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EGM.
septiembre 2011 /
Publicación semestral. ISSN: 1988-3927. Número 9, septiembre de 2011.

El problema del significado lingüístico

 

Mirko Lampis [*]

 

Resumen. Si la semántica aún representa la rama menos desarrollada y más controvertida de la lingüística esto se debe, esencialmente, a que las modalidades descriptivas basadas en los principios fundamentales del positivismo (reducción, abstracción, composición), que sí han tenido cierto éxito explicativo en el caso de las formas de la lengua, se han revelado inadecuadas para el estudio del significado. En este artículo se sugiere un posible camino alternativo, un acercamiento de tipo sistémico a los problemas planteados por la dimensión semántica de la lengua.

Palabras clave: significado, semiosis, lengua.

Riassunto. Se la semantica rappresenta ancora la parte meno sviluppata e più controversa della linguistica è perché, essenzialmente, le modalità descrittive basate nei principi fondamentali del positivismo (riduzione, astrazione, composizione), che pure hanno avuto un certo successo esplicativo nel caso delle forme della lingua, si sono rivelate inadatte allo studio del significato. In questo articolo si suggerisce un possibile cammino alternativo, una approssimazione di tipo sistemico ai problemi posti dalla dimensione semantica della lingua.

Parole chiave: significato, semiosi, lingua.

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Señala Jiří Černý (2006) que los intentos llevados a cabo a lo largo de la historia de la lingüística de aplicar a la dimensión semántica de las estructuras de la lengua los mismos supuestos y esquemas de análisis empleados en el estudio de las formas significantes (fonemas, morfemas, palabras, sintagmas, oraciones, textos, etc.) no han dado, generalmente, buenos resultados, es decir, no han conseguido formalizar un conjunto exhaustivo y coherente de asertos e instrumentos descriptivos. Se trata, añadiremos, de un límite, de un “fracaso” de la teoría lingüística que ya se manifiesta a la hora de intentar definir de una manera unívoca y satisfactoria (una manera “científica”) la propia noción de “significado” y que se refleja en la consiguiente abundancia y diversidad de definiciones propuestas: asociativas, biológicas, conductistas, pragmáticas, verificacionistas, estructuralistas, generativistas, computacionales, interpretativas y un largo etcétera. Nada extraño, por lo tanto, resulta el hecho de que la llamada “semántica” (de acuerdo con Morris, el estudio de la relación que se da entre los signos y sus denotata) siga siendo la “cenicienta” de los estudios lingüísticos. Escribe el propio Černý:

La tendencia a eludir los problemas del significado sin duda está motivada por el estado poco satisfactorio de la semántica actual y, por otra parte, por el esfuerzo de hacer la investigación “más científica”. La semántica constituye actualmente la parte menos elaborada de la lingüística, y sobre el significado lingüístico hasta ahora desgraciadamente tenemos nociones muy superficiales. La forma, por el contrario, es fácilmente accesible: es el material concreto que está a disposición de cualquier investigador. A pesar de ello, hay que hacer constar que la forma y el contenido también en la lengua están estrechamente unidos. Cualquier tendencia a dedicarse sólo a uno de los dos componentes puede llevar sólo a resultados parciales e incompletos (Černý, 2006: 212).

Antes de proseguir, es el caso de prevenir contra dos pequeñas imprecisiones terminológicas (sobre todo desde una perspectiva “glosemática”): con el término “forma” podemos referirnos al plano de los significantes, de las expresiones, de aquellos elementos materiales (sensibles, analizables) que empleamos para “significar” algo, pero no hay que olvidar que es posible distinguir entre un plano de la sustancia y un plano de la forma tanto al hablar de significantes (o expresiones) como de significados (o contenidos), aunque en este caso con alguna dificultad añadida. Porque tanto las expresiones como los significados son sustancias formadas, o formas sustanciadas, si se prefiere: materia organizada de algún modo, y relevante, o pertinente, precisamente en virtud de esta organización.

Significado y expresión no son, además, los únicos factores a tener en cuenta, los únicos elementos que se hallan estrechamente vinculados en la lengua, en las prácticas lingüísticas. También tenemos, desde luego, a los hablantes, a los sujetos que reconocen y producen las expresiones y los significados, los agentes que seleccionan materias y formas, y que están hechos ellos mismos de materias y formas, los individuos que interactúan, que comunican y que aprenden a coordinar la propia conducta lingüística con la de los demás. Nadie olvide, en otras palabras, la profunda unidad a la que ya aludía Morris (1985), la unidad que se da entre las estructuras lingüísticas (objeto de la sintaxis), los significados lingüísticos (objeto de la semántica) y los hábitos lingüísticos (objeto de la pragmática).

