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EGM.
marzo 2018 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 22, marzo 2018.

La aventura de traducir

LOZANO, Wenceslao-Carlos: La cocina del traductor, Esdrújula Ediciones, col. Académica nº 1, Granada 2017.
José Pallarés Moreno

José Pallarés Moreno

 

Hace ya once años publicó Wenceslao-Carlos Lozano una recopilación de trabajos de índole académica bajo el título Literatura y traducción. La obra que hoy nos ocupa, La cocina del traductor, puede considerarse una continuación de la anterior, como el propio autor nos indica en las páginas preliminares. Se trata de una nueva recopilación de materiales de distinto tipo conferencia, ponencias, mesa redonda, taller de traducción literaria, reseña, entrevista... cuyo tema sigue siendo la traducción literaria. 

Tal como observábamos en la primera antología, destaca la coherencia que conecta los diferentes trabajos. Se recogen reflexiones teóricas absolutamente vinculadas a la práctica cotidiana de un traductor en ejercicio que se siente partícipe de la idea de Saramago de que con la traducción se construye la literatura universal. En efecto, la importancia que tiene la traducción para la cultura universal es una de las ideas que está presente en todo el libro desde su primer artículo (Traducir en Coppet, pp. 17-51), centrado en la labor de Mme. de Staël y sus coetáneos más ilustres. El intercambio cultural y, en consecuencia, el enriquecimiento que provoca son impensables sin las traducciones. Pero, además, el traductor contribuye a la regeneración de la lengua a la que traduce, al verse forzado a buscar la expresión más ajustada en cada caso para no traicionar el original. Por eso es importante que el traductor conozca en profundidad la obra del autor sobre el que trabaja y la cultura a la que la obra pertenece. Eso le permitirá el trasvase de una manera más ajustada y creativa. No es por tanto el traductor literario un mero técnico, sino alguien que acomete «una aventura existencial y literaria extremadamente gratificante y diversa, instructiva y creativa», como afirma el profesor Lozano en El reto de traducir (pp. 75-96), uno de los textos más enjundiosos y sugestivos de esta recopilación. En esta misma idea vuelve a insistir en el trabajo que cierra el libro, Escritores románticos franceses en Granada (pp. 197-220), donde señala que similar dialéctica entre identidad y alteridad que, ligada al desplazamiento físico, experimenta el viajero la experimenta también el traductor, quien «intuye que su paraíso perdido se encuentra en otra parte y que necesita complementar su imaginario para encontrarse a sí mismo» (p. 216). Nada pues más lejos de lo rutinario que la actividad de un buen traductor literario que, «embarcado en una aventura incierta, tiene que moverse dentro de unas coordenadas espacio-temporales ajenas a sus actividades habituales, y por tanto en una situación arriesgada para su propia identidad» (ib.).

Como el propio autor declara, la teoría de la traducción que le interesa de verdad es la que deriva de su práctica (p. 83). A partir de aquí cabe preguntarse cuál es la traducción ideal, qué debe perseguir el traductor y qué cabe exigirle: 

El traductor aspira a quedarse con la savia de la obra y el alma del autor, con unos secretos que se resisten a ser desvelados, para revitalizarlos en otro idioma en una actitud algo vampírica y para dar cuenta de factores estilísticos, rítmicos, melódicos, que no son nada accesorios sino consustanciales a toda obra literaria digna de ese nombre (p. 87).

Esto presupone, por supuesto, un buen dominio de la lengua a la que se traduce, pero también una «cabal aprehensión del texto [que] solo puede hacerse tras una lectura crítica del mismo» (p. 73). Valgan como ejemplos la traducción de Cécile del propio Lozano y la de Paul Valéry, realizada por Antonio Pamies, de la que nuestro autor se ocupa en Paul Valéry: Charmes / [en]Cantos (pp. 187-195). 

Este es el reto. Pero para alcanzarlo el traductor debe enfrentar distintos problemas, algunos de carácter lingüístico, otros de tipo cultural y otros más urgidos por la propia dinámica del oficio, tales como la relación con el editor y los correctores. Fajado en estas lides, el autor ofrece su experiencia a los futuros traductores (no en vano es profesor en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada), a partir de la reflexión sobre su propia actividad traductora (las traducciones de las novelas de Benjamin Constant, Yasmina Khadra o Boualem Sansal, la del Diccionario literario para esnobs de Fabrice Gaignault, etc.): los artículos La traducción castellana de Cécile, de Benjamin Constant: algunos criterios traductológicos (pp. 53-73), Las expresiones idiomáticas y su traducción (Francés-Español) (pp. 165-185), Traducir el Mediterráneo (pp. 143-163) y La cocina del traductor (pp. 97-141), el artículo que da título al libro, responden a este objetivo. 

Sortear estos escollos no es tarea fácil. El traductor debe acometerla consciente de la importancia de su labor, sin la cual «nuestros conocimientos estarían limitados a las producciones propias de nuestro idioma, y eso sería una tragedia de incalculables consecuencias para la humanidad» (p. 76), pero al mismo tiempo consciente también de que su trabajo tiene fecha de caducidad: si la obra literaria original queda fijada en el momento que su autor pone el punto final, las traducciones de la misma son siempre revisables, a tenor de la evolución de la lengua meta. Pero es que, además, como señala Lozano al hilo de las reflexiones de Walter Benjamin, 

... no solo conviene retraducir para actualizar la lengua meta en un momento histórico determinado, sino también para reinterpretar la obra original en función de lo que el núcleo intraducible pudo ocultar en una traducción anterior y quizá quede parcialmente desvelado al someterse a una nueva (p. 89).

Estamos ante una obra sugerente y lúcida, fruto de la reflexión de quien es al mismo tiempo profesor y traductor, de alguien que construye su teoría con los pies bien asentados en la tierra; en este caso, en el ejercicio riguroso de la traducción literaria. 

La joven editorial Esdrújula inaugura con La cocina del traductor su Colección Académica. Sin duda un buen y prometedor principio. 

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