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EGM.
septiembre 2014 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 15, septiembre 2014.

MUÑOZ QUINTANA, Antonio (2012). Miedo a los perros, Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza

 

Juan Carlos Abril [*]

 

Miedo a los perros, del malagueño Antonio Muñoz Quintana es uno de los libros de poesía más importantes que se han publicado en España en los últimos años. Sin embargo, por diversas razones, estamos ante un autor semidesconocido y ante una obra que ha pasado totalmente desapercibida. Quizás una razón de este injusto olvido sea que ya desde su aparición llevaba un año atrasado, pues se publicó en diciembre de 2012, comenzando a distribuirse en 2013. Aunque en poesía los ritmos comerciales sean distintos, nada ni nadie hoy en día es ajeno a las pautas que designa el mercado, y el hecho de que un poemario aparezca en diciembre significa que se lo traga la navidad en las estanterías de las librerías. En cualquier caso los lectores de poesía atentos sabrán encontrar y reclamar este libro.Miedo a los perros posee sin duda alguna una voz muy personal marcada por la desolación, por el temblor de una verdad interior (véase «Mar interior», p. 71) que hace de la palabra la última forma de anclarse a la vida. Apenas un puñado de razones no exentas de desorden y contradicciones, aferran a esta voz a la propia palabra poética, que sin embargo siempre desconfía. Una voz de frontera que de continuo está cuestionándose a sí misma, como en «Lentitud»: «Soy una pequeña mentira / vestido en una gran mentira // escribiendo en el libro de la noche / borro las huellas que me delatan // soy el perro que me persigue / soy esta lenta huida hacía mí.» (p. 32). O este otro: «Grietas»: «1. // He borrado el poema / todas las horas guardan / una certeza dentro / todos los nombres esconden / una gran mentira / oh falsedad de la mano / falsedad en el cansancio / grietas en las palabras 7 oh mentira que nace / y muere en este poema.» (p. 50).

Hay varios rasgos constantes que definen Miedo a los perros, dotando a esta poesía de singularidad. Quizás el más importante sea la indagación a la que se enfrenta esta voz abisal y agonal. Anclada en ciertos lugares comunes que acaban convirtiéndose en obsesiones propias, en simbologías con claves personales, y que por tanto subvierten el tópico, Antonio Muñoz Quintana nos ofrece el discurso de la conciencia que ha sobrepasado cualquier conformismo o esperanza, pero que debe al fin y al cabo aferrarse a algo, al otro, a la otredad: «Alguien nombra / la memoria / en sus poemas / y en ese artificio maquina / el poema / su antología / la otredad / y me convoca a la lectura / de su libro. // No soy más que él / ni escribo con semblante / ni oficio / ni pienso que nadie / deba / creerme» (p. 39), recordándonos al Seminario 18 de Jacques Lacan, De un discurso que no fuera del semblante. Sí, el objeto de esta poesía no busca un referente, aunque en algunas ocasiones no lo evita. Esa conciencia librepensadora une los fragmentos de un discurso a veces amoroso con el fin de organizar el desorden interior que nos reina, nuestras frustraciones y ambiciones, ilusiones e ingenuidades, pequeñas verdades y mentiras, comenzando por la propia poesía, mentira o ilusión construida con palabras para embellecer el mundo o al menos hacerlo algo más legible. Formalmente esa fragmentación ofrece una serie de poemas divididos en partes que se van entrelazando, y crean una red semiótica de extraordinaria precisión y carga tensional. Son ramificaciones de ramificaciones. Poco a poco vamos descubriendo el entramado argumental de un personaje radical y raro que ha decidido vivir en la periferia de la moral, con sus miserias y grandezas.