Pero volvamos a los problemas relativos a la noción de “significado” y, en última instancia, a un “fallo” teórico que ha marcado los comienzos mismos de la lingüística científica (y, más concretamente, de las prácticas estructuralistas y generativistas). Léase la siguiente cita de Paolo Fabbri:

Toda nuestra época ha sido atravesada, de hecho, por la idea constructivista, y radicalmente utópica, de que es posible trocear la complejidad del lenguaje, la complejidad de la significación, la complejidad del mundo en unidades mínimas (sobre el modelo atomista), para luego, a través de combinaciones progresivas de elementos de significado y combinaciones progresivas de rasgos de significantes, producir o reproducir el sentido (Fabbri, 2001: 18; la traducción es mía).

La idea “atomista” a la que alude Fabbri es, si bien se mira, la idea central de todo el pensamiento positivista: el conjunto de los fenómenos observados puede ser explicado sólo si se reducen sus manifestaciones a un número limitado de componentes fundamentales, cuyas interacciones y combinatorias forman la estructura profunda (el sistema, la langue, la competence) que gobierna y rige el comportamiento de todo el conjunto más allá de su heterogeneidad superficial, de sus contradicciones, accidentes y singularidades.

Sin embargo, tal y como señala Iuri Lotman (1996: 21-23), el camino reduccionista no es la única vía disponible para el análisis de las formaciones semióticas (desde el texto hasta estructuras globales como las lenguas o la cultura): de hecho, no existe ninguna formación semiótica que funcione o pueda funcionar de manera aislada, sino que todas ellas están funcional y operacionalmente conectadas en un continuum semiótico (al que Lotman define como semiosfera). Para entender el funcionamiento de una formación dada, por consiguiente, hay que investigar las correlaciones sistémicas que la conectan a los dominios semióticos en la que ésta, precisamente, existe como unidad identificable. Una lengua, por ejemplo, es parte integrante de un sistema cultural y su comprensión necesariamente pasa por las relaciones que ligan las estructuras y procesos que la definen al conjunto de las manifestaciones significantes activas en el sistema.

Ahora bien, puede que una perspectiva sistémica así delineada resulte más eficaz y más productiva que la perspectiva reduccionista en el estudio del significado lingüístico. Piénsese en uno de los métodos más practicados y comentados de análisis estructural del significado, el análisis componencial. Un método que, en opinión de Eco (1984), se resuelve en un callejón sin salida: la idea de poder estudiar todas las unidades semánticas de la lengua (los sememas o lexemas) mediante su descomposición en una serie de marcas semánticas elementales (los semas) se resuelve en la selección (más o menos arbitraria) de un conjunto limitado de marcas de significado muy general (del tipo: “singular”, “animado”, “masculino”, “adulto”, etc.); el poder discriminante de estas marcas, sin embargo, resulta bastante limitado, así que nos vemos obligados, en nuestras descripciones de las unidades de la lengua, a introducir una serie de marcadores secundarios más específicos; pues bien, el carácter ad hoc de estos nuevos marcadores, y los criterios de guían su elección, bastante heterogéneos, acaban por mandar al traste la presunción de universalidad de todo el análisis.

Para volver más coherentes y más eficaces nuestras descripciones, entonces, es necesario complicarlas con posterioridad, volverlas más impuras, especificando para cada semema (o expresión culturalmente pertinente) todos sus posibles significados (todas las denotaciones y connotaciones registradas en la cultura de pertenencia) y todas las selecciones contextuales y circunstanciales que determinan, en todo momento, un recorrido interpretativo específico (la activación de unos interpretantes y no de otros). Es necesario abandonar, en otros términos, el modelo de análisis anterior, de tipo arborescente, diccionarial (y sus instrucciones definitorias), por un modelo con formato de enciclopedia y sus redes de conexión (Eco, 1984, 2007).

Este tipo de complejización enciclopédica, sin embargo, aleja el análisis semántico del rigor propio de los estudios de sintaxis, sobre todo porque los diferentes interpretantes que definen e individuan un semema son ellos mismos sememas, otras tantas unidades culturales que es preciso definir. Como si el análisis semántico no pudiera establecer elementos mínimos, atómicos, y leyes de composición y articulación, sino, a lo sumo, bloques molares con fronteras escasamente definibles, y tuviera que proceder de manera tautológica, circular, autorreferente [1].

