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EGM.
marzo 2013 /
Publicación semestral. ISSN: 1988-3927. Número 12, marzo 2013.

Miguel Ángel García, Melancolía vertebrada. La tristeza andaluza del modernismo a la vanguardia, Barcelona, Anthropos, 2012, 350 págs.

Guillermo Pulido Calero

Con demasiada frecuencia, con vino claro y con mujeres bulliciosas, despreocupadas y salerosas, la imagen de Andalucía continúa siendo la de la fiesta, los caballos, la castañuela y la pereza, esa alegre y filosófica pereza que definiría el ser de lo andaluz aún para algunos. Quien la rechaza reconociendo en ella la chabacanería y lo superficial suele pedir una visión capaz de descubrir la otra Andalucía más profunda que estaría ahí, y desde mucho antes, como la esencia oculta entre la multitudinaria proliferación de los accidentes. Así, una Andalucía más verdadera estaría escondida bajo el velo de los tópicos festeros de la pandereta y de los cascabeles.

En realidad, las imágenes y el lenguaje son la literalidad de lo que dicen, no pueden ser hondos o superficiales, sino lo que son: el que se abisma en la contemplación de una metáfora, precisamente, sólo emplea otra metáfora para decir que considera con detenimiento las imágenes desde la propia duración del sentido de las imágenes.

Pero si no existe saber del objeto en el lenguaje del objeto, la obtención de conocimiento sobre el mismo precisará el distanciamiento que inaugura la duración de la crítica, que deberá constituir al mismo tiempo tanto el lugar desde el que ella enuncia acerca del objeto como el objeto en cuanto tal.

Por ello, para tratar de las imágenes de lo andaluz como tales, es necesario el discurso que enuncia desde el lugar de la crítica, que reposa en riña especular con el objeto, habla en otro idioma y no propone nuevos desarrollos de lo que aún aspira a conocer. Un libro de crítica literaria no será metapoesía, sino crítica literaria: el libro del profesor Miguel Ángel García Melancolía vertebrada opera de este modo con las imágenes literarias de lo andaluz, sin alegatos ni pasiones.

Ahora bien, diversas teorías construirán de diferente modo la relación de aquello que la imagen representa con la existencia separada de su referente.

Melancolía vertebrada considera las imágenes de lo andaluz como representaciones ideológicas. Se inscribe así en la tradición marxista. Es decir, las imágenes literarias de lo andaluz forman parte de una superestructura ideológica que supone una contradicción de clases en el nivel de las ineludibles relaciones de producción de la vida que, precisamente, como representaciones ideológicas, éstas se afanan en eludir. Las imágenes literarias de lo andaluz no serán expresiones de lo real ¿andaluz? sino productos consumados cuya lógica inconsciente y cuya relativa inmanencia (si la ideología sólo es exterior) Melancolía vertebrada estudia.

De tal estudio puede concluirse la existencia de una disputa en las sucesiones de las imágenes literarias de lo andaluz.

Así, la ideología ilustrada desdeñará un cierto casticismo andaluz con el propósito de homogeneizar España con la Europa de las Luces. La ideología pequeñoburguesa del romanticismo, temerosa de los nuevos horizontes amenazadores para su posición, replicará asumiendo en tal casticismo su pequeño paraíso para la subjetividad herida por la modernidad gran burguesa; a su lado convivirá la nostalgia feudalizante que tematizará Andalucía de similar modo y hasta por antonomasia, caso de Chateaubriand. Por otra parte, un costumbrismo andaluz de orientación conservadora pretenderá en sus visiones andaluzas ejercer la pintura veraz de lo propio frente a los viajeros románticos, en defensa de estructuras sociales prontas a ahogarse en las heladas aguas del cálculo egoísta. Estas tres ideologías son responsables, grosso modo, de la Andalucía de las castañuelas, flexionada en cada caso con intereses divergentes.

Una primera línea de fuga es aportada por la ideología burguesa liberal del realismo literario, que pretenderá suprimir los estereotipos costumbristas y el colorismo en pro de una mayor sensibilidad a la cuestión social.