El miedo, el frío, los barcos, los perros, son esas constantes antes citadas. Estos elementos conllevan algunas metáforas —el metal, el desierto, las palabras, la mano (que escribe o acaricia), la máquina, el aviador, el alma y la materia, etc.— propias que van trascendiendo la propia simbología y alargándose en semi-alegorías. Su uso materialmente aleatorio (véase «Materia oscura», p. 38, o «Materia», pp. 45-46), llevado por las necesidades de un mundo semántico que nombrar —auténtica Ananké del creador contra la que no hay nada que hacer—, levantando una atmósfera a veces angustiosa y otras meditativa, siempre en la raya de la eticidad, pero siempre también arañándonos alguna verdad. Las voces y los ecos de un sujeto difuminado, aprensivo y acomplejado, aparecen intermitentemente y nos relatan el panorama de un vacío interior, un páramo desolado y solo, como en «Desierto»: «1. // Paisajes sin nombre // persona que busca / el mar en el último / trozo de la tierra // desierto que traga / desiertos y nombres.» y «2. // Poema ciego / palabras que han oscurecido / en el esplendor de la nada.» (p. 22). Porque además esa relación con el otro que hemos comentado más arriba, la otredad, en este caso no es dialógica, no sólo porque a veces —teóricamente— en el dialogismo no exista entendimiento y estemos abocados a la incomunicación, sino porque el otro de estos poemas es un autómata que no tiene voz propia, una «máquina» que no puede sino satisfacer nuestras exigencias, y siempre de manera limitada. La controvertida relación que se establece nos llevaría muy lejos en nuestros análisis, pero baste precisar que de este núcleo amoroso y relacional parten severas problemáticas: «Autómata»: «Porque te dormías pegada a mi pecho / guardé para siempre las palabras. // Porque mi latido de metal sonaba / más fuerte que la noche / comprendí / que el silencio brillaba en mi pecho.» (p. 24). Y lo explica en varios momentos: «la vida que quise / en una gran bolsa negra / la arrojan dos ignorantes / al camión de la basura.» (de «Materia oscura», p. 38). Poesía para una crítica del fetichismo literario.

Las tres partes en que se divide Miedo a los perros, «I. Lo importante es navegar», «II. Miedo a los perros» y «III. Restos del autómata», nos van orientando, que no guiando, en esta exploración del vacío en que consiste el libro. «3. // Mira mis palabras / son barcos varados en la orilla / solo quise dar nombre a la luz / a aquella única certeza / de abrazar tu sueño. // Escucha este árbol cercado / por la herrumbre. / Mira mis brazos vacíos / son barcos varados en el desierto.» (p. 55). La imagen de los barcos varados en el desierto es muy descriptiva, una imagen que conecta con el resto del libro desde el primer poema titulado «Aral» (p. 13), introduciéndonos en ese mar perdido, desecado o desértico de la extinta URSS, trágico desastre ecológico y paisaje baldío —tierra baldía eliotiana— actual. También en ese sentido aparece «un viejo capitán soviético» (p. 44) con el que se compara el propio sujeto literario. Poco queda en pie cuando todo se desmorona alrededor.

Ese mar de Aral es un no-lugar, como en «Apátrida» (p. 35), evitando cualquier sensación de pertenencia, junto a ese vacío interior que hemos comentado, el cual se efectúa delante de un interlocutor inexistente, o mejor dicho un interlocutor falso como es el autómata, que no puede responder. Abocados a la incomunicación o a palabras sin respuesta que se emiten como quien palpa en la oscuridad y no reconoce el nuevo domicilio. Desde el instinto neuronal del miedo —cerval, canino, básico… animal que gobierna nuestras propias restricciones— y como quien «huye de los perros como de su propia vida» (p. 48), o quien conoce «el miedo que solo comprendemos él y yo» (p. 77), Antonio Muñoz Quintana ha publicado un poemario sorprendente, original e iconoclasta, rupturista y arriesgado, altamente recomendable para los lectores desencantados de poesía, lírico y emocionante a la vez, tenso, tierno y duro, y aquí dejamos estas palabras de elogio para quien quiera acercarse a leer este libro, destinado sin duda a revalorizarse con el paso del tiempo.

[*] Universidad de Granada
Contacto con el autor: jcabril@ugr.es

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