En suma: las enciclopedias que definen y orientan el significado de cada unidad cultural se parecen, más bien, a un rizoma (Deleuze y Guattari, 2006) [2]. La pasmosa complejidad y heterogeneidad de la memoria biológica humana y los procesos mnésicos activos en el dominio de la cultura (la interacción constante e imprevisible entre docentes y discentes, la difusión y conservación de textos de todo tipo, las diferentes mnemotécnicas, como el canto o la escritura, etc.) transforman el significado en una relación extremadamente polifacética, rizomática, que sólo la coordinación y habituación comunicativa en contextos interaccionales concretos consigue especificar y estabilizar (aunque siempre de manera imperfecta: la incomprensión, el malentendido, el desacuerdo y la creatividad son fenómenos tan frecuentes que cuesta creerse la facilidad con que la lingüística científica los ha podido, a menudo, obviar).

Quisiéramos llamar la atención, además, sobre otro posible “fallo de perspectiva” que tanto la lingüística como la semiótica han arrastrado desde sus comienzos: la naturaleza compuesta del signo linguístico, la identificación, en la unidad operacional del signo, de una estructura (o función) de tipo bi- o tripolar. Baste con citar las dos caras del signo lingüístico de Saussure (el significante y el significado), los dos funtivos en relación de presuposición recíproca de Hjelmslev (la expresión y el contenido) o el triángulo semiótico de Peirce (objeto, representamen e interpretante). ¿Es esto de la naturaleza bina o trina del signo, sin embargo, un postulado inquebrantable?

Verón (2004) ha señalado, y criticado, cierta tendencia a identificar el signo sólo con el significante, con una forma material, sensible, que significa algo, cuando en realidad el signo es siempre una unión indisoluble de significante y significado. Se trata, según Verón, de una incongruencia teórica en la que en ocasiones parece caer hasta el propio Saussure. ¿Pero se trata sólo de esto? ¿De una incongruencia teórica? Tampoco hay que olvidar lo incómodo que resulta para muchos autores el término “signo” y la paulatina tendencia a sustituirlo con expresiones que evidencien mejor la naturaleza relacional del fenómeno: función sígnica, función semiótica, significación, semiosis: la correlación, la relación (de presuposición, inferencial, asociativa, dialéctica, etc.) entre una expresión y un significado, unos significados, unos ámbitos de significado, unos tiempos de significado, unos ritmos de significado.

El problema, como a menudo ocurre en el ámbito de las discusiones científicas, es esencialmente terminológico, pero estoy convencido de que las dificultades planteadas se simplificarían si sólo se reconociese en el signo… un tipo específico de expresión significante. El aserto fundamental es que todas las expresiones significan, es decir, que algo es una expresión precisamente porque significa (se correlaciona con) alguna otra cosa. La correlación significante, sin embargo, nunca se da entre una expresión y un significado (o contenido, o denotatum, o concepto, o representación mental, etc.), sino siempre entre una expresión y otras expresiones.

El significado sería, en suma, una correlación funcional entre dos o más expresiones pertinentes (homo- o heteromatéricas), una correlación que establece una coherencia operacional viable para los sujetos que de esta manera conocen y comunican, lo que también implica un contexto y una historia interaccionales determinados. Y es a partir de esta historia, y es en este contexto, precisamente, cómo las expresiones se organizan e integran en un dominio cognoscitivo y comunicacional, siendo el significado de cada expresión la línea operacional que liga esta expresión con las demás expresiones y con la actividad del organismo [3].

¿Qué diferencia hay, entonces, entre una expresión y un signo? Si la hay, no se trata por cierto de una diferencia de orden cualitativo, sino cuantitativo. Una diferencia de complejidad correlacional, de dimensión enciclopédica. Porque el signo es, de manera precisa, una expresión que participa en un dominio cognoscitivo y comunicacional particularmente complejo (la semiosis), un dominio en el que el significado raramente consiste en una relación lineal o biunívoca, sino que involucra una red multidimensional de correlaciones dinámicas [4].