Sin embargo, el verdadero hecho de excepción que afecta a la ideología literaria de Andalucía, el más preñado de consecuencias, ha de referirse como punto de partida a la ideología pequeñoburguesa «espiritualista» del fin de siglo, que discurrirá sobre el «alma» andaluza interior con más o menos fasto modernista u orientalizante. La posterior ideología del regeneracionismo atenderá a una Andalucía trágica fuertemente inscrita en el debate sobre la europeización de España. Le seguirá la ideología andalucista, que figurará un discurso político-social de escaso éxito del que derivará a divagaciones estéticas sobre la identidad andaluza. Aún la ideología liberal modernizadora empleará los códigos estéticos de la vanguardia para la depuración de la imagen romántica del paraíso andaluz. Por último, cierto ideario de inspiración anarco-marxista comprometerá la imagen de Andalucía con la severa «cuestión social» que la región ha padecido secularmente.

Lo anterior abarca un arco temporal dilatado que va desde la Ilustración a los años 30 del siglo XX. Melancolía vertebrada, sin desdeñar incursiones aclaradoras en los territorios cronológicos que sean menester, concentra su lupa exhaustiva en el periodo que arranca de la inversión finisecular de la imagen de la Andalucía alegre. Una Andalucía triste, interior, espiritualizada ocupará su lugar en decidido negativo del lugar común romántico.

La conocida imagen de la Andalucía de castañuela nunca ha pasado de ser un tópico turístico o, en el mejor de los casos, una coartada para la defensa de intereses oligárquicos ligados a la estructura de la propiedad de la tierra. Su juego literario, abundante, ha sido pobre. Cierta burguesía liberal, con Clarín a la cabeza, producirá visiones discordantes en favor de una deseada estética andaluza más verdadera, con asunción de los postulados del realismo. Esta línea ideológica quizá haya encontrado su mejor descendiente en las aludidas propuestas anarco-marxistas, como la de los hermanos Caba, que ven en Andalucía el escenario de una tragedia social popular, admitiendo el discurso de la lucha de clases. La preocupación social también se hace expresa en los ejercicios de andalucismo de Blas Infante pero, desdeñado tanto por las oligarquías de la región —desinteresadas de la posibilidad de blandir el concepto de nación en la pugna por sus intereses—, como por las clases trabajadoras —más cercanas a posiciones revolucionarias—, compartirá con Clarín la apertura al discurso de la esencia o el alma o la identidad de lo andaluz.

Esta ideología espiritualista o esencialista encontrará sus mejores valedores en los literatos y constituye el verdadero objeto de Melancolía vertebrada. En el contexto del cambio de siglo, Villaespesa, Juan Ramón Jiménez o Nicolás María López serán algunos de los autores donde podamos rastrear el discurso del alma de lo andaluz.

Alguien ha dicho que, para el simbolismo del fin de siglo, que reanima el romanticismo filosófico frente al positivismo realista, la categoría esencial es el alma y que el color del alma es la melancolía. En efecto, el granadino Nicolás María López es paradigmático al respecto. El autor de Tristeza andaluza (1898) recibe una especial atención en Melancolía vertebrada debido a su reterritorialización de lo andaluz como melancólico a partir de la extensión de calidades impresionistas tristes, que presume granadinas, a la imagen de la región entera. Los tópicos del ennui, del spleen, de la tristeza son atribuidos al alma granadina soñolienta y pasiva. Una oposición débil se configura así entre la Andalucía alegre, exterior y de cromo, cuyo eje pretende asignarse a Sevilla, y otra Andalucía triste, interna y verdadera que rondaría en los crepúsculos de la ciudad del Genil y el Darro, entre fantasmas nazarís del perezoso Reino de Granada.

Son seductoras las consideraciones de los clichés maurófilos finiseculares. El modernismo hispanoamericano asume un Oriente literaturizado a través de lecturas francesas de las que bebe estereotipos imperiales. El modernismo español dirigirá su mirada al Sur andaluz para un pequeño Oriente refinado donde volcar el ansia de una ficción edénica, trasunto de un imperialismo menguado.

