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EGM.
marzo 2015 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 16, marzo 2015.

Literatura de transición. Una aproximación teórica a los libros de viajes

 

Juan Carlos Abril [*]

Resumen. Los libros de viajes son muy característicos de la literatura de finales de la Baja Edad Media y en todo el periodo de la transición (siglos XVI-XVIII), estableciendo importantes relaciones e interpretaciones de los cambios que se estaban produciendo en el seno de la sociedad medieval y moderna. No son reflejo de estos cambios, sino que forman parte de los mismos. El prototipo sin duda es el Libro de las Maravillas de Marco Polo, pero hubo otros que también fueron abriendo paso al Humanismo y a las corrientes sensistas, que planteaban otra manera de ver, sentir y vivir. Se trata, en última instancia, de un proceso inscrito en la historia de la configuración de la individualidad y del sujeto moderno.

Palabras clave: literatura de viajes, Libro de las Maravillas, Marco Polo, subjetividad, Edad Moderna

Abstract. Travel books are very characteristic of the literature of the Late Middle Ages and the transition period (16th-18th Centuries), establishing important relationships and interpretations of the changes taking place within medieval and modern society. They are not a reflection of these changes, but a part thereof. The prototype is undoubtedly the Book of the Marvels of the World by Marco Polo, but there were others also making their way to Humanism and the sensist currents. They offered another way to see, feel, and live. It is, actually, a process inscribed in the history of the configuration of individuality and the modern subject.

Keywords: travel literature, Book of the Marvels of the World, Marco Polo, subjectivity, Modern Age

El mundo medieval está cerrado y codificado según las reglas fijas de un organigrama establecido. Por comenzar exponiendo algunas de las características de ese mundo, habría que detenerse en los conceptos de stasis y kinesis, nociones griegas que se revalorizan en el mundo feudal y que lo atraviesan de parte a parte. Todo lo relacionado con la stasis simbolizará lo eterno e inmutable, lo perfecto: el orden. Todo lo relacionado con la kinesis, sin embargo, lo fugaz y cambiante, lo corrupto: el desorden. El cuerpo y el alma sintetizarán de algún modo también esta dualidad o dialéctica, puesto que el cuerpo será lo fugaz, lo cambiante y corrupto, frente al alma, eterna, inmutable, pura. Pero la kinesis es algo más para los libros de viajes, es la noción que los espolea. Los viajes rompen el inmovilismo medieval, la noción del cielo y del universo inmóviles. Los libros de viajes serán la confirmación de esa ruptura, pues tenemos que recordar que saber escribir estaba destinado sólo a los litterati, esto es, a los que rezan [1].

La lectura, de esta manera, de la realidad exterior estará condicionada por continuos juegos de doble verdad: debajo de las cosas fútiles y pasajeras, se halla una verdad eterna, estable. En este contexto cobra singular importancia el ejercicio de interpretación (de las Sagradas Escrituras, claro, pero también de los signos exteriores). La interpretación es la causa de que no haya una explicación directa de las cosas, es una glosa de una sabiduría divina que debe ser asumida como algo vital. La doble verdad y la interpretación pretenden despojar de las apariencias las cosas y los signos, para dejar el meollo, la voluntad última divina detrás de todo, controlándolo todo. Y en ese ejercicio de interpretación la elección buena, el fruto bueno, supondrá la salvación; la elección mala, por el contrario, el fruto podrido, será la condenación. Si este texto fundamental y fundamentalista, que es la Biblia, estaba escrito en prosa, lo que le otorgaba y se arrogaba el carácter de Verdad, frente a los textos de los héroes, las epopeyas y las canciones líricas, escritas en verso, que eran ficción y divertimento, una mentira, los libros de viajes se escribirán en prosa precisamente para plantear un punto de inflexión en esa dialéctica verdad/mentira de los textos sagrados/profanos, para afirmarse como guías y manuales de viajes.

