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EGM.
septiembre 2010 /
Publicación semestral. ISSN: 1988-3927. Número 7, septiembre de 2010.

Puntí, Jordi, Maletes perdudes, Ed. Empúries, Barcelona: 2010. Maletas perdidas, Ed. Salamandra, Barcelona.

Irene Julve Nieto

Maletes perdudes es la primera novela de Jordi Puntí, autor también de los libros de relatos Pell d’armadillo y Animals tristos (ambos publicados en castellano por Salamandra) y ha obtenido muy buenas críticas y mucho éxito entre los lectores hasta el punto de convertirse en el segundo libro de ficción más vendido este último Sant Jordi.

Sólo empezar el libro ya sabemos que hay cuatro hermanos, hijos del mismo padre pero de distinta madre, que no sabían de la existencia de los demás, que han nacido en cuatro países distintos (España, Francia, Alemania, Reino Unido) y que comparten el mismo nombre (Cristòfol, Christophe, Christof, Christopher). La casualidad los ha unido: su padre, del que no saben nada desde pequeños, ha desaparecido. Así comienza Maletes perdudes, cuatro hermanos tirando de un hilo para reconstruir la vida de su padre y la suya propia, y sobre todo para entender cómo es posible llevar esa cuádruple vida sin que nadie sospechara nada. Jordi Puntí pone toda la carne en el asador sólo empezar la novela y uno se pregunta cómo es posible mantener el nivel de interés después de este comienzo tan impactante. Y se lo sigue preguntando a medida que el libro pasa. Puntí tiene ese tic medieval de adelantar los acontecimientos a lo largo de la obra sin dejar lugar a la sorpresa.

Eso hace que desde el inicio uno esté a la expectativa de que suceda algo que no se espera y tiene que aguardar hasta las últimas páginas para verse recompensado. La sorpresa final que tiene preparada Puntí se agradece.

Uno acepta sin problemas la historia planteada y desde ese momento se presta a jugar el juego que propone el autor: reconstrucciones a partir de recuerdos, recorridos posibles, indicios… Nada se sabe del transportista de mudanzas que cuarenta años antes había recorrido Europa y sólo esa reconstrucción del pasado puede llevar a los hermanos a conocer el presente y entender los motivos que han llevado al padre a desaparecer sin llevarse nada ni dejar ningún rastro.

Puntí une a menudo las voces de los hermanos que, aunque diferentes física y psicológicamente, tienen el mismo objetivo y se convierten en un sólo personaje. No importa cuál de ellos esté llevando el discurso, el lector sabe que lo que les une es mucho más importante que lo que les separa. Y así nos lo hace notar Puntí, que abre su novela con un recuerdo estándar, un recuerdo que podría ser de cualquiera de los hermanos y es de todos: su padre se despide de ellos, se monta en el camión de mudanzas y no vuelve más.

Pero que el argumento no induzca a pensar que estamos delante de un drama. Los personajes ya han superado sus grandes y pequeñas tragedias, y afrontan los acontecimientos como aventureros y, sobre todo, con humor.

Pero el humor no siempre tiene el mismo efecto. El autor es muy valiente al añadir un personaje ventrílocuo, pero se sufre mucho en ese capítulo porque roza la vergüenza ajena. Es inevitable pensar en los ventrílocuos conocidos del país y uno no consigue deshacerse de esta imagen casposa cuando se intenta imaginar al personaje de Puntí que resulta bastante ridículo.

El autor divide el libro en dos partes, el antes y el después de un hecho trascendental en la vida del padre que hará que éste mude sus escenarios habituales. En la segunda parte, el autor se nota más cómodo y la historia es mucho más ágil. Los diálogos también están mejor construidos. Puntí, además, deja patente que ha hecho un gran trabajo de documentación, y consigue en esta segunda parte integrar con mucha más naturalidad dicho trabajo que sirve de escenario o impulsa a los personajes a actuar. Convierte Europa en un escenario dinámico, del que comprobamos su rápida evolución en los últimos cuarenta años: mientras el padre viaja por el Reino Unido, Francia y Alemania como si de otro mundo se tratara, aprovechando la libertad que le ofrecen estos países, los hijos se mueven por el territorio con rapidez y sin pasaporte, con la cotidianidad de compartir espacio con otras nacionalidades.

La obra es irregular pero mantiene una progresión ascendente. Tiene un buen final, con una escena hilarante y divertida protagonizada por los hermanos, que compensa al lector.

 

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