Esta primera imagen de la tristeza andaluza (de estudio minuciosísimo en Melancolía vertebrada) es la inversión de la Andalucía de castañuela. Al mismo tiempo, es el reverso provinciano de las dinámicas regeneracionistas: éstas se flexionan sobre el tema de la voluntad, mientras que la tristeza andaluza recurre a la abulia. A su vez, el regeneracionismo es simultáneo a la producción de Castilla como referente trágico nacional por parte del discutido noventayocho —demos el nombre como mero estándar orientativo— que también se construye en oposición a la Andalucía de estampa de costumbres. El frente de la escena será ocupado por el castellanismo trágico, pero la espiritualización triste de Andalucía, ocurrida en un autor menor de la provincia y completada con la aportación de Sánchez Rodríguez y su Alma andaluza, tendrá fecundas consecuencias para el desarrollo de la ideología literaria. Esto será mediante la lectura de la referida Alma andaluza operada por Juan Ramón Jiménez. Modernista dariano por entonces y compañero de bohemias madrileñas de Villaespesa, encontrará en el alma triste andaluza un punto de apoyo tanto para su proceso de desnudamiento lírico como para la depuración universalista del andalucismo.

Este propósito del andaluz universal liga a Juan Ramón Jiménez con el Ortega de Teoría de Andalucía, cuya preocupación es aliviar lo andaluz de la «quincalla» de la pandereta —que en su visión incluye el cante jondo— y la renovación, a través del ideal vegetativo, del tópico romántico de la Andalucía paraíso. Similar tratamiento aparece en Cernuda o en Aleixandre.

Esta inquietud del universalismo andaluz, con fuertes inflexiones regionales que no descartan la mediación de los códigos estéticos de la vanguardia, encuentra en García Lorca, como es sabido, su cristalización más singular. De entrada, nunca renegará de un elemento a menudo denostado por los depuradores andaluces, como es el cante jondo, que no revelaría el carácter de lo andaluz, sino que, por antigüedad hierática, será apertura a una fuente de música supranacional. Además, la Andalucía trágica lorquiana parece poco compatible con el romanticismo depurado orteguiano del paraíso ambiente, donde el hombre vive en amena armonía casi cósmica por momentos con el entorno: Lorca la esgrimirá como arma en respuesta a la construcción de una Castilla antiandaluza por la generación precedente. Esto ha de entenderse como las varias modulaciones de la temática de la modernización o europeización de España elaboradas por los diversos grupos de interés, y es que no en vano Lorca responde a las necesidades de una pequeña burguesía regional diferenciada de la gran burguesía centropeninsular.

Lorca depurará su primera Granada-Andalucía orientalista atravesando el desvío de la tristeza andaluza y evitando Castilla. La persistente preocupación por el cante jondo, las teorías de su origen —que hablan de una remota genealogía oriental no maurófila— aportarán los materiales para la Andalucía trágica del llanto y de la pena negra, aprendida la lección de la vanguardia.

En Diván del Tamarit, Lorca practicará un orientalismo estilizado para la conciencia trágica de la crisis de la modernidad burguesa. Cumplirá así las directrices generacionales de depuración de lo andaluz hacia lo universal, entroncando con el propósito deshumanizador de Ortega, sin soslayar referencias andaluzas, como sí harían compañeros como Salinas y Guillén, sino desplazándolas y renovándolas. Desarrolla de este modo la vena romántica orteguiana del paraíso perdido andaluz —Granada es la ciudad de la pérdida— para acercarlo a la modernidad. En este sentido, cabe retomar el sintagma lorquiano que da título al estudio del profesor Miguel Ángel García, «melancolía vertebrada», para subrayar en Lorca la empresa de naturalización de la ideología de la Andalucía triste, así como su adaptación, estructurada o vertebrada por la disciplina fría y antirromántica de las vanguardias, para su problemática alianza con la burguesía liberal de los años 20 y 30, prolongando una inflexión regionalista de la ideología romántica y del simbolismo en un nuevo contexto de fragilidad de las aspiraciones de la pequeña burguesía.

Estas valiosas reflexiones nada evidentes —como cualquier reflexión—, junto con diversas incursiones en el romanticismo y la posguerra, llenan el demorado decurso de Melancolía vertebrada. El lector no encontrará en sus páginas la Teoría de Andalucía que no se proponen enunciar, sino la orientación benjaminiana de que todo documento de cultura es documento de barbarie, aplicada al discernimiento de un objeto cuya literalidad ideológica invita al discurso ideológico. Al respecto, Melancolía vertebrada ha sabido ejercer lúcida reflexión distanciada. Invitación a su lectura.

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