Se acaba de editar en el Genio Maligno el libro que reúne las colaboraciones de Lola Cobaleda en la prensa granadina desde mayo del 2003 hasta febrero del 2005. Al terminar de leerlo se tiene la sensación de haber hecho un viaje literario por una ciudad que bulle, por unos días pasados que serán también los venideros con sus luces y sus sombras, por unos acontecimientos que ya compondrán nuestra memoria adormecida. Y ésa es, precisamente, la capacidad seductora de algunos escritores: elevar a la categoría de metáfora paisajes y sucesos por los que transitamos sin arte. Podría parecer un ejercicio sencillo y sin embargo creo que poseen estos artículos un complicadísimo proceso de creación. ¿Qué destacar cada semana o cada mes? ¿qué tono utilizar? ¿cómo seleccionar del cúmulo desordenado de la realidad ese detalle, esa noticia, ese personaje? Y tras estas preguntas ahí aparece, con una sencillez deslumbrante, el producto de una tensa reflexión. Lola Cobaleda ha salido airosa e incluso brillante en muchos de estos artículos que, como islas frondosas, nos tientan a hacer escala en sus costas. Hemos vuelto a pasear por la Calderería de Granada, por sus calles con olor a especias, hemos ido de paseo por la feria del libro, nos hemos congraciado con la inoportuna gripe de cada invierno, hemos ido al cine con los estrenos de cada temporada, el carrusel deportivo nos ha devuelto a los deberes sin hacer, hemos vuelto a sentir agradecimiento por la amistad de las amigas…

Estos artículos son la crónica ensayística de un anuario, son casi un diario literario y como tales nos ofrecen la mejor muestra de la cosmogonía de la escritora. Cuando quiero conocer a un escritor o a una escritora siempre acudo a sus diarios. ¿Dónde encontrar el germen de las creaciones posteriores, la duda, la selección, y la reflexión de las novelas de Virginia Woolf? ¿Dónde se gestó el énfasis y la intensidad de los relatos de Katherine Mansfield? Porque un diario no es sólo la enumeración de una cronología y sus avatares, porque en los textos de un diario se cosen las costuras de futuras creaciones.

En los artículos de Bifurcaciones hay bocetos de personajes literarios como ese anciano que devuelve la pelota a los niños que juegan en un patio en el centro de la ciudad: “Quizá había trascendido el cansancio del vórtice y se encontraba del lado de la sabiduría. Quizá fue el único receptor del mensaje, o del mensaje mismo, o el único ser que supo entenderse con la eternidad y subrayarla con sus manos para que no se perdiera”. A veces el personaje literario es la propia ciudad que parece respirar, adormecerse o gritar bulliciosa.

El estilo cadencioso, rítmico y reflexivo hace de estos artículos un suave tobogán por el que los lectores nos deslizamos hacia el suelo de la realidad con una leve ilusión de eternidad. Este inesperado regalo gracias a la lenta y cuidadosa elaboración de una elegante prosista que combina las imágenes poéticas con la trascendencia de la filosofía, su otra gran pasión. Los lectores esperamos gozar pronto de alguna novela de esta autora tan sugerente en cuanto a lo real y lo aparente.