Juan Carlos Abril [*]
Esta madurez se halla llena de pasado y recuerdos, como en «Flores Áster»: «Por esa misma acera, muchas veces, / llegaba la alegría a visitarme» (p. 15); porque también se adquiere con los años la certeza de que «Llega la noche de San Juan, seguimos / vivos y juntos a pesar de todo. / Cada vez queda menos por quemar.» (de «Noche de San Juan», p. 77), pero arrostra el paso del tiempo con dignidad, con un «Brindis» (p. 79) con el que embriagarse en una relación amorosa. Madrid es una ciudad de «Altos muros. Siempre estos altos muros, / tan ásperos y duros como el odio, / cortándome el camino al horizonte.» (de «Altos muros», p. 23), pero sobre todo es «También esto»: «También esto es Madrid, este lugar mugriento / en el que casi todo está prohibido. / La luz y las basuras / y todo lo bendito y lo inservible / […] Esto es también Madrid. O simplemente / estaba hablando de mi alma.» (p. 30).
Vemos que el vacío interior, el panorama o paisaje de una sociedad deshumanizada, posindustrial y hueca, sin vínculos a los que aferrarse, han desposeído al sujeto de su identidad —individual y colectiva— y lo han sumido en un abismo insondable. Orgullo, odio, incomunicación. Las promesas del progreso nos han llevado a este lugar inhóspito, sin futuro y sin esperanzas, y aquí y ahora la felicidad no es posible. La realidad de este sujeto se torna cotidiana, el pasado regresa en forma de presente, porque «Algunas cosas siguen / instaladas en el anacronismo / de una plaza cualquiera / en medio de una vida.» (de «Plaza de Arriba España», p. 31), y comienza a funcionar en Falsa pimienta la dialéctica de lo limpio y lo sucio asociada al interior del sujeto en relación con el exterior, como en el citado «También esto», donde se define Madrid como un «lugar mugriento» (p. 30), «Punto limpio» (p. 33), «Sucia» (p. 63), o «El baño» (p. 68). Limpiarse físicamente como sinónimo de purificación interior, para buscar la paz o estabilidad, casi siempre, como veremos, al lado del otro.
Por tanto alrededor de este sujeto desestructurado se articulan las dos siguientes secciones del libro, que plantean una posible salida a tal sujeto encerrado en sí mismo y descontextualizado. Esto solo puede realizarse a través del amor, único punto de referencia para salir del sí mismo y vivir en el otro. No se trata, en cualquier caso, de vivir dialógicamente con el otro, sino también de entender los vericuetos poliédricos de nuestra personalidad múltiple, como en el genial «Ella»: «Ella también soy yo. Aunque no quiera, / aunque ninguna de las dos queramos, / somos una y la misma. Pero ella me traiciona / cuando escribe por mí, cuando no se conforma, / cuando lo quiere todo. / Ella es la de las lágrimas de rabia, / la que nunca te besa con mis labios.» (p. 59). Se trata de comprender no ya los problemas intersubjetivos de incomunicación con el otro, sino los intrasujetivos del propio sujeto consigo mismo. No menos reseñable es el poema «El cielo está enmarañado» (p. 65), en el que se plantea la posibilidad del sosias como identidad verdadera, en un mundo donde «Todos piensan en alguien y es probable / que muchos de nosotros no tengamos / quien nos piense en la noche» (ib.). Al ser pensados por el otro adquirimos veracidad, reforzamos nuestros vínculos.
Las dos partes finales van adquiriendo intensidad emocional en el diálogo amoroso, primero como deseo en la intermitencia de la presencia, y después como realidad, en la realización de la posesión, en poemas donde los personajes —siempre vistos desde la narrataria enunciadora— se aman, se echan de menos, se dicen «amor mío» (p. 70), se imaginan, pasean juntos, contemplan el cielo juntos o separados, se desean… Este poemario o cancionero amoroso, fragmentos de un discurso amoroso mucho más amplio, que leemos nosotros casi como confidentes de un diario íntimo, pone broche en la «Duda» (p. 82), que más que nada advierte al lector —y a la autora— que no hay nada eterno y que nada se puede dejar por sentado, de que el amor hay que vivirlo día a día sin grandes promesas y sin dormirse en los laureles. También en otros poemas antes, pero en especial en el sobrecogedor «Lindes» (p. 54), se nos anticipa la referida concepción del amor y la felicidad como algo que hay que trabajar día a día, una vez que la perspectiva del pasado nos aporta esa conciencia de saber que nada valía entonces tanto la pena como estar acompañado por la persona amada.
Laureles que le corresponden por tradición, clasicismo y bien hacer, el poema borgiano y la composición en torno a la voz natural, o mejor dicho de esa búsqueda de la naturalidad, que hacen de Falsa pimienta todo un acontecimiento de la poesía contemporánea en lengua española, y que desde aquí queremos celebrar, felicitando a su autora por regalarnos un puñado de poemas destinados a perdurar.
[*] Universidad de Granada
Contacto con el autor: jcabril@ugr.es