La figura del sabio se concebirá como el buen intérprete —de los designios divinos, en última instancia— y como aquel que sabe mucho (la modernidad considera a la sabiduría como un libro abierto, como una ciencia de la investigación). Por eso tienen tanta importancia en la literatura medieval la figura del consejero, esto es, el sabio guía que lleva por buen camino a su rey; frente a los malos consejeros que interpretan erróneamente la realidad. Pecar es interpretar de manera incorrecta la realidad y ésta, la realidad, se concibe como el caos: la diferencia estribará en que nosotros comprendamos ese caos como pecado, como ley divina que es impuesta por nuestras acciones malvadas; o como condición natural de los hombres que deben ponerse de acuerdo para solucionarlo (El contrato social representará el broche de la modernidad: las dimensiones privadas de los hombres que llegan a un pacto para conseguir la felicidad pública).

El fin del mundo medieval comienza en el siglo XIII, momento decisivo y crucial donde se sientan las bases del Humanismo hacia el inicio del mundo moderno del XVI: en este mundo de transición, en estos siglos intermedios, vamos a incidir en una determinada suerte de ver y enfocar la historia, porque dependiendo de esa mirada veremos, igualmente, los textos literarios.

Por eso los libros de viajes, con su significación, representarán la novedad —el título original del Libro de las Maravillas [2] es Le Devisement du monde, escrito en francés, y «devisement» significa precisamente en francés «entretenimiento»— y una grieta en el inmovilismo medieval por donde irán adentrándose nuevas nociones corporales y terrenales, sin olvidar el pecado y el demonio. Por eso los libros de viajes serán subgéneros. Los viajes son el cambio, el movimiento de identidad, lo inestable.

En otro sentido, sin embargo, la concepción del poder medieval emana desde arriba, es una concepción ascendente que desde las alturas divinas se deja caer hacia los mortales.

Pero estamos inmersos en un periodo que podemos calificar sin lugar a dudas de «histórico». Frente a las lecturas románticas que veían el mundo medieval como un mundo de bárbaros, nuestra lectura intentará acercarse a ese mundo desde la sacralización. Es la diferencia. La primera tarea para conocer el sistema de valores medievales es mirar a la Edad Media desde dentro. Se trata de pensarnos como seres históricos. En esa lógica dual que venimos desarrollando, habría que citar que cualquier cultura sagrada es un monstruo de dos cabezas donde el bien y el mal conviven, donde se tocan, compartiendo un mismo cuerpo.

De este modo podemos observar que no había diferencia en la Edad Media entre los pecados y los delitos. Será a partir de lo que conocemos como el periodo de transición, y la nueva concepción del poder moderno —abierta, en contraposición al mundo feudal—, a partir del siglo XIII sobre todo, cuando surja una noción de abajo hacia arriba, una idea que invertirá el sistema del poder que había dominado desde tiempos remotos, antes incluso del nacimiento de la historia: comienzan a debilitarse los linajes y la sangre [3]. Un señor —micer— como Marco Polo es el ejemplo del burgués que intenta hacerse un hueco en la sociedad a partir de sus esfuerzos como viajero, de sus méritos como conocedor de otras culturas. Comienzan a sustituirse los derechos consuetudinarios por leyes civiles y penales; la legislación en general sufre una crisis profunda y cambios transcendentales para la justicia occidental. Curiosamente a partir del siglo XIII, con el éxodo de las poblaciones rurales hacia las ciudades y los primeros conatos de núcleos urbanos [4], y siempre en el seno del universo medieval, el orden del mundo jerárquico organizado por Dios, el mundo de la creación, o mundo sagrado, se enfrenta al mundo del pecado de la voz pública, al mundo pagano y profano de la calle. El hecho de esta «inversión en la lógica del poder» tiene una explicación fundamental que podría sintetizarse en una palabra: el «valor», y la sustitución progresiva en la forma de mirar el mundo, pues si la lógica feudal obligaba a medirlo desde la concepción de la sangre y del linaje, desde la lógica moderna otras nuevas concepciones se abrían paso, teniendo que ver sobre todo con la valía y el mérito personal de cada individuo [5]. Hay que recordar aquí que en la lógica medieval, cuando un siervo traicionaba —o cometía una felonía— a su señor, caía en desgracia todo el linaje, en sentido amplio, y que desde la nueva óptica moderna, obviamente, si alguien es declarado culpable de haber cometido una fechoría, es sólo esa persona quien sufrirá castigo.