Pues bien, lo que hemos venido exponiendo hasta ahora tiene, naturalmente, profundas implicaciones para la elección de una metodología científica. Porque si lo que queremos es desentrañar la red de relaciones que definen el signo lingüístico, de manera necesaria hemos de atender a la organización de un complejo conjunto de manifestaciones y transformaciones culturales, de prácticas e historias colectivas. Lo cual nos remite a una de las principales faltas (si no la principal) de los estudios estructurales, generativos y cognitivos del significado: su escasa, por no decir nula, atención hacia la dimensión diacrónica y la dimensión socio-pragmática de la lengua.

No existe, por cierto, un único enfoque válidio en el estudio de los hechos lingüísticos y, más concretamente, de la semántica de las lenguas naturales [5], pero la recuperación de la dimensión histórica del significado, junto a su dimensión relacional, parece ser, hoy en día, una prioridad. Sea cual fuere el nivel de análisis elegido (morfemas, lexemas, sintagmas, oraciones, textos, formaciones discursivas, conjuntos socio-pragmáticos o incluso fonemas), una expresión significa sólo en pos de su integración en un contexto operacionalmente relevante, de su correlación sistémica con otras expresiones significantes y de su participación en una historia (filogénica y ontogénica, individual y colectiva) de acoplamiento cognoscitivo.

Bibliografía

Černý, Jiří (2006) Historia de la lingüística, Cáceres, Universidad de Extremadura.

Eco, Uberto (1984) Trattato di semiotica generale, Milano, Bompiani.

______(1997) Kant e l’ornitorinco, Milano, Bompiani.

______(2007) Dall’albero al labirinto. Studi storici sul segno e l’interpretazione, Milano, Bompiani.

Deleuze, G. – Guattari, F. (2006) Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-textos.

Fabbri, Paolo (2001) La svolta semiotica, Roma-Bari, Laterza.

Greimas, A. J. – Courtés, J. (1982) Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Madrid, Gredos.

Hjelmslev, Louis (2009) Teoria del linguaggio. Résumé, Vicenza, Terra Ferma.

Lotman, Iuri. M. (1996) La semiosfera I. Semiótica de la cultura y del texto, Madrid, Cátedra.

Maturana, H. – Varela, F. (2003) El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del entendimiento humano, Buenos Aires, Lumen.

Morris, Charles (1985) Fundamentos de la teoría de los signos, Barcelona, Paidós.

Verón, Eliseo (2004) La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad, Barcelona, Gedisa.

Notas

[*] Universidad Constantino el Filósofo de Nitra (Eslovaquia).

Contacto con el autor: mlampis@ukf.sk

[1] Enciclopedia: Del gr. ἐν (en) κύκλος (círculo) y παιδεία (instrucción).

[2] Según Deleuze y Guattari, la organización de un rizoma responde a los siguientes principios fundamentales: 1 y 2) Principios de conexión y de heterogeneidad: cualquier punto del rizoma puede ser conectado con cualquier otro, y debe serlo; 3) Principio de multiplicidad: en un rizoma no hay unidad, ni puntos, ni posiciones, sino líneas de proliferación; 4) Principio de ruptura asignificante: un rizoma puede ser roto, interrumpido en cualquier parte, pero siempre recomienza según alguna de sus líneas; 5 y 6) Principios de cartografía y de calcomanía: un rizoma no responde a ningún modelo generativo o estructural, es un mapa con múltiples entradas, abierto, conectable en todas sus dimensiones, susceptible de recibir constantemente modificaciones; el rizoma está hecho de mesetas, regiones continuas de intensidades que devienen evitando cualquier orientación hacia un punto culminante o un fin exterior (Deleuze y Guattari, 2006: 13-26).

[3] Desde un punto de vista teórico, se puede decir que los procesos cognoscitivos y comunicativos del ser vivo son procesos primarios. La pertinencia, el reconocimiento y el significado de una expresión son, precisamente, concreciones operacionales en el dominio cognoscitivo y consensual del organismo (véase Maturana y Varela, 2003).

[4] Este dato explicaría también la consabida proliferación de nociones descriptivas: extensión e intensión, denotación y connotación, metaforización y lexicalización, dimensión diccionarial y enciclopédica, significado declarativo, procedimental, episódico, emotivo, etc.

[5] La naturaleza polifacética del signo lingüístico requiere, de hecho, diferentes acercamientos teóricos, en un movimiento convergente que, posiblemente, lo abarque todo: tendencias fonéticas, factores y cambios morfosintácticos, dinámicas y resistencias léxicas, formaciones enciclopédicas, tensiones e integraciones discursivas, hábitos comunicativos, transformaciones culturales, flujos transculturales, etc.

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