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EGM.
septiembre 2009 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 5, septiembre de 2009.

Hinojosa, Sergio. Santa anorexia. La noche oscura del alma. Madrid, Maia, 2009.

Susana Isoletta

La obra de Sergio Hinojosa representa un exitoso esfuerzo de fidelidad a un aspecto fundamental de la teoría freudiana: la continuidad entre salud y enfermedad, la inexistencia de diferencias cualitativas entre sujetos considerados normales y aquéllos que merecen algún tipo de consideración psicopatológica (estructura neurótica, psicótica o perversa).

La concepción de la anorexia como “un modo de ser” es innovadora. No sólo representa un estilo de vida al que el sujeto se adhiere de forma voluntaria y hasta tiránica (él mismo se convierte en juez y parte de esa tiranía), sino que, en esa forma de posicionarse, las personas que lo rodean quedan exiliados en su capacidad de satisfacer alguna demanda por parte del paciente.

La originalidad de este planteamiento permite por un lado despatologizar la enfermedad y al mismo tiempo incluirla como un elemento fundamental en el vínculo que la paciente establece con su entorno. Ello implica circunscribir la anorexia y la bulimia como parte de la cultura, como síntomas que encuentran su correlato en los sujetos denominados normales.

En la relación con los padres, el síntoma anoréxico ejerce un rol privilegiado. La muchacha que otrora se sometía a la voluntad de los mayores y cumplía a rajatabla con todas sus exigencias, se afana en utilizar el síntoma como instrumento de fustigación. No es ella quien los castiga, no es por su voluntad que deja el plato a medio comer o que arroja al vertedero gran parte de los alimentos de la cena. Oculta detrás del síntoma y con más razón si éste ha sido consagrado por el diagnóstico psicopatológico correspondiente, la joven obediente se trasforma en verdugo de las necesidades de su cuerpo y del deseo de los padres.

En algunas ocasiones se dedica con esmero a proclamar a sus lectoras virtuales en las páginas web “ana” su triunfo. Imperativamente llama a otras jóvenes a sumarse a su cruzada particular, una cruzada cuyo objetivo esencial es el éxito de la coerción sobre el cuerpo. En esta obra se muestra con precisión la alternancia del triunfo de las “anas” (anoréxicas) con las “mías” (bulímicas), y el elemento melancólico que suele acompañar a estas últimas. “La anorexia no es un rechazo puntual o caprichoso, es un estilo de vida fundado en el rechazo” nos dice el autor, y a través del estudio de algunos personajes considerados Anoréxicas Santas, establece las similitudes y diferencias con nuestra joven actual.

Asimismo el tema de la oralidad ocupa un espacio central en esta obra. La cuestión de la comida forma parte de nuestras aceptaciones y rechazos cotidianos, y los síntomas orales nos acompañan de una manera u otra a lo largo de toda la vida. No existe un saber relativo a los alimentos más profundo que el conocimiento que el sujeto tiene de su propio deseo. Para ser más exactos: las nociones que puede atisbar acerca de él a través de las sensaciones internas de saciedad, de hambre o del malestar y el placer que puede acompañarlas.

La oralidad está estrechamente vinculada con lo religioso y por lo tanto con lo sagrado. La oralidad, por medio de la comida sacrificial, vincula al sujeto con el Dios Padre y, al mismo tiempo, con el grupo social de pertenencia. En algunos textos freudianos considerados prínceps se revela esa articulación en toda su complejidad: Tótem y Tabú, Psicología de las masas y análisis del yo, Moisés y la religión monoteísta.

Ágape es uno de los nombres con el que se designa a la eucaristía. En su origen es la transcripción de la palabra griega y así se denominaban a las comidas que los paganos y los cristianos primitivos celebraban. Por ello está emparentado con los ritos funerarios que tenían lugar en las catacumbas.

Eucaristía también tiene origen griego, eucharistia: “acción de gracias”; es uno de los principales ritos cristianos, llamado también comunión, cena del señor o santa cena. Según la tradición católica es el sacramento del sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo.

En la antigüedad greco-romana la fiesta dionisíaca en su despliegue de goce y algarabía coloca en un primer plano la cuestión de la oralidad vinculada al goce sexual y a la trasgresión. Celebración de carácter orgiástico socialmente relacionado con los tiempos de siembra y cosecha pero, al mismo tiempo, espacio simbólico.

