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EGM.
septiembre 2009 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 5, septiembre de 2009.

Nubes bajas. Acercamiento interpretativo al X Premio de Poesía Emilio Prados

Espejo, Rafael. Nos han dejado solos. Valencia, Pre-Textos, 2009
Mariano Benavente Macías

Rafael Espejo nunca ha estado en las “nubes”, por mucho que en sus inicios como poeta se atisbaran ciertos impulsos juveniles, poblados de sensuales goces y altos vuelos vitales. Contrariamente a lo que se cree sobre el personaje poeta, como muy bien apunta Luis Cernuda en sus Estudios sobre poesía española contemporánea, casi todos vemos la figura del mismo como la de un ser aislado del mundo y algo desnortado (“El poeta no es, como generalmente se cree, criatura inefable que vive en las nubes…, sino todo lo contrario; el hombre que acaso esté en contacto más íntimo con la realidad circundante”). Sin duda que Rafael, en sus más tiernos años de adolescente, que es cuando empezó a interesarse por la poesía, ha podido incurrir, ¿y quién no?, en un tipo de poesía más impulsiva. Me refiero sobre todo a su primer libro, titulado Círculo vicioso (Universidad de Granada, 1996) y en mucho menor medida en El vino de los amantes (Hiperión, 2001).

Ahora, después de ocho años de intervalo, nos encontramos con un tercer libro, Nos han dejado solos (Pre-Textos, 2009), que nos sorprende muy gratamente, pues, se percibe que sus versos fluyen armoniosamente en una correspondencia muy conseguida entre la forma y su contenido. Obra, a mi entender, más madura y bien acabada, producto de un carácter más reflexivo y de una sencillez expresiva, que, como dice en su poema “poética” es “simple”, si por tal calificativo deducimos que alude no a la primera acepción del diccionario, es decir, “sin composición”, sino a su dimensión estética, esto es, versos hechos sin que asome nada de ostentación ni artificio, pero además bien estructurada en un equilibrio logrado entre las palabras usadas y el mundo que designan. Así que preferiría el adjetivo de “sencilla”, pues, en este tercer poemario el estilo es sencillamente natural, que en modo alguno es consecuencia de espontaneidad o mera intuición.

¿Y por qué “nubes bajas”? Siendo la imagen “nube” la predominante y clave del trasfondo simbólico de lo fugaz, de lo frágil, de lo que no se repite o pasa como la vida misma, creo que el adjetivo de “baja” ilustra y glosa de algún modo que esta poesía está “a ras de tierra”, nos envuelve en su profundo sentir. Si atendemos a la concepción poética de José A. Goytisolo sobre este género (“sólo hay una clasificación para la poesía: la poesía como provocación de emociones, si el poeta no provoca emoción en quien lee, no cumple su ciclo ni su función un poema, aunque esté bien escrito”),la de Rafael Espejo encajaría sobradamente con este tipo de poesía; al menos, ésa ha sido mi experiencia como lector de esta obra. Hay poesías más herméticas, con muy buena factura, pero no consiguen conmover; siempre he preferido las que, como las de Rafael, con su evidente y buen trabajo formal, además de esto siguen aquella estela apuntada por el gran poeta Goytisolo.

Pero intentemos interpretar más detenidamente la configuración de ese símbolo de lo transitorio. No se trata tanto de cuantificar las veces que recurre al término, sino de penetrar en los significados sugeridos. En el poema “no me lo expliques”, se presenta como un elemento más de la naturaleza que está en continuo movimiento, sin repetirse nunca igual: “y las nubes suceden a las nubes”. Seamos una diminuta “hormiga”, “presa…cazada” o “depredador”, sólo nos queda la certeza de que nuestro existir se parecería a una gota de agua confundida en un océano cuyos únicos límites son dos hechos contundentes y al mismo tiempo naturales: el nacer y el morir. Así nos dirá el poeta: “Cuando unas aguas se diluyen / en más agua / crece el anonimato del mundo.”