Esta nueva noción de mérito vendrá sustentada sobre todo por un cambio en la idea de alma, que sin embargo seguirá nutriendo las visiones espiritualistas o idealistas de la filosofía y de la vida hasta el siglo XX [6]. El cambio aludido tendría que ver con giro interno —o con otras palabras de estirpe kantiana: kehre— en la propia concepción de alma, en la fuerza que la impulsa o sustenta: en el mundo medieval Dios da el alma, Dios la impulsa y la sustenta desde fuera, insuflándola dentro del cuerpo del hombre, resultando esa fuerza externa o centrípeta; y en el mundo moderno el hombre posee esa alma, es su propia bondad y mérito individual lo que debe ser cultivado, resultando tal fuerza a todos los efectos interna o centrífuga [7].

Nuevos aires soplan a partir del duecento o siglo XIII, por tanto. Si en la vida terrenal —desde la lógica medieval feudal— Dios había repartido los papeles de cada uno y había que ganarse la salvación en un mundo donde nos encontrábamos en constante trato y comercio con el mal, desde la lógica moderna la salvación será una cuestión de conciencia individual. Ya no importaba que te arrepintieras en el último minuto de tu vida para salvarte, sino las buenas causas y la tranquilidad de la conciencia, la felicidad de tu interior. La máxima kantiana sapere aude, «atrévete a saber» (que no es sino una variación del «nosce te ipsum» délfico) culminaría varios siglos más tarde este proceso de individualización que transplanta una noción —y una identidad— desde Dios al hombre, como si le insuflara vida. En el hombre y en sus valores esenciales, en su capacidad por diseñar el bien y por repartirlo, se encuentra su futuro y su destino. Y esto es lo que pone de manifiesto Marco Polo al constatar, en su libro, la capacidad por labrarse un recorrido vital así como físico, del hombre. El Libro de las Maravillas es una obra que muestra el prototipo de hombre que estaba naciendo.

El hombre, por tanto, posee su propia esencia humana [8] al margen de Dios (pero siempre con él, para justificarse), y Éste se convierte en algo distinto a lo que había significado a lo largo de la Edad Oscura y luego la Alta Edad Media [9]. Aunque en el fondo estemos asistiendo a una simple sustitución de los valores esenciales y monológicos divinos hacia los humanos, y reemplacemos esencia divina por esencia humana, es cierto que el paso es muy importante y lo podríamos considerar como un verdadero cambio antropológico. El giro del teocentrismo al antropocentrismo es fundamental para comprender todo esto. Es el giro de un mundo sacralizado a un mundo desacralizado, un giro interno dentro de la cultura escrita, dentro de la cultura occidental del lógos. Este paso podría estar sancionado por la aparición de la imprenta, que plantea desde el punto de vista bibliográfico el paso del Libro —con mayúscula y en singular, el libro sagrado— a los libros —minúscula, plural, libros paganos y profanos, científicos, etc.— en una pluralización también antropológicamente muy significativa. El Libro es la Biblia, obviamente, y todo lo que existía en la Edad Media se considera una glosa del Libro, una paráfrasis, una explicación. Los libros, sin embargo, supondrán una forma nueva de ver el mundo, pagana y profana, fuera de la órbita sacralizada del feudalismo. En resumen, hagiografías frente a autobiografías (primero vidas de caballeros, en el mundo cortés, pero paralelos a estos libros los relatos de viajes). Así lo confirma:

La noción de sujeto fue una noción revolucionaria frente al orden feudal, pero al presentarse como natural y final, con el tiempo funcionará como cierre del proceso histórico a cualquier otra posibilidad. El humanismo es un discurso, pues, con proyección teórica, que piensa y explica la sociedad, la historia, el conocimiento, etc., a partir de una realidad que hace las veces de primer principio y de fin último: el hombre; se parte del hombre, de la esencia humana, de la subjetividad humana, de la libertad del sujeto, para explicarnos racionalmente todos los mecanismos productivos de la sociedad y de la historia [10]

El autor, como Marco Polo, que firma sus libros y le pone fecha de composición, se siente orgulloso de la autoría, frente a la anonimia del mundo sacralizado medieval donde el autor no era sino un intérprete de los designios divinos, un mero escribano de la voluntad de Dios. No hay que olvidar que en última instancia los libros de viajes sólo son manuales para comprar y vender, indicaciones de distancias y peligros, instrucciones para enriquecerse, obras para hacerse poderosos. Apuntes de un mercader para medrar. Y lo recubrirá de esa retórica de paisajes alucinantes y de consejos (y aquí la idea del consejero será clave, porque pasa del consejo moral y sagrado de la Alta Edad Media al consejo de tipo interesado de la Baja Edad Media).

