Mamen Cuevas | Descargar PDF
Resulta quizás algo anacrónico descubrir libros de sonetos y otras combinaciones de endecasílabos (incluida la sextina) en estos tiempos de cibernética y comida prefabricada. Qué dulce anacronía, pues. José Gutiérrez ha vuelto a la vida poética activa ofreciendo un cofre cerrado con cinco candados, uno por cada sección del libro, para recordarnos que la palabra sigue gozando del clasicismo que la encumbró hace unos cuantos siglos. Es el Gutiérrez de siempre, pero decantado y purificado, vertido en moldes clásicos, devotamente vuelto hacia la tradición… En el camino vital que traza el autor nos vamos encontrando a Garcilaso, Aldana, San Juan de la Cruz, Quevedo, Borges, Juan Ramón, Lorca... A todos esos dioses del Olimpo poético que inspiran desde una prudente distancia y acompañan al poeta, quien vuelve a ser el vate, el Prometeo renacido después de veinte años que describe la vida más íntima: la engendrada en la memoria. Casi dos décadas han pasado en efecto desde que José Gutiérrez publicara su último libro, De la renuncia, y una desde la aparición de la antología Poemas 1976-1997.
Ahora, en el siglo XXI, José Gutiérrez nos entrega un ramillete neo romántico de poemas de corte clásico con el XXIII Gracilazo como referente en el propio título. Tras un Preludio dirigido al posible lector que se acerque a la obra a modo de testimonio inicial, nos golpeamos repentinamente con un techo infranqueable: tempus fugit, la celeridad de lo que nos acontece. Así, sin aviso previo, hallamos a ese Yo, resaltado no sólo gráfica sino sintácticamente, que nos evoca al gran Rubén Darío en sus tiempos postazules y nos dirige al encuentro con la infancia más sencilla e idealizada -“Son resortes del tiempo estos juguetes: / recobran mi niñez con su hojalata / litografiada”-, la que pervive en el recuerdo cubierta de lejanía y añoranza para ser rescatada con antítesis o metáforas casi parabólicas, la que sobrevive de enseñanza trabajada sobre la inevitable experiencia adolescente (en el sentido más latino del vocablo: que adolece) en preguntas sin respuesta posible.
Y llegamos, por los senderos del pueblo más frío de la provincia granadina donde nació el autor, a ese calor pasional de la juventud que libera al sujeto poético con la autoridad del Amor más perfecto. Surge el tú con gran fuerza al diluirse el Yo primario, pueril, en el yo que ansía abandonar la soledad emocional. Aparecen hechiceras, brujos, elementos míticos y místicos, diosas... Los efugios románticos nos conducen a bacanales suntuosas, al placer carnal convertido en abstracción desde la perspectiva de la edad, alcancía de daños y regocijos mundanos, bien contenidos por muros tan altos como el locus amoenus o el carpe diem latinos y perfilados con un vocabulario menos límpido y más terreno. Se presenta el momento de mancharse con amores imperfectos. Las pulsiones tienen vocablos para canalizarse por los cinco sentidos: incienso, vino, llama, piel, voz amante, y los versos difusos de estampas infantiles dejan paso a férreas declaraciones, relatos apasionados o invocaciones directas al lector, ente que madura a la par que el sujeto de los poemas agarrado a las manos de Eros y Tánatos.
...Pero ese diálogo se torna monólogo después, en los comienzos de la tercera sección, cuando ese yo se auto-inflige con preguntas retóricas regresando a la infancia, al vientre materno emocional, al lugar donde se espera la llegada de la muerte que no borrará ciertas huellas -“un reloj sin arena”-. Fin de trayecto en un día gris, no azul como el del último verso machadiano que cita el poeta, donde se tiende la ropa de la vida al sol de los juicios de la senectud -“Buscando mejor suerte / quise medir mi fuerza en guerra fratricida / contra el impune tiempo: perdí. Ganó la muerte.”- Hemos avanzado hacia el pasado y hemos fisgoneado en el porvenir.
De esta manera, con aserciones procedentes de la experiencia vital y el conocimiento literario, abrimos el Postludio, última alforja que transporta el poeta-personaje a sus espaldas de la que saca un espejo en el que mirarse tête-à-tête y ajustar cuentas. Un examen final y una advertencia al estilo clásico, grandilocuente -(...) no dejes que te asalte el desvalimiento / y goza sin temor libre existencia-. No es una despedida desde la resignación. Es una constatación personal de lo debido y lo conseguido. Aunque no se reviva de manera explícita ¿cómo obviar a Jorge Manrique, estandarte castellano que sobrevive en cada verso dedicado al tiempo, cuando leemos un poemario de recuento vital como éste de José Gutiérrez? En él, al igual que en el poeta del siglo XV, la esperanza del recuerdo siempre está bajo la atenta mirada de Pandora. No todo está perdido: este hermoso libro tiene mucho de elegía, pero también de himno.
Materia - Compulsión
Fumando espero o el tabaco es sagrado. Judit Bembibre Serrano y Lorenzo Higueras Cortés
La soberanía del consumidor. Antonio Martínez López
Compulsión y extremismo político. Carlos Almira Picazo
Materia - Eliade
Eliade y la antropología. José Antonio González Alcantud
Antropología y religión en el pensamiento de Mircea Eliade. Pedro Gómez García
Mito y sentido en Mircea Eliade. Una crítica fenomenológica. José Eugenio Zapardiel Arteaga
Chamanismo y psicopatología. Lorenzo Higueras Cortés
Mircea Eliade, el novelista. Constantin Sorin Catrinescu
Varia
El concepto de lo impolítico. Javier de la Higuera
Divagaciones semióticas. Mirko Lampis
Al Andalus: meta o mito de Al Qaeda. Tomás Navarro
Del inconsciente óptico al síntoma. Cine & Psicoanálisis hoy. José Luis Chacón
Galería
Lecturas y relecturas
Il dissoluto punito, ossia Don Giovanni Tenorio de Ramón Carnicer. Francisco José Comino Crespo
Veinticinco años de la última poesía hispánica. Mariano Benavente Macías
La Tempestad Serena de José Gutiérrez. Mamen Cuevas
José Luis Baca Osorio. Cuatro libros en uno. Pilar Gómez Ordoñez
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