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EGM.
septiembre 2011 /
Publicación semestral. ISSN: 1988-3927. Número 9, septiembre de 2011.

Gironell, Martí, L’arqueòleg, Ed. Columna, Barcelona: 2010. El arqueólogo, Ed. Suma de Letras, Barcelona: 2011.

Irene Julve Nieto

 

Bonaverntura Ubach, monje del monasterio de Montserrat, recorrió en diferentes viajes Oriente Medio. Durante éstos vivió muchas aventuras y anécdotas. La idea de novelarlas ha sido del periodista Martí Gironell (El pont dels jueus, Columna, 2007; La venjança del bandoler, Columna, 2008) que en su corta trayectoria literaria se ha consagrado como autor de novelas históricas.

Ubach es un arqueólogo y aventurero al que debemos el privilegio de tener importantes piezas antiguas y la tranquilidad de haberlas adquirido legalmente, alejando del Museo Bíblico de Montserrat cualquier sospecha de expolio.

La alucinante historia de este monje empieza a forjarse durante sus estudios en la Escuela Bíblica de Jerusalén, donde planea un recorrido por aquellas tierras con un doble objetivo: conocer mejor las Sagradas Escrituras para poder elaborar una Biblia ilustrada en catalán y recolectar objetos para la construcción de un pequeño museo bíblico en Montserrat. El libro de Gironell nos narra dos de los viajes de Ubach: en el primero, acompañado del monje holandés Vandervost, tiene como meta seguir los pasos del pueblo israelí recogidos en el Éxodo; el segundo, que ocupa una parte pequeña de la novela, nos relata el viaje a tierras mesopotámicas para acercarse a los hechos del Génesis.

El inicio de la novela plantea dudas: delante de un texto tan fácil de leer el lector no sabe si se encuentra frente a un best seller malo, con trama simple y personajes sin relieve. La desconfianza se va desvaneciendo: el texto es fácil, sí, pero la lengua de Gironell es riquísima, embellece y da vivacidad al relato. La historia es sencilla, transcurren dos tramas paralelas, la principal basada en las vivencias de Ubach, la secundaria, imaginada por Gironell a partir de unas túnicas que existen realmente en el Museo Bíblico. Pero no por sencilla tiene menor calidad. Cada capítulo es una aventura nueva, resuelta en su mayoría por el ingenio de Ubach, una especie de Tintín reportero que tiene solución para todo: el héroe inteligente, de mente ágil, persuasivo, curioso, que no tiene necesidad de utilizar la fuerza o entrar en conflicto.

Acompañando a Ubach, encontramos dos personajes que moverán las tramas secundarias. El monje Vandervost hará del mismo viaje un recorrido contrario al de Ubach. El conocimiento de las tierras bíblicas y de las motivaciones sinceras de éste le harán plantearse su fe y tomar una determinación firme. Saleh, uno de los beduinos de la caravana, protagoniza la historia de las túnicas. Tanto los personajes secundarios, como la excusa para organizar la narración paralela, son reales. Gironell se basó en ellos para fabular con sus vidas, pues aunque Vandervost acompañó a Ubach, el viaje interior del monje belga es una invención del autor, así como el relato relativo a las túnicas, tres piezas coptas de los siglos IV-V d.C. que pueden verse en el Museo de Montserrat.

Para crear la novela Gironell se ha basado en la abundosa información que dejó el propio Ubach: sus dietarios y fotografías, ya que el monje era muy aficionado a tomar imágenes con su Kodak de todo aquello que le maravillaba. Además, Gironell se ha entrevistado con el colaborador y continuador del trabajo de Ubach, Pius-Ramón Tragan, quién le ha proporcionado datos sobre el carácter y la forma de ser de nuestro protagonista. También se ha servido de la biografía de Ubach escrita por Romuald Díaz i Carbonell, asimismo monje de Montserrat, en 1962.

Gironell ha llevado a cabo una gran tarea de documentación, bien integrada en el texto. No sólo para conocer su personaje y sus circunstancias, sino también sus estudios bíblicos. Consigue así hacer evolucionar al personaje espiritualmente: Ubach va comprendiendo mejor los referidos textos bíblicos a partir de sus escenarios, objetivo del viaje, y Gironell lo ejemplifica introduciendo los versículos que recuerda el monje a medida que le van sucediendo aventuras, mientras dichos fragmentos aliñan los cortos y amenos capítulos.

Va incorporando además personajes importantes con los que se cruzó o se pudo cruzar el monje, como el arqueólogo británico Leonard Woolley y un joven Lawrence de Arabia o el arzobispo del monasterio del monte Sinaí, Porfirio II; así como los hallazgos más curiosos que encontramos hoy en el museo: unas ramas de fresno florido que Ubach creía que eran el maná bíblico; un bizr, pez de grandes dimensiones; una momia y tres sarcófagos comprados en el Museo del Cairo después de conseguir convencer y también regatear con su director.

Los escenarios: paisajes desérticos, oasis, pueblos, monasterios, templos e incluso las ropas y la vegetación, están muy bien detallados, dando veracidad a la obra y facilitando la inmersión en el contexto histórico y escénico.

La novela es muy recomendable, siempre que el lector sepa a qué se enfrenta. No es una historia épica donde un monje pasa pruebas imposibles. Es Tintín reportero en tierras bíblicas. Es el goce de las aventuras sencillas superadas con ingenio, en un escenario que se le va descubriendo al lector al mismo tiempo que a los protagonistas.

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