Como ya adelantamos, en la Edad Media la escritura será un instrumento de la voluntad y del poder de Dios —un orgullo, por consiguiente «prestado»— para glosar la Biblia, y las demás manifestaciones literarias tendrá carácter oral, sobre todo la lírica; pero en general ese carácter oral y fugaz de muchas manifestaciones artísticas (teatros, juegos, en las reuniones, en las ferias…) [11] respondía a esta tensión interna entre lo oral y lo escrito. Todo lo que estaba escrito debía perdurar, y ese era el deber de la Palabra de Dios, perpetuarse eternamente frente a la fugacidad de la palabra oral. En la modernidad el autor tiene conciencia de que realiza una obra, quiere pasar a la posteridad. Por tanto asistimos al nacimiento del yo en sentido moderno. No es igual el yo del Cid —yo soy un buen siervo— que el de Ausiàs March —a caballo entre una estructura ideológica y otra— o el del Lazarillo, ya impregnado completamente de la lógica animista. Y además hay que tener en cuenta que frente al mundo sacralizado y oficial que se expresa en latín, a partir del siglo XIII las lenguas vernáculas irán adquiriendo cada vez más importancia escrita, teniendo en cuenta en este sentido los denominados siglos de transición (XVI, XVII, XVIII) [12] y la convivencia de ambos idiomas. A finales del siglo XIX se impartían clases de tanto de ciencias como de letras, en muchas universidades europeas, en latín. Marco Polo, a lo largo de todas las páginas de su libro, se esfuerza siempre en decir yo lo he visto, yo lo conozco, yo lo he vivido, yo lo he sentido: yo, yo, yo, una y otra vez.

La historia comienza, pues, con el Humanismo [13], cuando se produce la crisis del teocentrismo que todo lo ordenaba según principios superiores, quebrándose con el descubrimiento del mundo y del hombre. Ahí se origina la cuestión y la crisis entre dos concepciones, la segunda de las cuales se va a imponer aunque sin aniquilar a la otra, que va a seguir estando presente si bien progresivamente subordinada, intentando de forma continua hacer valer su presencia, inspirando al menos, contaminando o filtrándose entre las grietas que observa abiertas en cualquiera de los espacios de la estructura ideológica que se está instituyendo. Pero el Humanismo no es el puro efecto del descubrimiento inocente de la Antigüedad Clásica, ni es un hallazgo en el vacío por medio del cual el hombre se descubre a sí mismo.

Todo se inscribe en la historia social, y su clave explicativa se sitúa en la necesidad de desmontar la ideología feudal del siervo, a partir de cuya lógica «jamás hubieran podido establecerse relaciones mercantiles o capitalistas en ningún sentido» [14]. Un siervo adherido a la tierra y al señor no puede ser incluido en el funcionamiento de la nueva economía en despliegue. Una economía que busca nuevas rutas y que culminará en el descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492, por supuesto. Las nuevas condiciones necesitan emancipar al hombre respecto a la esclavitud del mundo social, rescatarlo de su carácter de siervo y convertirlo en sujeto libre: poseedor de su fuerza de trabajo y necesitado de venderla por un salario en el terreno de la libre competencia, es decir, libre en realidad en el mercado de trabajo; poseedor igualmente de su verdad interior, que lo empuja, lo afirma como tal sujeto y lo presiona hacia la necesidad de expresarse libremente.

De hecho, Pico della Mirandola, basará la dignidad del hombre en la libertad, y esa libertad seguirá siendo la base de nuestras actuales relaciones en el siglo XXI, en todos los sentidos, constituyendo una suerte de núcleo o esencia fundamental.

