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EGM.
septiembre 2012 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 11, septiembre 2012.

GARRIDO, Carmen (2011): Garum, Madrid: Editorial Devenir, Premio Nacional de Poesía «Fundación Cultural Miguel Hernández» 2011.

 

Juan Carlos Abril [*]

 

Garum, de Carmen Garrido (Fernán Núñez, Córdoba, 1978), remite en primera instancia a la famosa salsa romana, una mezcla sabrosa elaborada con entrañas y restos de diversos pescados, muy especiada de la Antigua Roma. Por eso la primera parte se titula «Liquamen (Las entrañas)», porque a partir de ahí se plantea una particular conjugación narrativa —con un lenguaje no exento de visceralidad— donde se da cita una profunda reflexión sobre las relaciones humanas, comenzando por las propias preocupaciones e inquietudes subjetivas, en un relato donde destacan sus versículos heridos e hirientes, de alta profundidad humana, donde se pone en marcha un singular recorrido existencial por las emociones del sujeto poético. Pero en segundo plano hay que señalar que lo que se presenta como superficial es en realidad interioridad, leyéndonos en nuestras contradicciones. El desgarro pasional y catártico al que llegamos con la lectura de este libro evidencia esa mezcla, humus o sustancia corporal, materia que nos compone como seres complejos y poliédricos, mezclados, sazonados y aliñados desde distintos elementos temáticos, estilísticos y lingüísticos.

Garum es, por tanto, una mezcla, pero no una cualquiera, sino la mezcla por antonomasia, no un totum revolutum sino una selección de ingredientes, una composición que surge de una particular mirada del mundo donde se aúnan las entrañas de los hombres —particularmente las mujeres— y de la tierra, juntándose lo conocido y lo misterioso, lo que podemos nombrar y lo que apenas intuimos. Las entrañas o las vísceras, también podríamos decir, porque en general ese mundo de la interioridad remite en multitud de ocasiones al sesgo femenino de nuestra existencia, como pueden ser, y como representan esas «Cariátides» (pp. 15-19) que sostienen el edificio en el que deambulamos, en el que vivimos y existimos. Con ese primer poema, «Cariátides», se abre un libro dividido en dos partes y jalonado por poemas de largo aliento, once en total, que responden a diversas inquietudes pero que pertenecen a una misma voz unitaria y sostenida a lo largo de todo el poemario. «Cariátides» es una evocación y al mismo tiempo una elegía, un homenaje al mundo rural. Hay una mezcla surrealista en este poema y en casi todo el libro, una mezcla que bien podría acercarse a cierto Federico García Lorca de Poeta en Nueva York, irracionalista, expresionista, que mete en la coctelera del «texto» —como una noción amplia donde se dan cita multitud de elementos— todos aquellos fragmentos de lo más heteróclito que el poeta tiene la capacidad de manejar. Y ciertamente Carmen Garrido aúna en estos versos sabiduría y estilo, con un toque de culturalismo y un toque de prosaísmo, de realismo incluso sucio a veces (cierta visceralidad, muy en consonancia con esas entrañas tan presentes en toda la obra, como un lenguaje desgarrado), con elementos líricos y experienciales que van enmarcando en el poema en un cúmulo de referentes de lo más variopinto.

Cada mañana miro sus epidermis color posguerra,
esas arrugas, como tajos,
donde araban los yunteros,
aquellos hombres de brazos morenos
y alma revolcada en la mies, de tanto trabajarla.
Por cada surco trazado, un hijo, parido con entrañas rotas,
boquitas amamantadas
por las mondas de las patatas chicas y revenidas,
alguna lata de atún de estraperlo
para el flujo de la leche agria.
Dulces mujeres de Vermeer.
(p. 15)

Así comienza el poemario y así comienza este primer poema que nos exigiría una lectura detenida de aquel «pequeño mundo antiguo», recordando la magnífica novela de Antonio Fogazzaro, que ya no volverá y que ha desaparecido definitivamente de nuestra geografía, y del que un día —una vez— formamos. Se establece desde este primer momento del libro una distancia entre el campo y la ciudad, una distancia inversamente proporcional a la centralidad que luego desarrollará la ciudad como urbe, como núcleo urbano en el resto del libro (serán numerosos los poemas que se ambienten en espacios urbanos), pero que desde el primer poema nos situará a través de una mirada extrañada y a veces incluso alucinada, llena de bizarría. Esos poemas urbanos y de lenguaje altamente estilizado, ultramoderno, pero también posmoderno, urbanita o cosmopolita, que traspasan la propia urbe para convertirse en «ciudadanos del mundo», no solo están escritos por alguien que proviene del campo, sino que sólo pueden ser entendidos por el que en la ciudad se pone en el lugar del otro, sea de donde sea, convirtiéndose en un exiliado, en una suerte de nómada que va deambulando por diversos territorios (lo cultural, lo histórico, lo específicamente físico y geográfico también, etc.). Porque ser del campo, en este sentido, es pertenecer a otro lenguaje y a otra cultura distinta a la hegemónica de la ciudad. Se trata en el fondo de ser otro —la visión dialógica de la mujer— en aquel lugar donde se unifican las miradas y donde no se aceptan diferencias: la ciudad homologa y nos convertimos en masa, anónimos individuos sin que nuestro nombre o historia importen a nadie. De ahí que el poema «Semblanza de ojos verdes» (pp. 35-38) aborde el tema de un encuentro con una desconocida en la calle, y a partir de una sola mirada que nos llama la atención en el tumulto y en las muchedumbres, podamos vislumbrar, si no a la humanidad, sí al menos esa parte nuestra en la que nos reconocemos con el otro:

Yo me sentí el ser humano más torpe.
Desde entonces,
sé que los iris color chocolate
hablamos con palabras,
tan humanos ellos,
y los ojos verdes narran en el silencio de su luz
y hay que acercárseles con delicadeza.
(p. 37)

Para concluir quisiéramos simplemente reseñar que en la segunda parte del libro, titulada «Hallec (El infierno a tres pasos)», destaca sobre el resto de composiciones el largo poema «El barquero» (pp. 50-55). Posee esta parte un contrapunto tanático que funciona como resorte en el conjunto de la lectura de esta escritura «total» que mezcla sin complejos y con sabiduría lo alto y lo bajo, lo de un lado y lo de otro, elementos antagónicos y, en general, recicla el lenguaje, elaborando un conjunto acabado y de alto valor, innovando, que recomendamos vivamente. Garum es un libro muy interesante y que nos ha dado algo, en el conjunto de la poesía española actual, que agradecemos. La poesía española de la última década está viviendo un repunte vanguardista mezclado con la referencialidad, y en ese sentido la propuesta de Carmen Garrido hay que tenerla en cuenta, por la originalidad y por la autenticidad.

[*] Universidad de Granada.
Contacto con el autor: jca@ugr.es

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