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EGM.
septiembre 2017 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 21, septiembre 2017.

Épica de raíles

ARANDA, VERÓNICA (2016). Épica de raíles, Madrid: Devenir. Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valencia 2016.
Juan Carlos Abril

Juan Carlos Abril1

 

Épica de raíles es un libro de poemas que se articula en torno al viaje en tren, pero que en general alude al tema del viaje lo cual es, a la vez, una gran apuesta por la vida de su autora, Verónica Aranda (Madrid, 1982); es decir, por un modo concreto de concebir la vida, nada convencional o conformista. He ahí la épica, el reto de ese sujeto cotidiano que pulula por las páginas de este poemario, y convengamos desde ya que, si no es la autora, se le parece mucho al elaborar las enunciaciones en primera persona, a veces desdobladas en el tú. Es como si lo fuera. Por tanto el viaje es una búsqueda de la otredad, expresada en diferentes vías. En su proyección, «vías» tiene más que ver con lo que cambia y se mueve, se desplaza, se incluye y se excluye, lo que se une y se abraza, lo alto y lo bajo, lo que aparece y desaparece, etc. El hombre siempre está yendo; la vida es una realidad in via. Un sentido proteico marca agudamente estas nociones, como aquello que fluye; nada permanece. Y no es sencillo, sin embargo, ni queremos simplificar a pesar de que nos encontremos en el espacio reducido de una reseña, pero la mirada heraclitiana —en general clásica— pudiera resumir —si fuera posible— la perspectiva nómada que nos ofrece esta Épica de raíles, que apela al canto heroico de Ulises, a ese vagar que es destino y elección: no olvidemos que Ulises no sólo es condenado por los dioses, sino que también se trata de no querer volver al hogar, donde acabaría feliz, sí, pero aburrido, para realizar sus correrías por el Mediterráneo, en la mayor aventura que se puede vivir en plenitud. «Tomo un expreso hacia regiones áridas. / Vine también a sondear mis límites.» (de «Delhi Express», p. 39) nos aclara. Y en otra sección se abordará la «Identidad» (p. 73) como una cuestión basilar, porque «Toda patria es exilio» (de «El Ulises de hoy», p. 65), en una actualización.

Las problemáticas que se abordan en este poemario —y su escritura se plantea como una gesta— se hallan más allá del pasado o del futuro y, por el contrario, instaladas en el presente. «Todo poema encierra / una labor de duelo.» (de «Ártica», p. 74). Estos son los dos últimos versos de la obra que nos invitaría a una lectura meditativa que pasa de la realidad a la página, que nos filtra la realidad a través de la poesía, del misterio del vivir, de aquellas cosas que merecen la pena, que nos punzan o nos arrancan un instante enigmático que lo explica todo. Eso pudiera ser, en muchas ocasiones, la poesía. Y el viaje su correa de transmisión. «El viaje nos libera o puede condenarnos / al miedo irracional a las llegadas.» (de «Himachal Express», p. 37). El viaje se concibe, en ese sentido, como una deliberada reflexión sobre el tiempo presente, una invitación baudelaireana al carpe diem, arañándole a la vida aquellas impresiones que nos marquen en su extensa o intensa latitud, y al goce de vivir. Las resonancias que, además, tiene el tren o los raíles, nos podrían remontar también al mobilis in mobile que aludiera Jules Verne a propósito de Nemo, el capitán que retoma —homenajea— el nombre del rey de Ítaca, en su lucha contra Polifemo.