El hombre moderno, el sujeto moderno que basará el modelo liberal burgués, de este modo, será dueño de su propio destino, dueño de su pasado y de su futuro, dueño en suma de su tiempo. En el orden feudal Dios diseñaría hasta el último rincón de nuestro tiempo y de nuestra vida, y la Fortuna (la rueda) y la Providencia (la mano de Dios que interviene sobre la rueda) marcarían tales designios divinos; no poseeríamos nuestro tiempo porque, según la Fortuna y su rueda, rápidamente se nos podría desposeer de cualquier bien material, incluso de nuestra propia vida, si así Dios y la Providencia lo dispusieran. Recordemos que en la Edad Media aún no se había perfeccionado la quilla, que era roma, por lo que las embarcaciones no iban demasiado deprisa. El homo viator es el hombre que se desplaza y el viaje es la síntesis de todas las nociones ideológicas del hombre medieval. Primero, en sentido sagrado, hombre que peregrina, porque la peregrinación es el sentido del hombre, el cual sólo tiene un objetivo en la vida, peregrinar. «Este mundo es el camino / para el otro», diría Jorge Manrique. Y segundo, en sentido desacralizado, el hombre que viaja (con el fin económico atravesándolo, dándole sentido, y no podemos desligar la importancia de crear una economía nueva y paneuropea a través de las peregrinaciones): es frecuente la idea del timonel que conduce una embarcación y que dependiendo de la Fortuna llegará a buen puerto o no, la Fortuna que es la Providencia. Esta imagen se irá sustituyendo por la del timonel que, dependiendo de su pericia, al margen de los hados, conseguirá llegar a su destino. Este es el cambio fundamental, clave, que ha derivado también de la literatura de viajes, una literatura de transición.

Respecto a la noción del tiempo hay que señalar que entre el mundo medieval y el mundo moderno se establecerá también una diferencia gráfica [15] puesto que el feudalismo se podría resumir como un círculo, que realmente expresaría la estaticidad de la vida y de las formas de vida que la habitan, y aunque girara sobre sí siempre se reduciría a un movimiento de rotación interior y propia, frente a la modernidad y su representación como línea. La organización del tiempo medieval es una reproducción de las verdades litúrgicas. Si el universo medieval superponía cualquier premisa de la vida terrena a la vida ultraterrena, hasta el punto de concebir aquélla como un paso ‘manchado’ hacia la verdadera, y de ahí toda la lógica de la peregrinación —la vida concebida como peregrinación, desde este valle de lágrimas hacia la vida celestial, la vida verdadera, la buena—, en los nuevos parámetros de la modernidad y del Humanismo la vida pretenderá apurarse hasta el último sorbo, porque tal y como reza la máxima capitalista «el tiempo es oro» y entonces no hay tiempo que perder. En la Edad Media, con sus populares peregrinaciones, se buscaba a través del movimiento la quietud perdida del paraíso.

También desde la óptica de la comunicación merece la pena hacer un inciso, puesto que la comunicación intersubjetiva tal y como la entendemos hoy día —esto es, entre dos o más sujetos— no era posible en la Edad Media. Sólo a través de intermediarios podía alcanzarse, y de ahí toda esa suerte de apariciones, visiones, milagros e intercesiones de ángeles, vírgenes y santos, que lejos de obrar por su propio poder actuaban siempre a través de la voluntad divina. En la literatura de viajes no dejan de suceder sucesos maravillosos, comenzando por la aparición de la Virgen, Dios o Jesucristo, intercediendo siempre por las causas pías y cristianas. Son los intermediarios. En la Edad Moderna e incluso en el otoño de la Edad Media, como diría Huizinga, la comunicación intersubjetiva comienza a ser un hecho, y a la literatura no le será ajena, reflejándose en los textos: la literatura epistolar, esto es las cartas (que es la comunicación intersubjetiva e íntima, la más íntima, entre dos sujetos que expresan sus verdades interiores) y los diálogos (que es la comunicación abierta entre dos o más sujetos) adquirirán así una importancia muy destacable.