También entre los pueblos “primitivos” tiene lugar la celebración de la comida sacrificial. En las tribus totémicas, por ejemplo, el padre hecho carne en la mesa representa la instauración social de la prohibición del incesto y el canibalismo. Sigmund Freud necesita dar cuerpo y carne a ese padre para justificar la universalidad de la prohibición edípica; argumenta la existencia real de un banquete en el cual los hermanos devoran al padre para poder incorporarlo e identificarse con él. El mito freudiano es incierto pero productivo para justificar la universalidad de la ley simbólica.

Posteriormente, el antropólogo Lévi-Strauss articula el carácter universal de este padre, su función en la estructura edípica como límite al goce. El ayuno como ofrenda religiosa está presente en todas las religiones, particularmente las monoteístas. Estos ritos de purificación están pautados de manera particular en las distintas religiones: cristianismo, judaísmo, budismo. Determinados rituales festivos exigen el cumplimiento del ayuno por parte de los fieles, que pueden estar unidos a otros actos de abstinencia.

El ayuno (nos dice Hinojosa) por ser privación voluntaria y producir un sufrimiento similar a la enfermedad constituía, y aún constituye, una “prueba” incomparable para el pecador. Es a partir de esta práctica del ayuno que tienen lugar distintas manifestaciones que se analizan pormenorizadamente en el texto, la inedia medieval, la inedia prodigiosa y la santa anorexia.

La palabra “inedia” es usada por el médico alemán Guillermo Hildano Fabricio. Es una voz latina, de origen médico-dietético. En el ocaso del imperio romano adquirió un sentido religioso-moral. Los eremitas hacían dietas muy estrictas, se privaban ante todo de carne; representaba una renuncia voluntaria moral y sacrificial.

En cuanto a la “inedia prodigiosa”: alguien puede mantenerse gran parte de su vida sin comer gracias a los recursos extraordinarios de la naturaleza; a diferencia de la inedia medieval, el prodigio lo produce la propia naturaleza mientras que en aquélla era el poder supremo de Dios sobre el cuerpo del creyente quien operaba el milagro.

Finalmente, la “santa anorexia” denomina una gran cantidad de casos que tenían lugar entre mujeres, generalmente de alta clase social y gran poder económico que se aislaban del lujo y la opulencia para vivir en la penitencia y la oración. Transcurre en el período comprendido entre el siglo XII al XVII, marcado por el crecimiento del capitalismo y el declive de la ideología feudal religiosa como organizador de la vida. El carácter milagroso y santo de sus prácticas era atribuido por su entorno social que contemplaba fascinado el fenómeno y en ocasiones por la autoridad religiosa otorgándole el carácter de santidad.

Dos condiciones debe reunir: la primera, constituirse como un síntoma, entendiendo por tal la manifestación subjetiva de la mujer que, en este caso, no lo considerará tal sino una experiencia mística. La segunda es la posición del sujeto frente al deseo y la pulsión, particularmente oral. Una fantasía específica, un modelo de mujer, una aspiración de la feminidad que la coloca en un punto de idealización asfixiante entre el de mujer virgen y “la perfecta casada” de Fray Luis de León. Interesa textualizar estas frases de S. Hinojosa

lo peculiar en esta afección es que a tal negación del cuerpo le siga una afirmación del espíritu. Una afirmación del sujeto que vacía su cuerpo de inmundicia e introduce a la mujer, así identificada, en la pureza de otro lazo social imaginario y algo más que emotivo.

El estudio de los escritos de Santa Teresa de Jesús muestra con claridad las vicisitudes y la historia vital de una Santa Anoréxica ejemplar. Oscilando entre el supuesto deseo divino y la voluntad del diablo, las santas anoréxicas pasaron a ser sospechosas de brujería. No sería a causa de un milagro sino por el efecto de maleficios que se podrían mantener en ayuno durante un tiempo prolongado. Los representantes de la Iglesia adoptaron de forma paulatina una actitud recelosa y muy cauta respecto a estos fenómenos.

La anoréxica moderna no aspira a ninguna santidad, no obstante, también hay una profunda y férrea voluntad idealizada: prescindir del cuerpo, ignorar sus necesidades, gozar con su control y sus consecuencias autodestructivas.

El ideal ya no es un dios religioso, pero sin embargo hay una ofrenda del cuerpo a un dios particular, un dios que también proviene del imaginario colectivo: el ideal de la perfección y del control, el ideal de la renuncia a la sexuación.

Las anoréxicas y bulímicas contemporáneas no son beatas, no rezan, pero atraviesan de una forma peculiar su propia “noche oscura del cuerpo”.

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