Teniendo en cuenta la inmensidad del desarrollo a que nos podría llevar el mito de Ulises, hay que decir que aquí se concibe como punto de partida de otras vetas temáticas y epistemológicas. Entre otros aspectos, recordar que al igual que Ulises, la autora o el personaje femenino que representa va dejando en cada puerto una conquista, y la naturaleza de este es el amor entre mujeres, si bien nunca se alude literalmente, sino que aparece en la simbología desplegada desde el primer poema y desde el título de la primera sección, «Selva», un conjunto de veinte poemas sin título, numerados en romanos, que hablan de los encuentros sexuales, los conflictos de identidad sexual, las reflexiones, las idas y venidas en la India, de esa mujer con diferentes mujeres: «conocí a una mujer que tocaba el harmonium / y componía canciones del nordeste» (de «IX», p. 19), o «[c]onocí a una mujer en Rishikesh» (de «XIII», p. 23). Esta simbología se va alargando de tal manera que deviene en alegoría y así, desde el mismo inicio, asistimos a una erotización de la realidad que va salpicando al texto de humedad y atmósfera, de aromas y matices, de tonalidades y sensualidad. «Era bajo las parras / pura escisión, letargo de los nombres, / brecha en la inconsistencia del panal.» (de «I», p. 11). O: «En tu axila derecha / transcurre el duermevela, / en la izquierda, un glissando / que entrega a la mañana / sonidos intermedios. // Toda selva es exilio / y sus frutos nocturnos otorgan lejanía.» (de «XII», p. 22). O esta otra: «La herida-ardor tan próxima a la soga. / La herida que se encorva en los viajes a pie. / La herida-molinillo de colores. // Selva adentro la herida es innombrable / como el sol fronterizo / o los dedos que miden / los ángulos de un cuerpo.» (de «II», p. 12). La sutileza de las descripciones, las composiciones de conjunto, los claroscuros, los juegos de contraluz, las pinceladas a modo de bodegones impresionistas, trazos de naturalezas muertas, penumbras o momentos íntimos alrededor de una vela o en la sencilla calidez de un jergón y dos cuerpos que se frotan, mientras afuera cae la lluvia torrencial, forman parte de un despliegue sensorial fruto de una acertada y estimulante ambientación orientalista. Esta primera sección, «Selva», se completaría con una reflexión importante acerca de la identidad sexual —su construcción moral— de ese amor lésbico en un país como la India, donde está prohibido, y que conlleva, en las conquistas implicadas, sentimientos de culpa: «Selva: intensa ebriedad de madrugada. / La luz de queroseno / y el temor a nombrar. […] Unos meses después, al suroeste, / buscaste al ermitaño;» (de «VI», p. 16). O: «Conocí a una mujer en Rishikesh / que buscaba el consejo de un asceta. […] Ató cada renuncia a un hilo rojo.» (de «XIII», p. 23). O: «Ha llegado el monzón / y la mujer se empieza a interrogar. […] Lo demás es herrumbre, / el lodo de la urbe y las tormentas / lacerando su cuerpo.» (de «XVI», p. 26). Pero como ya hemos apuntado, la gesta de la escritura se funde en poesía, y «amplía la palabra». (de «XX», p. 30). De este modo, la sexualidad se hace poema, la palabra se erotiza. Asimismo la poesía se tematizará en el final de otras secciones y en otros momentos, (véase «Poética», p. 58)  como en el excelente monólogo dramático «Zenobia Camprubí toma un tren una tarde de primavera» (pp. 42-43), aludiendo a la transustanciación juanramoniana del autor en su obra, para que sobreviva la conciencia poética, en el último poema de «Épica de raíles», la segunda sección; de nuevo en «Encrucijada»: «Simplemente acontecen las palabras / y dos notas para una salvación» (p. 62), en el texto final de «Canícula», la tercera parte; o en «Azul glaciar», en los versos citados arriba. La reflexión metapoética podría cerrar el libro articulándolo en torno a un más allá del viaje, y sin duda este magnífico poemario nos lo ofrece, dándonos mucho más que un viaje, pero a través del viaje, pues también la poesía es eso.

Como hemos dicho, la India ocupa la primera parte del libro, pero también aparecen otros escenarios —que aquí dejamos que el lector descubra— en diversos continentes, los cuales ahondan en estas nociones, y en otras, que sólo hemos podido apuntar, con lo que dibujaríamos una suerte de cartografía sentimental muchas veces difuminada, como una postal en la que se cuentan fragmentos de vivencias, técnicas de acuarela en el sopor del trópico, o en el frío ártico. Qué más podemos decir excepto que estamos ante un libro importante no sólo para la autora, en su ya sólida trayectoria, sino dentro del panorama de la poesía española actual. Un libro que no puede pasar desapercibido.

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 Universidad de Granada, España.

Contacto con el autor: jca@ugr.es

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