Entre los escritores que desarrollaron la mejor parte de su labor entre los primeros años del siglo xx y los primeros de la postguerra civil, se cuenta un grupo más que interesante de destacados periodistas, la memoria de cuya obra ha sufrido una relativa decadencia u olvido durante las últimas décadas, especialmente las que siguieron a la mal llamada transición política, o sea, las iniciales del postfranquismo. Esto en parte fue debido, pero no sólo, a mi parecer, a la para muchos incómoda posición que numerosos de ellos adoptaron ante el régimen surgido de la contienda, incluso si no fue ésta una explícita posición militante, colaboracionista o declaradamente fascista, como es el caso de, por ejemplo, el primer director de Radio Nacional de España, Jacinto Miquelarena, uno de los autores del Cara al sol y sobre el cual, por cierto, anuncia un próximo libro el profesor Alarcón. De entre ellos ha destacado siempre la figura simpática e irreverente de Julio Camba, entre otras cosas porque quizás sea el único del que algunas obras han estado siempre disponibles, su lectura nunca se ha interrumpido y la crítica en absoluto ha dejado de ocuparse de ellas, aunque seguramente no tanto como debiera. La bibliografía que cierra el volumen que aquí comento es buena prueba de ello. Aun así, la recuperación que de algunos de estos escritores vienen realizando en los últimos años editoriales como Renacimiento (Foxá o González Ruano, por ejemplo) o Libros del Asteroide (Manuel Chaves Nogales), si bien no es algo que su fama necesite, sirve de oportuno marco a la publicación de la monografía que el profesor Rafael Sierra Alarcón le ha dedicado, pues entra dentro del proyecto de rescatar plenamente una serie de aspectos de la literatura de las primeras décadas del siglo veinte hasta cierto punto marginados, preteridos o devaluados todavía por la práctica docente, no ya escolar sino incluso universitaria y, hasta hace poco también, por la investigación académica convencional. Tarea ésta en la que ha destacado ya sobradamente Rafael Alarcón y cuya importancia no escapara al lector, incluso al margen del valor estético intrínseco de los textos. Valor estético sin duda, por otra parte indiscutible, en el caso de los escritos de Julio Camba, o de buena parte de ellos, especialmente en el de sus crónicas viajeras, todavía frescas, sorprendentes, divertidas y esclarecedoras en una época en que las llamadas nuevas tecnologías, amén de la generalización misma de las posibilidades de viajar a, o de residir en, muchos países y lugares otrora remotos, parecerían relegar cada vez más el libro de viajes a la guía turística o a los pocos destinos que todavía pueden ser calificados de exóticos, por más que es cierto que el género parece resistirse con éxito a desaparecer. En todo caso si es verdad que «comparte esta labor con un meritorio plantel […] sin embargo, los artículos de Camba tienen poco que ver con los escritos por muchos de sus compañeros de profesión» (p.11) y fue, casi sin duda, como afirma Alarcón, el más original de todos ellos; Camba, que en su día gozó de una enorme popularidad, es uno de los grandes clásicos y maestros del periodismo español, cuya influencia e inspiración se ha señalado muchas veces; por ejemplo, en ese oasis que en el desierto de la prensa española fuera La codorniz, aquella inolvidable revista.
¿Es preciso señalar las fechas de las primeras ediciones de los libros analizados por Rafael Alarcón en su estudio? De varios de ellos, los tres primeros, sería 1916 (Playa, ciudades y montañas, Londres y Alemania, impresiones de un español). El último, La ciudad automática, aparecería en 1932, nueve años después del anterior Aventuras de una peseta. Entre ambos Julio Camba daría a la imprenta otros dos: Un año en el otro mundo (1917) y La rana viajera (1920), del que toma su título el trabajo de Rafael Alarcón. Hay que recordar que todos ellos recogen y organizan crónicas o reportajes publicados previamente en los periódicos para los que Camba trabajara como corresponsal, los más importantes de la época (si bien no se trata de meras recopilaciones, pues en todos los casos podemos detectar una variable labor editorial, como señala y estudia con detenimiento Alarcón y anotaremos más abajo). Así, Camba trabajó como corresponsal en el extranjero para diarios como La correspondencia de España, El Mundo, La Tribuna, Abc, El Sol… Los libros de viaje constituyen pues un conjunto bien definido, no sólo tipológica sino también cronológicamente en el conjunto de una obra cuyo autor se mantuvo activo hasta por lo menos 1958, fecha de publicación de Millones al horno. Si pasamos por alto los escasos relatos y alguna novela corta escrita en sus inicios, del resto de sus quince libros, siete recopilan crónicas de viaje redactadas para los referidos periódicos. Por lo demás, como ya se ha dicho, las obras de Julio Camba nunca han dejado de estar disponibles y en mayor o menor medida, bajo la forma muchas veces de selecciones o antologías más o menos afortunadas, se han seguido editando sin interrupción.
