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EGM.
marzo 2011 /
Publicación semestral. ISSN: 1988-3927. Número 8, marzo de 2011.

FOMBELLIDA, Rafael (2010): Isla Decepción, Valencia, Pre-Textos / Fundación Gerardo Diego.

Juan Carlos Abril

 

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«Isla Decepción no es un diario al uso. Es en puridad un “dietario”, una sucesión de anotaciones y fragmentos que en sí mismos constituyen una unidad: la biografía de esa mirada que demanda tano fe como escepticismo.» Así dice el separador que acompaña a este particular volumen, que podría resumir el mundo de un escritor, un mundo parcelado en un momento determinado, pero con voluntad de convertirse en memoria escrita. El título responde a una isla realmente existente que pertenece al Polo Sur, a la Antártida, y es una suerte de símbolo de la utopía. Tanto por el nombre como por el lugar nos referimos a una utopía que, bien es cierto, estará siempre defendida a lo largo de estas páginas, a pesar de todas las cosas y los casos que la han depauperado.

La primera página de Isla Decepción comienza con una espectacular entrada, una de ésas que no se pueden olvidar, ya que las tramas alrededor de la Segunda Guerra Mundial, y más allá de esta guerra en particular, siempre están rodeadas de atrayente misterio, y no por haber corrido ríos de tinta o haber generado cientos y cientos de películas se muestra hoy menos transitable. De este modo se nos está presentando a Adolf Hitler durante la inauguración de los IV Juegos Olímpicos de Invierno, que se celebraron en Garmisch-Partenkirchen, en Baviera (Alemania), y a la comitiva española encabezada por un ilustre desconocido, un esquiador asturiano llamado Jesús Suárez Valgrande, capitán del equipo que representaba a la República Española, y la bandera tricolor. Se van sucediendo después una suerte de saltadores alpinos con nombres centroeuropeos impronunciables para la fonética castellana, con palabras en las que se arremolinan cuatro o cinco consonantes alrededor de una sola vocal: en ese momento es año nuevo, el primer día del año, y el autor de este dietario se encuentra solo, viendo la televisión y brindando ya al amanecer, cuando todos se han acostado y queda él como único «superviviente» de la fiesta. Año nuevo y nuevas ilusiones, ese brindis nos introduce de lleno en la particular historia de quien no quiere irse a dormir, viviendo todavía el fin del viejo, porque está pegado aún a su pasado, pero queriendo mantenerse despierto al comenzar el próximo, disfrutando de lo que se anuncia y el tiempo venidero. Ésa podría ser una de las constantes de Isla Decepción, donde el autor nos va relatando fragmentos de su cotidianidad y sus avatares, intercalados con recuerdos de su niñez y adolescencia.

No olvidemos que el autor, Rafael Fombellida, no está creando un libro de ficción sino más bien una suerte recreación biográfica, y que en ese texto híbrido en el que se mueve siempre habrá lugar tanto para lo que pertenece a la realidad más descarnada —lo que le gusta y no le gusta— como para la imaginación, que suele ser un escape por el que nos proyectamos. Rafael Fombellida, nacido en Torrelavega en 1959, era conocido sobre todo en el panorama de las letras españolas por su labor poética, paralela a su actividad como agitador y promotor cultural en Cantabria, donde ha estado al frente de colecciones y revistas como Scriptvm (1985-1991) y Ultramar (1997-2007). Actualmente codirige, junto a Carlos Alcorta (a quien por cierto está dedicado este volumen), las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y la colección de poesía de Quálea Editorial. Pero ahora, con este dietario, ha irrumpido de manera brillante en un género, el de la prosa autobiográfica, sorprendiéndonos de forma grata. Isla Decepción se lee prácticamente de una sola sentada y posee una prosa medida hasta la última coma, una prosodia estudiada y meditada que nos va seduciendo con sus continuas idas y venidas en temas atractivos, personales pero universalizados, y reflexiones enjundiosas.

Como poeta, se traslucen en muchas páginas sus observaciones y críticas sobre el sistema literario español actual:

Ayer, con Carlos Alcorta, Lorenzo Oliván y Antonio Cabrera, he compartido mesa y conversación en la playa valenciana de Almardá, junto al Grao de Sagunto. Entre confidencia y confidencia se ha deslizado el nombre de quien será el ganador del premio Loewe, cuando restan aún cinco meses para su fallo (p. 91).

O estas otras anotaciones:

Acudo a la presentación de un libro de poesía, en la cual puedo escuchar de todo menos poesía. Porque de todo hay en el acontecimiento. Un político que presenta el acto y aprovecha la posesión del micrófono para arrearnos su mitin. Un actor muy maduro declamando con solemnidad, y emitiendo una voz ahuecada con resonancias de borrasca y de sobrecargo pasado de ron. Proyecciones sobre una pantalla cinematográfica de fotografías y de pinturas abstractas, que supongo alusivas a los textos del libro. Un Académico de la Lengua diciendo disparates y vaguedades […] Y, en mitad de tanto trueno, la autora lee sus versos que, por demás, pretenden ser tonantes y dictar sentencia (p. 98).

