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EGM.
marzo 2013 /
Publicación semestral. ISSN: 1988-3927. Número 12, marzo 2013.

Francisco Barrionuevo, María Ruiz Ocaña y Lola Terol, Tres poetas sevillanos. Sevilla, La llave de plata, 2012. Prólogo y selección de Antonio Rivero Taravillo.

Pedro Sevilla

No conozco por dentro el taller de poesía de Antonio Rivero Taravillo en Sevilla, pero sí el que ha venido y viene impartiendo en Jerez el poeta José Mateos, de donde han salido autores tan claros como Raúl Pizarro o Pilar Pardo, entre otros. No conozco el de Sevilla, de nombre “Escribes”, pero me hago una idea: alumnos con alguna inquietud, con deseos de aprender métrica, sintaxis, morfología y otros envoltorios de la poesía; y alumnos poetas, es decir, los que llevan dentro la música y la necesidad de comunicarse por este medio milenario y tortuoso que llamamos poesía.

De este segundo grupo son, sin duda, los tres escritores sevillanos —Francisco Barrionuevo, María Ruiz Ocaña y Lola Terol— quienes, en la colección «La llave de plata», al cuidado del poeta-editor Abel Feu, han unido sus nombres para dar una muestra de su quehacer poético, referencia de la poesía que se trabaja hoy en Sevilla, en Andalucía.

Conocí primero a María, machadiana, nostálgica de los años de oro, de la infancia, de la pureza. De nuestra amistad, y de su visita a Arcos de la Frontera, el pueblo donde vivo, da fe el delicioso poema que me dedica y que aparece en la antología. Después vinieron Lola Terol, hija poética, como bien señala Rivero Taravillo en el prólogo a la edición, de Emily Dickinson, íntima, retraída e indagadora como ella; y Francisco Barrionuevo, poeta tardío que, sin embargo, refleja una extraña madurez expresiva.

Tres poetas, tres formas distintas de ver el mundo y de escribirlo con los materiales de siempre: el miedo, la eterna pregunta sobre la muerte, sobre el paso del tiempo, sobre el dolor y su sentido, sobre la infancia inmortal. Tres formas de escribir que en Lola se hace distorsión, interrogación, aliteración —rumor de alas—; en María, memoria y tiempo —la palabra en el tiempo de don Antonio—; y, en Francisco, lucidez y un desengaño que se me antoja algo impostado, desmentido por sus ojos ávidos, ilusionados como los de un adolescente.

Con toda seguridad, estos tres poetas que ahora se dan a la luz en esta «llave de plata», han de confirmar su alternativa en libros individuales. No hay sociedad poética que dure siempre —otra cosa es que continúe la amistad— y se espera eso, sus libros unipersonales, propios, característicos. Mientras tanto, esta antología colectiva, esta muestra de quehacer poético, da fe del valor de los talleres de poesía, de donde salen autores como éstos que hoy saludo y aplaudo.

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