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EGM.
septiembre 2012 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 11, septiembre 2012.

BERNIER, Juan Antonio (2011): Árboles con tronco pintado de blanco, Valencia: Editorial Pre-Textos, Colección La Cruz del Sur.

 

Juan Carlos Abril [*]

 

Árboles con tronco pintado de blanco, de Juan Antonio Bernier (Córdoba, 1976, pero radicado desde hace años en Bulgaria), ha sido uno de los libros más importantes del año pasado. Su anterior entrega, con la que se consagró ante los lectores y la crítica, consiguiendo además el premio «Ojo crítico» de Radio Nacional en 2005, fue Así procede el pájaro, también publicado, al igual que el libro que aquí reseñamos, en la editorial valenciana Pre-Textos. Si bien se puede constatar una madurez y un proceso de decantación estilística mucho más depurado, ya en Así procede el pájaro se apreciaban algunas de las constantes de esta nueva entrega, como serían la brevedad, el minimalismo, la concisión, el apunte y el detalle, en busca siempre de la precisión del fragmento, de ese fragmento que pretende —que intenta— explicar el todo.

En efecto, Juan Antonio Bernier sabe que ese es el desafío del fragmento, pretender e intentar explicar el todo a través del detalle, a través de la mínima porción significativa. Centrarse en el fragmento —aunque intente abarcar o definir el todo que lo engloba— tiene además un peligro, olvidar el todo, perder la mirada de lo colectivo, sesgados por la individualidad o la unicidad de las cosas. Bernier nos muestra su voz más madura para conseguir una reflexión que nos hable precisamente de esto, de la dialéctica que explica el diálogo entre el fragmento y el todo (fragmento y totalidad son términos antitéticos, no lo olvidemos), de nuestra relación con las cosas, nuestras pequeñas emociones, nuestro pathos en medio de los objetos, la superficialidad y los accesorios inútiles e inservibles que nos rodean. Para ello pone en juego una narratividad a veces intermitente, con cambios de ritmos eficaces, que se complementan con pinceladas líricas («Área de sol, / resplandece en tu margen. / La sombra ha de llegar, / lo sabes, narrativa.», p. 16) y, en otras ocasiones, las menos, recortes irónicos de tono humorístico («Un turista de hiedra / desenfoca su cámara; / le parece fenómeno / contribuir al noúmeno», p. 42). La reflexión —pues eminentemente esta poesía es reflexiva— se produce así como desgajada de las cosas, cercana a procesos de abstracción, paradójica, tautológica, entresacada del paso del tiempo y de la contemplación de las cosas, que a veces parece que se repiten y otras veces nos sorprenden por su novedad. En otras ocasiones los poemas remiten a la propia poesía, o poseen elementos que se acercan a la reflexión metapoética («Nuestro poema», p. 21; «El poema de Fernanda», p. 22; «Este arcoíris incompleto», p. 39).

Esa búsqueda del detalle y la apuesta vital —o lo que es lo mismo: textual— por el fragmento y el minimalismo, como ya hemos dicho parten de la abstracción, de la superposición de planos reducidos a su mínima significación y que van uniéndose en estructuras más complejas, pero esenciales (si es que eso existe). Y si la poesía es lo más parecido a un lenguaje sintético (renunciando a la palabra «esencial», tan controvertida), está claro que en Árboles con tronco pintado de blanco se indaga en esa síntesis lingüística a través de un proceso de desmaterialización que se aferra al otro lado de las palabras, a su parte menos matérica, pero sin renunciar a su propio peso semántico, o al menos a uno de sus lados (en el conjunto de las partes polisémicas que la constituyen). En esa ensimismada contemplación de la palabra (recordemos «The life pursuit»: «El cuerpo, / derramado hasta su mitad. // El rostro, / colgado de la carne. // ¿Para eso estamos aquí, / para admirar la belleza?», p. 31) está muy presente el otro, pero nos referimos a una Otredad con mayúsculas, núcleo constitutivo de las relaciones dialógicas y de las relaciones humanas en general, lo queramos admitir o no, como en este otro poema:

LA FILOSOFÍA Y DOS GORRIONES

La idea que aletea en las volutas
de la conversación:

volver a la retórica de la pieza que falta
o apoyar la cabeza
sobre un hombro tangible,

el hombro que nos falta.
(p. 26)

Son varias y representativas las composiciones en las que se habla de lo completo o incompleto, de la relación de la parte con el todo, como es lógico, pues está en la propia constitución de esta poesía los procesos de teorización («Ahora ya lo sé, / te he comenzado un poema / y lo escribo despacio / cuando estamos aquí, / en el hueco entre nosotros.», p. 41). Diálogo y reflexión a la hora de enfocar los problemas de las relaciones intersubjetivas, verdadero punto de partida de todo. La sencillez, como es de esperar, no está en discusión con la concentración del discurso, con la densidad. Así en «Mi rostro de mañana» (p. 35) se nos dice «Si pudiera ver mi rostro / en esta oscuridad. // Imagino los párpados / hundiéndose en su sueño, / mi blanda nariz alerta, / la boca […] // Con la luz apagada. // Esta idea de verme.» El poeta se autoanaliza, se busca y se describe a sí mismo, en una caracterización esencial a través del rostro (nuestra parte más reconocible) y en su proyección hacia el futuro, hacia la esperanza de ese ser que se encuentra abocado al misterio, inmerso en la oscuridad y la confusión, la velocidad y las prisas del presente. Hay aquí una dualidad del verbo ser que más bien se podría traducir como existir, y es por eso por lo que habría que recordar que desde el primer poema de Árboles con tronco pintado de blanco Juan Antonio Bernier no buscar ser, no busca trascender ni ir más allá de nuestra naturaleza, sino estar, permanecer, quedar, dejar constancia, asir:

ÁREA DE SOL

Oblicuidad
de este rayo de mimbre.

Estambre,
del verbo estar.
(p. 11)

Por eso el último poema (todos son breves, insistimos, casi aforísticos, jugando con herencias orientalizantes como haikus, pero con absoluta libertad y recogiendo otras influencias y tradiciones) se titula «La naturaleza es el país de la lengua» (p. 51), ya que detrás de esa búsqueda de la naturaleza —humana, pero en general del mundo exterior— lo que existe no es un descubrimiento sino una constatación: la poesía se hace con palabras y a su vez nosotros estamos formados por palabras, lenguaje, lógos, somos seres sígnicos, somos seres narrativos, y dependiendo de cómo constituyamos esa narración, así seremos nosotros, así nos iremos conformando. El detalle como mecanismo de construcción de la realidad, por tanto, en ese sentido, se erige como fundamental en el proceso formativo de la propia identidad, y si bien un fragmento no puede explica el todo, sí debemos de tener cuidado a la hora de ir matizando, perfilando y definiendo, porque el resultado final dependerá de ese proceso y de la selección emprendida.

El poeta se busca a sí mismo, se proyecta, y es el texto quien sale a su rescate, en la conceptualización resultante final. Por eso en «Poema libre asociado» (pp. 33-34) se insiste en el siguiente estribillo: «háblate de mí», en la persecución de esos rasgos definitorios que nos aproximen a una visión si no global, sí al menos satisfactoria de nuestra identidad (en continua relación el otro). Los objetos están en relación con nosotros, de igual modo que la indagación en el sujeto, en su interioridad, sólo puede efectuarse a través del mundo, porque en el interior no hay nada.

En fin, ya para terminar, simplemente nos gustaría decir que este libro cubre otros muchos otros frentes y podríamos extendernos en nuestro comentario, pero solo queremos dejar constancia de uno de los mejores y más esperados libros de poemas del año pasado, que nos ha demostrado a las claras que la poesía española se encuentra en un nivel muy alto y de excelente calidad.

[*] Universidad de Granada.
Contacto con el autor: jca@ugr.es

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