En el poema “aire viciado” hay un desarrollo más detallado de la imagen y la personificación nos lleva a identificarnos con su naturaleza fugaz: estamos en el cosmos como un átomo más y sólo nos cobija el “cielo”, pero no hemos por ello de alarmarnos o dejarnos atrapar en la tragedia, sino aceptarlo como un fenómeno natural. Así, el poeta se dirige a un “tú” que no sólo puede aludir a su amada como cuando se pregunta en ese verso aislado que sirve de enlace entre las dos partes del mismo (“¿Qué poso del amor no quiere aquí asentarse?”), sino que también podemos como lectores sentirnos interpelados: (“No precisamos techo para hacer pie, / míralo así: / tampoco tienen lugar las nubes / pero pasan. / Y cuando acaso alguna se equivoca, / o queda rezagada, / o el viento la desvía / no importa, también pasa, también su rumbo es cielo.”).

Poesía, en definitiva, que emociona por su poder de comunicar y replantear de forma original los grandes temas universales: el amor, la muerte, nuestra insignificante entidad humana similar a esas “nubes” en continuo movimiento en medio de una naturaleza inmensa, porque estamos al final solos, incluso en el amor, somos “dos hondas soledades”, como dirá en el poema “el universo en mí, yo le dolía” o sirve como ejemplo de lo que el título del libro suscita: Nos han dejado solos.

Quisiera destacar dos poemas que, además de lograr lo anteriormente apuntado, me parecen también ilustrativos de este nuevo rumbo que ha tomado su poesía. Son dos composiciones en las que el ciclo o función de la poesía, al que antes se refería José A. Goytisolo, han llegado a completarse totalmente, pues, no sólo creo que provocan emoción, sino que también hacen que nos identifiquemos con sus mensajes por invitarnos a compartir o, en algunos casos, a recordar propias experiencias vitales (no nos olvidemos de que, de alguna manera, el poeta, al crear, busca un confidente). Estos dos son “hospital” y “espejos enfrentados”. El primero nos muestra al mismo tiempo la síntesis y el contraste de lo fugaz. A modo de síntesis: nuestra vida pende de un hilo y es etérea, es una “nube baja”. Como contraste de lo fugaz: sólo hay algo constante y eterno –creo además que es la única vez que usa el término “muerte” en este sentido de finitud–: “No hay conciencia más plena, / nada une tan hondo / como la muerte, / sólo en ella duramos para siempre.” En el segundo, en forma de carta / poema, nos lleva a sentir la incomunicación o el vacío que algunos o muchos hemos vivido con nuestro padre, debido al abismo que se nos abre cuando no conseguimos establecer ese necesario diálogo, ese gesto de complicidad, y entonces pensamos en que, como es lo más lógico, nuestro progenitor posiblemente desparecerá antes que nosotros y ya jamás habrá un encuentro que mitigue ese dolor: “(y al final del camino / no estarás, / como tampoco yo / podré ir a buscarte)”. Dos vidas tan cercanas y, en cambio, con idiomas tan distintos, dos vidas paralelas y, no obstante, con senderos que poco a poco van alejándose hasta que el silencio ha abierto una grieta o herida que difícilmente podrán volver a unir lo que tan estrechamente desde el inicio había estado enlazado. Por ello, el poeta, consciente de ese impotente lenguaje, trata de parar el tiempo y de hallar un puente, antes de que la ausencia del mayor lo impida. Así el hijo, sabiendo de la dificultad de una lengua común, le dice: “Es esto lo que quería decirte. / Perdona mis palabras / si te traen nubes sucias.”

Concluyendo, poesía para la reflexión y el placer estético, un viraje creador que nos muestra cómo ha madurado un joven poeta en un recorrido con un parón de ocho años que han merecido mucho la pena, y si no, compruébenlo, no se arrepentirán.

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