El ser humano de la Baja Edad Media adquiere individualidad, adquiere «rostro humano», porque hay que recordar que no todas las definiciones históricas del ser humano han sido las mismas, y que sólo a partir de estos momentos históricos se define como sujeto. En el mundo sacralizado medieval los hombres aparecen sin rasgos individuales, se definían como siervos (siervos de Dios, en última instancia). En la ideología sacralizada del esclavismo, los esclavos ni siquiera tenían ese status

En fin. He ahí algunas de las características que a finales del siglo XIII se pueden apreciar en los frescos de Giotto en Assisi, o de Piero della Francesca en Arezzo. La individualidad está en marcha. Y a finales del XIV más aún [16]: frente al mundo de la creación donde todo está controlado y pormenorizado por Dios y su voluntad divina, y frente al trato continuo con el mal y la mezcla de éste con el bien, frente al trato cotidiano con el pecado, en la Edad Moderna la individualidad adquiere dos dimensiones, la pública, de la plaza y de las leyes y del ordenamiento jurídico, la de la fama de igual manera; y la privada, donde aflora la sentimentalidad y la intimidad, el espacio del secreto. La intimidad se construirá bajo la noción de secreto: «Yo soy lo que no digo» (Yo soy aquel que se llama Ausiàs March [17]), y ahí se encerrará toda la lógica de la sentimentalidad y de su construcción, la vida privada. Y si yo soy lo que no digo, y con esa afirmación comienzo a construir mi propia vida, en realidad nos enfrentamos a la construcción de una nueva moral, una moral de la experiencia, que será la base asimismo de toda la lógica empirista. La fama se articulará como la praxis de la dimensión pública de ese nuevo hombre, en tanto que sujeto. El Humanismo es uno de los primeros pasos firmes en la filosofía y literatura en torno a la noción de subjetividad. Conocemos sus nombres y sus tesis, poco, algo o mucho de las vidas de aquellos humanistas, y en este sentido, como ya hemos esbozado, la noción de autor es paralela a la noción de sujeto.

Notas

[*] Universidad de GranadaContacto con el autor: jca@ugr.es

[1] Como bien se sabe, la estructura de la sociedad medieval es cerrada, pudiéndose dividir en dos tipologías: por un lado una caracterización basada en el conocimiento, los litterati, los que saben leer y escribir, frente a los ilitterati, los que no; y por otro lado una caracterización tripartita dependiendo de la ocupación, los que trabajan, los que guerrean, los que rezan (en ellos descansaba el conocimiento de la escritura y la lectura). Recordemos que este conocimiento estaba asociado a lo sagrado e incluso a lo mágico. Marco Polo, además, es un homo retoricus, paradigma del ars dictandi o artes retóricas. Conoce la naturaleza a través del lenguaje, conoce el mundo a través de su libro, conoce el mundo porque lo ha escrito. Escribir es algo formidable que se suma a lo ya visto, mucho más formidable o maravilloso aún. Esto son los mirabilia, una tradición medieval que pretendía vender un producto a fuerza de exclamaciones.

[2] POLO, Marco (2002 [1298]). Libro de las Maravillas, Traducción de Mauro Armiño, Madrid: Alianza. Ver también SHKLOVSKI, Viktor B. (1982 [1936]). Marco Polo, Traducción de Ricardo San Vicente, Barcelona: Bruguera. Y T’SERSTEVENS, A. (1965 [1959]). Los precursores de Marco Polo, Traducción de Carmen Alcalde y Mª Rosa Prats, Barcelona: Ayma.

[3] AGAMBEN, Giorgio (2001 [1995]). Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, Traducción de Tomás Segovia, Valencia: Pre-Textos, 1ª reimp.

[4] MARX, Karl (1986 [1962]). La génesis del capital, Moscú: Editorial Progreso.

[5] La diferencia de una clase a otra, y de una literatura a otra, podría resumirse en la concepción de la mujer: la dama-signora, desde el amor juglaresco y trovadoresco, como noble de sangre, y la donna-angelicata, noble de corazón («gentil cuore», que diría Guido Guinizzelli), en el amor ya stilnovista. Y protoburgués. En el primer amor operan todavía las relaciones feudo-vasalláticas mientras que en el stilnovista no. Lo que define ese cambio se podría denominar como sotileza (soavità, dolcezza); un primer paso en la teoría de los sentidos, hacia el empirismo y el sensismo posteriores. El buen interior del ser humano debe ser cultivado para poder percibir esas nuevas y delicadas emociones que los rudos no aprecian. Ver PETRONIO, Giuseppe (1990). Historia de la literatura italiana, Traducción de Manuel Carrera y Mª de las Nieves Muñiz, Madrid: Cátedra. O RIQUER, Martín de, y VALVERDE, José María (2003). Historia de la literatura universal, vol. IV, Barcelona: Planeta.

