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EGM.
septiembre 2015 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 17, septiembre 2015.

Ortiz Tafur, Andrés (2015). Yo soy la locura, Madrid: Huerga y Fierro.

 

Juan Carlos Abril [*]

Andrés Ortiz Tafur (nacido en 1972 en Linares, Jaén) posee un universo muy rico y complejo que sorprende por sus historias desconcertantes y alucinadas, chispeantes y trágicas, que se leen independientes y autónomamente, pero también articuladas como una sucesión de realidades paralelas o ficticias, imaginarias, transportables al concepto de «verdad», una noción escurridiza que sólo adquiere atisbos de autenticidad cuando se concibe como nómada, itinerante, proteica. Desde el artificio literario y la responsabilidad del creador ante el texto, Ortiz Tafur nos ofrece una serie de historias enraizadas en nuestra vida cotidiana, que parecen verdad, sin duda alguna sobre la base aristotélica de la veracidad. La obra de Ortiz Tafur adquiere entidad de este modo, y por lo tanto reconocimiento del lector, quien se ve identificado al poco de adentrarse en sus páginas. No se trata de que adecúe sus relatos para una actitud paternalista hacia el lector, pues los argumentos y desarrollos se presentan en su crudeza —sin eufemismos— cuando así lo requiere la temática en cuestión, sino que la propia lógica textual necesita una solución adecuada al impulso emprendido. El precio era alto, como en Scott Fitzgerald, y los objetivos, como podrá comprobarse, también. Es ahí donde nuestro autor se muestra con recursos abrumadores para atraparnos en la diégesis narrativa.La colección de relatos Yo soy la locura es una invitación a la vida y a la literatura, a la vida en sus constantes sacudidas y a la mejor literatura en su misterio, ese que nos punza y recuerda de una manera a veces deformada a nosotros mismos, como quería Bertolt Brecht, con la suficiente distancia y un punto expresionista para dar mayor nitidez y lucidez a la realidad. La realidad que, no lo olvidemos, sea lo que sea, en cualquier caso siempre se muestra de manera escurridiza y espinosa. Por tanto: identificación de un lado, y extrañamiento de otro, estas son las claves del arte de Ortiz Tafur que nos muestra inmanencia y contingencia, deseos de perfección y conciencia de imperfección, universalidad e historicidad. Lo demás tiene mucho que ver con una mirada de espectador en palco VIP, la de Andrés Ortiz Tafur, capaz de reflejar en sus historias las problemáticas de nuestra sociedad actual. Aunque más que reflejo realista se trata de una capacidad creadora y productora que tiene su base de inspiración en ciertos modelos, esto es los mejores narradores y cuentistas del siglo XX. El relato no es un reflejo sino producto: respira por sí mismo, cuenta una historia que se explica desde su propia lógica textual y no necesita una exégesis. Más bien una colaboración del lector, que se conoce en lingüística como «intertexto lector», quien debe poner de su parte para atar algunos cabos, sueltos o no, a modo de conclusiones propias. La influencia del relato estadounidense es clara, con una conexión notoria a Raymond Carver, maestro de maestros. En el centro de sus fábulas se hallan las derivas psíquicas de la sociedad capitalista, mostrándonos las intersecciones con lo que vale y lo que no vale, lo extraño y lo que no nos es ajeno, las incomprensiones de unos sujetos sometidos a una presión exterior siempre en trasvase —como una ley de vasos comunicantes— con los conflictos internos. Estos conflictos emergen en esta extraordinaria colección de relatos de manera palpable. Los personajes los viven y los exhiben de manera indisciplinada.

Yo soy la locura se define en la estela de un realismo sucio sin concesiones, pero en cualquier caso realismo veteado de onirismo que trata de destacar esa perturbación emocional e identitaria que convulsiona el siglo XX y este comienzo de siglo XXI. En suma: l’accélération de l’Histoire. El lirismo melancólico, la mirada nostálgica y el óxido de los sueños de algunas pinceladas que aquí leemos no son sino un correlato de ese paisaje interior confuso e incontrolable que trata de aprehender el exterior, estableciéndose un espacio de diálogo y lucha entre ambos. No son pocos los relatos —se diría que todos— en los que se aprecia esto. La doblez humana, el interior humano y falso, el vacío que nos recorre, los abismos de pasión que nos atrapan sin poder hacer frente a ellos, los problemas de la identidad del sujeto contemporáneo, el poliedro de nuestras contradicciones, nuestras frustraciones y aspiraciones, se entrevén desde el cendal de cada una de estas historias, filtros de una sociedad desestructurada, caleidoscopio de unos individuos ante una esquizofrenia galopante, malla frente a la ruptura con cualquier valor moral o social que nos asegure un poco de certeza ante algo, o alguna confianza colectiva. Por eso en «El regalo» se hace un alegato contra Dios y cualquier suerte de trascendentalismo.

