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EGM.
marzo 2016 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 18, marzo 2016.

Las prisas del instante

DÍAZ-GRANADOS, Federico (2015). Las prisas del instante, Madrid: Visor.
Juan Carlos Abril

Juan Carlos Abril

 

Las prisas del instante, del colombiano Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974), nos deja el sabor de la vida exprimida hasta sus últimas consecuencias, ahondando en ella a través de una mirada que no cesa de escrutar la realidad, una indagación constante en la materia y en el poliedro del sujeto —tantas veces contradictorio— contemporáneo: «Y si estos ojos no conocen otro oficio / sino contemplar las cosas destruidas y los rostros perdidos / entonces qué sería del puntual golpe de almanaque, / la llegada de las lluvias según los pronósticos del tiempo.» (p. 42) (pp. 42-43, de «Oficios»). Quizás uno de los mejores o más conseguidos poemas del libro, «Oficios» es también una declaración de principios: «No fuimos asesinos, ni notarios, ni carteros / y no hicimos pactos entre el decir y el callar. / Volvimos a extraviarnos en el amargo olor de la cocina, / y a perder el amor en un mal golpe de dados.» (pp. 42-43). Entregados —o podríamos decir abandonados— al azar con sus imprecisiones (parece física cuántica como en «Azar o destino», p. 33), y a las muchas ambigüedades de la palabra (véase la segunda sección titulada expresamente «Arte poética»), el oficio del poeta es mirar, pero más allá de la poesía, el oficio del hombre es mirar no en el sentido platónico y pasivo del término, sino de observar, aportando un enfoque eminentemente constructivo. Es más, el poeta aporta desde su don verbal una gnosis que supera cualquier intuición, que traspasa cualquier barrera metafísica, encarnándose en la cotidianidad. «Hay una manera de contemplar el mundo sin rencor / sin maletas ni mudanzas / más allá de las postales / y sus manteles a cuadros / más allá de sus casa vacías y sus taxis amarillos.» (p. 15, de «Para mirar el mundo»).

De hecho esa cotidianidad es uno de los ejes de este libro como en «Recados cotidianos» (p. 23), donde el escenario de la intimidad se bifurca entre la casa/lo privado, y la calle/lo público: «porque desde la trastienda del sueño llega un viento / que mueve la casa / una luz que se enciende al otro lado de la calle / como trayendo señales de otro mundo.» (ibíd.). Cara y cruz del día a día, de esa rutina que nos dice nostálgicamente «cómo se deshace la vida entre los dedos» (p. 13, de «Noticias de este tiempo»), a veces lo que tenemos cerca se constituye en extrañeza tanto por puntillista identificación como por falsas similitudes: «No podía salir porque afuera había pestes y epidemias / y no sabía ni intuía de qué se trataba.» (p. 23). Lo cotidiano experimentado en toda su extensión, como en el amor, ese otro gran asunto transversal de Las prisas del instante que aparece y desaparece en los poemas para, con su intermitencia, hacernos sentir, darnos razones para seguir adelante. Y no son pocas. Desde el misterio que lo constituye, el amor tiene mucho que ver con la poesía, y existe en algunos poemas una unidad entre ambas temáticas, como en «Testamento de Babel» (p. 32), pues el desencuentro de las lenguas es asimismo desencuentro de las personas, desencuentro amoroso, pero también inversamente encuentro, azar objetivo, casualidad guiada. Las palabras no nacen porque sí, sino que son logos, proyección cognitiva, por lo que la dialéctica encuentro/desencuentro (amoroso, lingüístico) se extiende a nuestro propio relato configurándonos, haciéndonos como somos: «Una palabra en su destierro, / con la voz ronca se hace un sitio entre las derrotas / y nombra en confusa lengua de músicas y heridas / el deshielo.» (ibíd.), ya que «No sueñes otro viento, / no me sueñes como un dolor envejecido, / no sueñes el tiempo y esta palabra, / la extraña muerte que golpea dentro del cuerpo / como leprosos que mudan de color en sus heridas. / Es el eco de una ceniza en los nidos del corazón. / Es el saberse vivo en esta pléyade de desencuentros.» (ibíd.). O dicho en palabras del poeta: «Porque en el amor como en la casa / si enciendo la luz o abro las cortinas / se deshace el barro del que estamos hechos.» (p. 68, de «La nueva casa»).

Por eso en ciertas ocasiones un guiño cortazariano puede ayudar a descongestionar la situación: «Para qué restaurar la casa / si este amor es un relato de hastíos y ángeles de extraña estirpe» (p. 21, inicio de «Casa tomada»). Guiño que va más allá de la relación intertextual o creativa y que se imbrica en una concepción melancólica del mundo, melancolía fruto precisamente de la velocidad del momento, de la intensidad de lo vivido o, lo que es lo mismo y utilizando el título del libro, de Las prisas del instante. No son pocas las páginas donde se puede leer este hastío (por ejemplo: «Todo se descompone más rápido en el corazón de un hombre triste», p. 37), verdadero hilo desde el que se articula el poemario. Este spleen contemporáneo sin duda alguna nace de esa apuesta absoluta por vivir, sea lo que sea eso, vivir: «Tenía razón el tiempo en llevar su ritmo / y la vida en tener sus afanes / para quedarse acá / con todas las prisas del instante.» (p. 11, del homónimo poema «Las prisas del instante», con el que se abre el conjunto). La abulia, pues, como única salida a las expectativas que nos hemos creado, a la ilusión por las cosas —materiales y emocionales— y las personas: «Para matar el tiempo guardo los fantasmas y tristezas / las nostalgias y los nombres que permanecen / para que cada uno encuentre / —como en los juegos de azar— / su par, su carta repetida.» (p. 14, de «Pasatiempo»).

Dividido en cinco secciones que no obstante dialogan entre sí, «I. Los motivos del tiempo», «II. Arte poética», «III. Los oficios de vivir», «IV. Asuntos de entrecasa», y «V. Del amor y sus estaciones», Federico Díaz-Granados nos ha regalado un libro que necesitamos leer y con el que empatizamos a poco de leer el primer poema. Son más los asuntos que nos ofrece Las prisas del instante, como por ejemplo los recuerdos del infancia, la recuperación de ese tiempo… pero aquí sólo hemos querido dejar una muestra a modo de reseña. Un libro importante que no sólo viene a refrendar la trayectoria del autor sino que viene a enriquecer el panorama siempre magmático de la poesía colombiana, y que los lectores agradecemos.

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