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EGM.
marzo 2015 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 16, marzo 2015.

La hermosura doliente del mundo en doce cuentos

Rubio Tovar, Joaquín. Se murió de Mozart. Jaén, Universidad, 2011.

 

Enrique Nogueras Valdivieso [*]

Hace ocho años, en el número inicial de esta revista, dediqué una reseña a El dolor de las cosas, primer libro de relatos de Joaquín Rubio Tovar. Ahora, publica una segunda colección y me parece igualmente necesario dedicarle unas palabras. En estos años han aparecido también dos deliciosas novelas, a medio camino entre la ficción policiaca y el realismo fantástico y tan llenas de poesía como de ironía: El sueño de los espejos (Madrid, Ediciones La discreta, 2007) y Alguien envenena a los pájaros (Madrid, Ediciones La discreta, 2011) surgida prácticamente al mismo tiempo que el libro a que me quiero referir y que merece el calificativo de más que notable. En la estela de otros muchos narradores contemporáneos Joaquín Rubio Tovar ha iniciado la creación de un universo propio (paralelo un tanto sarcástico del nuestro y así honda y críticamente hundido en la realidad social) y ha definido nítidamente un personaje de idiosincrasia tan genuina como entrañable (o, en la jerga al uso, «tan auténtico»): el (ex)subcomisario Carrasco, quien sin duda podría competir con éxito —aunque no es este el designio que mueve a su creador— con la legión de detectives que se repiten en nuestras librerías y a la que inevitablemente viene a sumarse. Así, con rapidez, se ha consolidado la figura de escritor de quien hasta el momento era conocido sobre todo como romanista y musicólogo, profesor y traductor.

Mucho, si no todo, de cuanto escribí en su día sobre la anterior colección, podría sin más repetirlo ahora. Este libro me parece tan hermoso como aquel: dejando aparte la sorpresa inicial que me produjo encontrarme con tan inesperada joya entonces, no sabría decir a ciencia cierta cuál de los dos me gusta más. Los nuevos cuentos de Joaquín Tovar conservan la misma sorprendente belleza, la misma calidad lírica un tanto enigmática, el amor a la naturaleza y su descripción cuidadosa, el entusiasmo por la música o sin más el respeto por la belleza del mundo, la transfiguración de la realidad cotidiana que deviene de pronto en mágica en estas páginas elaboradas con un cariño y un mimo por el lenguaje que no nace, o no nace solo, del filólogo sino del poeta, pues poesía rezuma este libro, tan lejos sin embargo de tanto poema en prosa plúmbeo y abstruso como hoy se publica. Los relatos que componen Se murió de Mozart son en el mejor de los sentidos del término cuentos y están excelentemente contados. Y, admirablemente escritos, tienen algo del encanto y la frescura de las viejas historias que tan bien conoce su autor, quien, como siempre, no deja de aludir a ellas de cuando en cuando.

En 2007 califiqué El dolor de las cosas de «especie de bestiario postmoderno». Ahora preferiría decir que el mundo de Se murió de Mozart es un mundo sencillamente amoderno. Un universo al margen de una modernidad fracasada y desoladora y de su corolarios postmodernos del capitalismo salvaje en que sencillamente se instalan sus personajes, muchos de los cuales preservan o acaban recuperando (a veces demasiado tarde) espacios de pureza y humanidad, de ilustración y humanismo donde todavía es posible resistir sin violencia, instar con firmeza y melancolía y una ironía entre amable y dolorosa en el misterio de la existencia, de la vida y la muerte, con la sencillez misma con que las cosas, según la aristotélica sentencia, perseveran e insisten en su ser. Rubio Tovar instaura en sus cuentos una realidad purísima de puro conocida, mágica de puro cotidiana. Una realidad poblada de santos mundanales y anónimos, figuras entrañables y seductoras, desde el director de orquesta de pueblo que directamente ignora la posibilidad de triunfar en Nueva York, al cura obrero que muere dulcemente acompañado por la música de Mozart, al ejecutivo «converso» que se retira en un pueblo perdido, al enamorado que por encima del tiempo o la distancia ofrece su corazón a su amada en un conmovedor relato que particularmente me toca y que parece transfigurar algún relato medieval. Escribiendo estás líneas me viene a la mente la ocurrencia arbitraria quizás pero que no me resisto pasar por alto: muchos de estos relatos son una suerte de milagros medievales trasladados a nuestro mundo inmediato. Milagros de cada día son cada una de estas historias, milagros inverosímiles a fuerza de ser naturales y explicables, milagros tan prodigiosamente plausibles como inusuales. Un reconocimiento expreso y tácito de la hermosura dolorosa y trágica del mundo.

Se murió de Mozart es un conjunto de relatos memorables, profundamente bellos y a veces terribles. Creo sinceramente que las páginas «Enhorabuena, señor director» están entre las mejores que se han escrito en castellano sobre el Holocausto o el nazismo y sobre la responsabilidad moral de los intelectuales. Como en toda colección de milagros, aquí también se trata de la culpa y la expiación. No es un libro de historias felices (salgo excepciones, como «Los límites del mundo») pero quizás sí de historias serenas (en su mayoría). Un «espejo» donde se refleja una realidad social devastada cuyos protagonistas aparecen siempre tratados con comprensión e incluso con irónica benevolencia. La variedad temática y argumental de relatos no se contradice con la unidad de su estilo y la poderosa pero tranquila fantasía de la que nacen. Los protagonistas de esta obra son músicos, ejecutivos, sacerdotes obreros, escritores de éxito y donantes anónimos, escritoras fracasadas, adivinas, grandes economistas y modestos contables y profesores, no podían faltar profesores, como su autor, que en el último relato del libro ha trazado, además de una bellísima historia, un retrato certero y aciago del mundo universitario. Personajes todos ellos con algo de emblema y alegoría y sin embargo profundamente verdaderos, tan «de carne y hueso» que podrán ser nuestros vecinos.

Un ejercicio de estética que es también como toda gran literatura un ejercicio de ética; este es en realidad un libro sobre la redención o sobre la posibilidad de ella. Una advertencia sobre lo que debe ser recordado, aunque casi siempre lo recordemos tarde. «Soy desgraciado porque nací, feliz pues he vivido». Lo escribió uno de nuestros mejores poetas. Se murió de Mozart me ha traído muchas veces a la memoria ese verso. Aunque no sé, después de leerlo, si invertiría los términos de la proposición.

[*] Universidad de Granada

Contacto con el autor: enoval@ugr.es

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