Esto son sólo dos anécdotas, mínimas en el conjunto de estas páginas, porque sobre todo se pueden leer consideraciones decisivas acerca de la poesía y la palabra poética, como estos fragmentos, tan importantes e interesantes, que se acercan a esa idea de utopía que al comienzo decíamos:

Me asusta el interés que ciertos poetas y pensadores tienen de reducir la poesía, no a su mínima expresión, sino decididamente a la afasia […] Y es eso lo que dicen algunos: que «la palabra se retira» […]

Ni caso, amigos. Quien no tiene fe en la palabra, debería ser el que se retirara de ella. En este mundo actual en que las tiranías son de índole económica, o de excremento mediático; donde padecemos cada día la embustera afrenta de la corrección política, la palabra poética es un valor de resistencia, una vía de agua abierta en la banalidad, y uno de los escasísimos argumentos que el sujeto tiene para perfeccionarse por el individualismo (pp. 96-97).

Isla Decepción, con su nombre metafórico de lo que podría significar la certeza de que la utopía se halla en uno de los momentos de la historia menos boyantes, es sin embargo muchas cosas más. Presentado en secuencias narrativas, se alternan las frases cortas, casi como haikus o pensamientos, con otras secuencias largas en las que se narra alguna aventura, particularmente las referidas a viajes: Málaga, Oporto, Praga, Estocolmo, etc. Quizá de entre todas esas ciudades sobresalga «el capítulo» (aunque no está así constituido) dedicado a la República Checa, donde el autor se sitúa en el espejo de una sociedad centroeuropea que puede a muchos resultarnos poco familiar, desgranándonos particularidades de su historia menos conocida, conectando extrañas coincidencias —como el significado del gol de Panenka frente a la Alemania de la República Federal, en la final de la Eurocopa de 1976, que a la postre le dio la victoria a la selección de Checoslovaquia—, pero a la que analiza y en la que se introduce con una mirada no exenta de la curiosidad del ya iniciado. Con Rafael Fombellida no sólo se nos van abriendo las puertas de ciudades como Praga, sino también la de las imágenes y los recuerdos de su infancia, que están estructurados a lo largo del libro y que van dejando notas líricas y emotivas aquí y allá, salpicando la lectura. Por las alusiones y referencias se van combinando diferentes hechos históricos, como la muerte del poeta cántabro y Premio Cervantes José Hierro, del que se escriben no pocas y sabias conclusiones, detallando la relación con su obra, en un sentido homenaje; los atentados a los trenes de Madrid del 11 de marzo de 2004, que conmovieron a todo el planeta; o la muerte por accidente del músico Esbjörn Svensson, en 2008; etc.

En fin, de este dietario hay muchas cosas que podríamos destacar, como las paranoias del que va subido en un avión y piensa que se va a estrellar, a lo que se añade la preocupación de estar inmerso en un cambio de identidad al mezclarse por error su billete y el de otro viajero sueco, en juego cruzado de personalidades inventadas, o también la de quien se ve a sí mismo en el auto, desde el retrovisor y en el asiento de atrás de su Renault, en un flash-black alucinado, con veinte años menos, en una suerte de juicio u ordalía que la edad —ese dios laico que nos mueve— nos va imponiendo, haciéndonos preguntas incómodas sin hablar. Las preocupaciones metafísicas irán tiñendo también a Isla Decepción de continuas incursiones, notas sarcásticas y displicentes en muchos casos, tratando de rebelarse frente a la idea del más allá, sorteando nuestras propias necesidades de trascendencia siempre a través del arte y citando explícitamente a De Chirico en alguna ocasión. Como decimos, los pasajes en los que el autor va subido en su coche en verdad son entrañables, y algunos se erigen como auténticos poemas en prosa —recordemos la secuencia de las páginas 27-28 —, ya que son momentos en que, se sabe, todos los que conducimos vamos pensando, escuchando música y cavilando sobre miles de cosas, gestando ideas, atando cabos de un lado y de otro. Además, la geografía humana de este dietario nos pondrá al lado de artistas de primer orden y camareros, al lado de su propio hijo en una comparativa generacional tierna y meditativa, al lado de freaks del circo mundial, etc., situándolos todos al mismo nivel. En suma, son muchos personajes y lugares, descripciones sutiles, irónicas y divertidas, trazos de un artista con el pincel de la escritura, junto a otros dibujos presentados como miniaturas, que no paran de espolearnos la curiosidad, y que nos irán llevando por un camino o recorrido no sólo biográfico, vital y estético, sino también emocional, cuando tras comenzar a leer las primeras páginas interioricemos el discurso con absoluta naturalidad. Detalles, trabajo de anotar y conocimiento que se despliega para ser compartido con el lector, seduciéndonos, puesto a nuestro servicio para atraparnos con una prosa amena y bien urdida. Todo un lujo de lectura de un libro que, si tuviéramos que elegir, nos llevaríamos sin dudarlo a esa isla desierta y olvidada donde nos gustaría perdernos del mundo, esta Isla Decepción.

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