El estudio del profesor Alarcón Sierra se ocupa minuciosamente del análisis, comentario y contextualización de esta faceta de la actividad literaria (y periodística) de Julio Cambia (que fue, además, no sé si sobra recordarlo un excepcional cronista de la república, un notable y experto gastrónomo e incluso, ya se ha dicho, novelista). Reivindicar la dimensión literaria del periodismo quizás no esté de más en estos tiempos de prensa escrita en crisis, columnas plúmbeas sobre banales asuntos y reportajes anodinos, salvo excepciones. Rafael Alarcón ha publicado una vez más un libro interesantísimo, completo y revelador, y que da gusto leer incluso al no especialista sin renunciar al rigor académico —muy al contrario, haciendo gala de éste, pero huyendo del esoterismo de que tal rigor a veces se acompaña—. El libro, salpicado de chispeantes pasajes del autor estudiado, se lee casi con el mismo placer con que seguimos leyendo las divertidas, sorprendentes (la sorpresa verbal es uno de los rasgos más llamativos del estilo de Camba) y todavía (¿inexplicablemente?) actuales crónicas del escritor gallego.
Como el subtítulo índica, el libro consta de quince capítulos, o quince lecciones, que además de analizar, contextualizar y evaluar cada uno de los siete libros de viajes escritos por Camba, abordan una serie de cuestiones generales referidas a la literatura de viajes, las características formales y estilísticas de la crónica o el periodismo y la literatura de la época. Rafael Alarcón proporciona, por ejemplo, informaciones interesantísimas sobre las páginas que la ciudad de Nueva York ha provocado en muchos escritores contemporáneos de Camba. Para éste, que se ocupa de ella en dos libros entre los que median quince años (Un año en el otro mundo y La ciudad automática), Nueva York es polo de ambigua y fatal atracción: «¿Qué cosa extraña es esta que me ocurre a mí con Nueva York? Me paso la vida acechando la menor oportunidad para venir aquí, llego, y en el acto me siento poseído de una indignación terrible contra todo. Nueva York es una ciudad que me irrita, pero que me atrae de un modo irresistible, y cuanto más me doy cuenta de lo que me atrae, a sabiendas de lo que me irrita, me irrita, naturalmente, muchísimo más todavía», según escribe al comienzo del segundo. Alarcón sigue a Camba por América y Europa (Francia, Inglaterra, Alemania, Portugal…) y analiza los mecanismos de construcción de los distintos libros —qué papel jugó Camba en los tres primeros es algo que no sabemos, parece probable que fuera Gregorio Martínez Sierra quien preparó la publicación—, cómo al reunir las crónicas éstas cobran un nuevo sentido, las diferencias entre las distintas ediciones; analiza asimismo los mecanismos retóricos y estilísticos y las estrategias textuales con que elaboraba Camba cada crónica como «un pequeño juguete aparentemente sencillo pero con un mecanismo de gran precisión». Alarcón, considera que es la de Camba «una nueva poética antirromántica, superadora de las convenciones finiseculares o modernistas» (p. 25). Se detiene también en el análisis de un tema caro a Camba, la descripción/desconstrucción de los tópicos sobre las identidades nacionales, incluida por supuesto la española. Además, y por último, a lo largo del libro, se suscitan numerosas e interesantes cuestiones, a veces sólo sugeridas o abordadas en las notas: la comparación con otros escritores como el Cela de Viaje a la Alcarria, la crítica soterrada de Camba a Ortega y Gasset, sus notorias afinidades con Josep Pla o su equilibrado regeneracionismo, entre otras.
Como en todos los trabajos de Rafael Alarcón que conozco, hay que destacar también en éste la rigurosa y casi abrumadora erudición de las abundantes notas que acompañan al texto, la ajustada bibliografía que lo cierra y, lo que no es menos importante de celebrar, la notable y ya sugerida amenidad de su redacción. La profusión y extensión de sus acertadas citas lo convierten además en una especie de divertida antología esencial, una suerte de oportuna invitación, por tanto, a la lectura del autor analizado, quien al fin y al cabo puede a su modo considerase también eso que ahora se llama un autor de culto y cuyo número de felices lectores contribuirá a aumentar este libro. Alguien que vio venir con su agudeza, como explica el autor de la monografía, la globalización o simplemente, diría yo, la implacable pulsión homogeneizadora del capitalismo tardío decidido ya entonces a convertir el orbe entero en un sólo e inmenso mercado: «El mundo ha ido perdiendo poco a poco su alegre y asombrosa variedad y hoy podríamos decir que todos somos unos por obra y gracia de la aviación, el cine, la radio, los antibióticos, los pucheretes a presión, el plexi-glass y tantas cosas más, unas buenas y otras malas».