De base materialista y con una nítida conciencia de los elementos escogidos, con habilidad de cirujano, Ortiz Tafur muestra la radiografía del drama social que nos asola. Más que ante la utopía del siglo XXI, el sujeto contemporáneo se enfrenta a la distopía del siglo XXI, y eso mismo presentan estos relatos, una sociedad distópica. La sentimentalidad, fuertemente puesta en entredicho, posee una reflexión profunda en cuentos como «El principio de acuerdo», donde un amante se ve atormentado ante la imposibilidad de elegir a su pareja, madre e hija, con las que mantiene una relación a un tiempo, y que consienten en compartirlo, ante la estupefacción o «locura» de la voz narradora, el propio hombre, constreñido por sus límites morales; o en «El ateniense», donde la duda sobre la paternidad del hijo acosará al protagonista hasta convertirse en una obsesión que, suponemos, es una callejón sin salida. No hay promesas de fidelidad —muchos menos de felicidad— posible cuando la sombra de la duda planea sobre la pareja, y esa es la grieta por la que se van colando los resquemores de una herida abierta y sin sutura posible. Un cul-de-sac.

Paseando por las divertidas pero también desoladoras páginas de Yo soy la locura, recordamos Vidas cruzadas (Short Cuts) (1993), de Robert Altman, basada en los relatos de Carver. Pero no olvidamos a Cortázar, Moravia o Chejov, maestros —de la estupefacción— del relato contemporáneo, imprescindibles referencias, como el también importante Medardo Fraile (1925-2013), que aunque madrileño de origen y afincado en el Reino Unido durante muchas décadas, nunca dejó de mantener vínculos con Úbeda, donde pasó su infancia. Y un detalle biográfico pertinente que nos gusta traer aquí: curiosamente con Úbeda Andrés Ortiz Tafur posee una vinculación sentimental muy fuerte, de ascendencia paterna. Sea como fuere, y como dice la canción indeleble de Rubén Blades, «la vida te da sorpresas» y eso es precisamente Yo soy la locura, una sorpresa para el lector, que descubre atónito a un autor ya importante por el mero hecho de haber escrito este libro. Los lectores pueden sentirse o convertirse en alienígenas, como los personajes de «Los alienígenas», cuando la madre revela que lo único que quieren es salir de su rutina monocorde y, como Gregor Samsa, lo que de verdad desea es no ir a trabajar por la mañana, quedarse en la cama descansando, escapar de la monotonía alienante que nos circunda. La referencia kafkiana no es casual. Este surrealismo tiene mucho que ver con ese análisis malogrado de la sociedad en la que vivimos. No demasiado esperanzador, por cierto. El uso magistral de la ironía, la naturalidad —que no naturalismo— del onirismo para encarar la otredad en su complejidad, no son otra cosa que instrumentos para atrapar la maraña identitaria del sujeto, asediado por esa naturaleza cambiante que precisamente nos define. Como la noción de verdad que antes decíamos. Por eso «Parece mentira que en ocasiones la verdad se convierta en un obstáculo para narrar la verdad». En este relato un huérfano, con sus carencias afectivas, nos repite las palabras de su profesor: «Me habló de nuestra obligación de respetar las decisiones ajenas, de la libertad del individuo y de lo positivo que resulta colocarse en el pellejo de otro, antes de decidir el sentido de nuestra opinión». Creando una historia paralela le da sentido a la real.

La supuesta modernidad de nuestras relaciones y forma de pensar, nuestra configuración ideológica como individuos de este siglo, nuestro «relleno» sociohistórico, determinados por las circunstancias que nos atenazan, se suele explicar por decantación en el conjunto de los errores constantes de nuestros comportamientos que, por otra parte, suelen ser bastante predecibles. La locura, desde Erasmo, Montaigne o Cervantes, hasta Foucault, se halla en la base de los estudios sociológicos sobre la normalidad y la anormalidad, sobre la locura y la cordura. El protagonista de «Caminando en círculos» confunde tiempos y espacios para acomodarse a su soledad, y la ninfómana de «Jack Potter» va evolucionando en su cuadro clínico a medida que necesita más y más sexo del hombre que le gusta, el susodicho Jack. O como en el homónimo del título del libro «Yo soy la locura», cuando el personaje masculino renuncia al mundo para quedarse recluido en un hospital psiquiátrico para contemplar el sexo de una loca que le ha cautivado, extasiado, descubriendo ahí freudianamente su horizonte, su razón de ser: locura y cosmogonía a un mismo tiempo, caos primigenio del que nace todo, El origen del mundo de Gustave Courbet… Así cotejaríamos detalle a detalle, y siempre llegaríamos a la conclusión de que nos encontramos ante un autor deslumbrante que va a dar mucho de qué hablar. Poco más podemos aportar desde este prólogo excepto celebrar la contundencia de la palabra de Andrés Ortiz Tafur, que hace el resto y que da en las claves contemporáneas, exhibiendo las historias magmáticas de esta sociedad resquebrajada desde la raíz, sin valores y abocada a su propio fracaso. Acaso el de todos los que la conformamos.

[*] Universidad de Granada

Contacto con el autor: jca@ugr.es

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