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EGM.
septiembre 2009 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 5, septiembre de 2009.

Salazar, Alfonso. El detective del Zaidín. Barcelona, Ediciones B, 2009.

Mamen Cuevas Rodríguez

Granada y Cádiz. Cádiz y Granada. Los que vivimos entre ambas tierras, como es el caso de nuestro autor, sabemos y comentamos el invisible lazo de unión que existe entre ellas, fruto quizá de los caracteres tan opuestos (y por lo tanto, afines) de sus gentes. Falla y Alberti eran tan granadinos como Carlos Cano fue gaditano.

Alfonso Salazar es otro buen ejemplo.

Esta novela ante la que nos encontramos, la segunda en su nómina, se ubica de forma general en un barrio granadino, el Zaidín, una zona miscelánea donde se estableció la población obrera hace unas décadas y que hoy homenajea a la ONU con una convivencia de culturas muy pintoresca. Quienes hemos residido allí muchos años sabemos que se trata de un lugar asentado, con tradiciones y personajes, hecho que se representa con atino en el libro con la singular y popular figura del detective Matías Verdón. Una figura que había nacido ya en su primera novela (Melodías de arrabal, Granada, Arial, 2003) publicada hace seis años, y que en ésta que comentamos se consolida certeramente, para pasar a formar parte, de forma casi definitiva diría yo, de ese conjunto de detectives ficcionales y entrañables –a los que, como a éste, suele acompañar un sosias no menos entrañable– que se acaban ganando la simpatía y la familiaridad de un buen número de lectores, incluso si no son especialmente aficionados al género.

Desde ese punto espacial, atemporal sin embargo en otro sentido, Salazar nos centra la acción en Sevilla durante el 92, año de la Expo y del derroche autonómico en materia urbanística. El caso que rige la novela, muy asociado a la novela negra en general, va siendo investigado por el protagonista y su Sancho Panza particular, el Desastres, quien revela el humor más directo y sencillo con un lenguaje que resultará muy familiar a los que conocen las calles nombradas y los lugares sugeridos.

De estilo muy ágil –que se vale del diálogo para avanzar en la trama– y llano –las expresiones granadinas pueblan las doscientas páginas sin temor a sonar fuera de lugar–, el autor gaditano se vale de todos los argumentos tópicos del género novelístico para enfocar una novela rápida y divertida en sus ácidos comentarios, expresos en boca de los dos bastiones de la acción pero pensadas por todos los lectores. El personaje femenino, la inspectora Jimena Tornés, hace de contrapeso a los dos señores maduros y errantes, aunque en verdad su papel sirve para reforzar la primacía de las agudas dotes detectivescas de Verdón en su construcción de (anti)héroe mediocre de barrio a lo largo del texto.

En definitiva, debemos resaltar la buena construcción argumental, basada en los arquetipos del género personalizados y la ruta Granada-Sevilla como fondo, que presenta toques de road movie a la española que colorean la tejedura policíaca con tonos del folclore propio de ambas ciudades. Un buen ejemplar con el que hacer una agridulce concesión a una nostalgia no exenta de segundas intenciones y algunas reflexiones críticas, ya que para pasar un buen rato con el género más maldito no viene mal contar con un protagonista español, perezoso y vividor.

Y perdonen el pleonasmo.

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