vida, / por una vez, el gesto, / el texto y el contexto.» (p. 59). El armazón del poemario es eso, texto y contexto, referencias eludidas y elididas («bosque elidido», p. 41), mecanismos lúdicos y autorreferenciales en incesante intersección. Por eso se plantea la circularidad como base desde la que entender la escritura, ya sea a partir de un eterno retorno, o más bien a partir de una línea recta que se dirige hacia el círculo, que en algún momento se tiene que cerrar, pero tan extensa, que nunca vemos el final. Incluso la cita del célebre poema anónimo «Pervigilium Veneris» en latín y español, como apertura y broche respectivamente, nos otorga una horma o guiño lingüístico, cómplice con el lector. O más bien cómplice con la estructura del poemario. E incluso la sucesión de secciones «Letra y nube», «Gramática de aquí», «La fiebre del oro», con el eje epistemológico «Solsticio en mi ventana», para repetirse, como una matriz, «La fiebre del oro», «Gramática de aquí» y «Letra y nube», nos conduciría a afirmar lo que más arriba se ha apuntado, esa «Sintaxis verdadera, / la de la enredadera». De este modo se engarzaría temáticamente la sucesión de poemas titulados «Nocturno» o «País». Un libro para dejarse llevar. Muy recomendable. Una explosión degustativa en momentos únicos y emociones depuradas. Apto para cualquier sentido, en su mezcla sinestésica, pero hacia otra sensibilidad. Un libro, al fin y al cabo, para disfrutar.
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Universidad de Granada, España.
Contacto con el autor: jca@ugr.es