[6] En realidad la modernidad no suprime la noción de alma, ni la de Dios (véase Pico della Mirandola (1963). Oración acerca de la dignidad del hombre, Traducción de J. M. Bulnes Aldunate, Puerto Rico: Editorial Universitaria); no suprime, en general, las viejas estructuras medievales, sino que las rellena de nuevos significados, las orienta hacia otra dirección, también esencialista, como explicamos más adelante.

[7] RODRÍGUEZ, Juan Carlos (1990 [1975]). Teoría e historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas (siglo XVI), Madrid: Akal.

[8] La noción de esencia humana será la clave que sustentará la conditio humana (véase Juan Carlos Rodríguez (2002). De qué hablamos cuando hablamos de literatura, Granada: Comares; o el más reciente De qué hablamos cuando hablamos de marxismo (teoría, literatura y realidad histórica), Madrid: Akal, 2013; y compárese asimismo con Hannah Arendt (1993). La condición humana, Introducción de Manuel Cruz, Traducción de Ramón Gil Novales, Barcelona: Paidós.

[9] Véase, entre otros, CURTIUS, Ernst Robert (1999 [1948]). Literatura europea y Edad Media Latina, 2 vols., Traducción de Margit Frenk Alatorre y Antonio Alatorre, Madrid: FCE. Curtius establece aproximativamente los siglos XII-XIII como Alta Edad Media y XIV-XV como Baja Edad Media. Véase también HUIZINGA, Johan (2003 [1927]). El otoño de la Edad Media, Versión de José Gaos, Traducción del francés medieval de Alejandro Rodríguez de la Peña, Madrid: Alianza, 2ª reimp. Huizinga coincide en esta cronología. La Edad Oscura es un término extraído de Gilbert Highet —véase HIGHET, Gilbert (1996 [1954]). La tradición clásica, vol. I, Traducción de Antonio Alatorre, Ciudad de México: FCE—, para designar el periodo desde la caída del Imperio Romano, en el siglo V, hasta finales del siglo X. Consúltese también AUERBACH, Erich (2002 [1942]). Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, Traducción de I. Villanueva y E. Ímaz, Ciudad de México: FCE, 9ª reimp.

[10] Véase SÁNCHEZ TRIGUEROS, Antonio (1999). «Aproximación a la génesis histórica de la noción de sujeto literario», en Revista Trilcedumbre (separata), León: Universidad, 467.

[11] Ver HUIZINGA, Johan (2002 [1954]). Homo ludens, Traducción de Eugenio Ímaz, Madrid: Alianza, 3ª reimp.

[12] Para el porqué de esta periodización, ver Michel Foucault, (1993). Historia de la locura en la época clásica, Traducción de Juan José Utrilla, Ciudad de México: FCE. En cualquier caso hay que destacar que Foucault y otros historiadores y pensadores sitúan en la Edad Moderna el inicio de la cultura occidental, obviamente revisited, de ahí que la denominen l’âge classique.

[13] Véase el excelente RICO, Francisco (2002). El sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo, Barcelona: Destino, colección Imago Mundi.

[14] Juan Carlos Rodríguez, op. cit., 1990: 7.

[15] CAPELLA, Juan Ramón (1993). Los ciudadanos siervos, Madrid: Trotta; y sobre todo BAJTÍN, Mijaíl (1998 [1987]). La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Versión de Julio Forcat y César Conroy, Madrid: Alianza; actualizado en algunos de sus aspectos, sobre todo en el capítulo dedicado al dialogismo: SÁNCHEZ-MESA MARTÍNEZ, Domingo (1999). Literatura y cultura de la responsabilidad. El pensamiento dialógico de Mijaíl Bajtín, Granada: Comares.

[16] Incluso el Quijote, ya en el siglo XVII, en el sentido en el que participa de la literatura carnavalesca e invierte el orden feudal, es también un libro de viajes, porque sus personajes están en continuo movimiento, vagando por España; es la constatación de esa nueva sintaxis e idea del mundo.

[17] Véase Josep Piera (2002). Yo soy aquel que se llama Ausiàs March, Barcelona: El Aleph Editores.

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