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EGM.
marzo 2017 /
Publicación semestral. ISSN:1988-3927. Número 20, marzo 2017.

Abril, Juan Carlos (2016). Esperar es un camino. Antología poética (1997-2016). San José (Costa Rica): Editorial Casa De Poesía.

Danilo Pérez Zumbado

Danilo Pérez Zumbado

 

Conocida la formación académica del autor, el carácter del texto y la alta calidad de su poesía, no resulta fácil, en pocas palabras, abordar con propiedad Esperar es un camino. Antología poética (1997-2016). Comentar una obra poética es un riesgo y una facilidad. Riesgo porque no siempre se precisa el propósito último de su creador (pues la poesía no constituye en un simple calco del mundo), y facilidad porque su condición interpretativa múltiple permite a cada uno tener su propia versión de aquella. Procuraremos aportar algunos elementos que sirvan al entendimiento de su forma y de los vastos sentidos que transmite.

La antología está integrada por cuatro partes procedentes de varios libros previos, a saber, poemas de Un intruso nos somete (1997), El laberinto azul (2001), Crisis (2007) con dos secciones, «El deshollinador» y «Deja aquí la esperanza», y finalmente Poemas de un libro inédito.

Responde la antología a la versificación clásica. Y sin el ánimo de someterla obsesivamente al scanner de la métrica, paso a identificar algunas constantes de las formas que sostienen los poemas.

Los poemas de Un intruso nos somete y de El laberinto azul despliegan un predominio, no calculado, de versos heptasílabos (7) y endecasílabos (11); aunque otras medidas comprueban la variedad métrica de los textos. El predominio mencionado colabora en la estructura interna, pues desencadena holgada y sostenidamente la temática que pretende transmitir. Por otro lado, el juego balanceado y rítmico de los signos de puntuación, contribuye de forma notable en esa dirección. Extensión métrica y puntuación se confabulan a favor de una cadencia que conjuga hábilmente la riqueza de conceptos e imágenes.

Otro aspecto: la extensión de los poemas, en ambos apartados, oscila entre 20 y 25 versos (con excepción de dos poemas), de manera que se dispone de una prolongación relativamente amplia para exponer la trama de representaciones y conceptos. Algo distinto sucede con los poemas de Crisis, dividido como decíamos en dos apartados: «El deshollinador» y «Deja aquí la esperanza»; la métrica se concentra, primordialmente, en poemas eneasílabos (9) y endecasílabos (11 sílabas), haciendo también la salvedad de otras distintas. Estos poemas se diferencian de las primeras partes por la extensión. En «El deshollinador» hay un promedio de seis versos y en «Deja aquí la esperanza» de diez. Son cortos y contenidos que requieren mayor síntesis para expresar su sentido.

La parte final, titulada Poemas de un libro inédito, dispone cuatro poesías que recurren a una amplia variedad métrica y constituyen creaciones de mayor aliento en las que el autor desenvuelve con holgura, en tiempo y espacio, las temáticas que lo animan, a modo de pasión, y que aquí vamos a intentar explicar.

Me atrevo a preguntar si estas apreciaciones tendrán algo que ver con la afirmación del jurado del Premio Manuel Alcántara del Ayuntamiento de Málaga, cuando sostuvo que el poema «Ave Félix», con el cual obtuvo dicho premio en 2011: «tiene una ingeniería muy bien trabada» que permite «muchas relecturas».

Entrando a sus contenidos, encontramos en los poemas de Un intruso nos somete una constante medular: el tiempo. No como cuantificación de minutos o segundos sino como experiencia vital. El yo poético se instala en el tiempo, como el paso inexorable de la vida, que deja huellas congeladas y se debate entre el sueño y la realidad. En «La vigilancia», la noche, a pesar de la generosidad de su aroma, expresa sus filos, estimula el engaño (a partir de los sueños que propicia), y cierra el ciclo por donde todo huye. Así la infancia, como espacio vital, irrumpe en varios poemas, como expresión de calidez y seguridad pero enfrentada a la dureza del mundo que se impone y traiciona. En «Hansel y Gretel», la infancia es la acequia, «curso entretenido de la vida», pero en la cual no todo es entendido, quizá por la fabulación que deriva en interrogantes y ansias. Por eso en la adultez se la evoca como el bosque en que nos perdimos. La imagen más cruda del tiempo se expresa en el poema «Lot», donde el acontecimiento de algo que se pretende mirar queda congelado, como cuando se mira «con los ojos pegados al cristal». Revivir es entonces un riesgo por la grave impresión que causa reconocer que el recuerdo se desvanece y el presente se vuelve inevitablemente pasado. En medio de la desazón aparece sitio para la esperanza a partir de los sentimientos y la canción en la soledad. El mundo es un lugar duro, en donde vibra el dominio de la espada. En «Venganza», la invasión violenta dirigida contra los otros es excusa para la indiferencia y la comodidad individual. En resumen, el pasado, como estación del tiempo, se enlaza con el presente para volver los ojos sobre lo que fue fabulación y engaño, donde podemos caer en la parálisis, pero también donde se reconoce la posibilidad de la esperanza y el arrepentimiento como propone «El gigante egoísta», donde el hombre viejo, desde el fondo de su tiempo muerto, reconoce la belleza de la vida y su propio pecado para gritar «las últimas palabras de su arrepentimiento».

En El laberinto azul, de nuevo la constante es el tiempo, solamente que acompañado de poderosas imágenes del amanecer (universo de la carne), mediodía (que desvanece) y crepúsculo (la sombra inevitable). Así el tiempo es transición impuesta por la naturaleza del mundo y surtida de espesos sentimientos. Tres poemas, en este marco, sin embargo, anuncian distintivamente la presencia del nosotros, como pareja, «Encuentro», «Maternidad» y «Legenda», el primero como cópula (que se distancia de la soledad y placer de la carne que se encadena), el segundo como el descubrirse adentro de la otredad en un diálogo «que permite olvidar lo gris del mundo»; en este poema, emerge la «ofrenda de la luz» ante lo podrido del mundo; y en el tercero, compartir el amanecer donde se produce la reflexión sobre la vida y la muerte. Otros poemas, sin dejar de lado el ligamen con las temáticas dichas, apuestan por la creación a partir de la palabra. «Galope» es la luz, el vacío y el deseo que se materializa en poesía. «Atribución» es el poder de la palabra, la que hace posible la verdad a partir de pan, amor y carne. Pero también, en «Sagrado corazón», se advierte sobre la vaciedad de la palabra, «no hay nada en las palabras», dice el poeta y aconseja no dejarse arrastrar por lo fugitivo para hacer posible el reconocimiento de los rechazos y las negativas. Pero, contrario sensu, el poema «Espacio» reivindica la poesía como posibilidad, aún frente al riesgo de verse arrastrado por el mundo, la diversidad y la evitación del caos. En esta línea poemática se halla siempre la intranquilidad del poeta, dado el frenesí del tiempo y la rudeza del mundo, pero apelando a imágenes potentes de la naturaleza y el ser humano (la juventud, madurez y vejez); la tierra como sitio mítico donde igual están los «recuerdos luminosos» como los «cuerpos arrasados» pero esgrimiendo la juventud (¿acaso la esperanza?), como el crecimiento a pesar de lo insondable.

En «El deshollinador» del libro Crisis, el sujeto, en medio del dilema de la luz y la tormenta, se inclina hacia la creación a partir de la palabra: la «Diseminación» del humo como poemas multicolores; el «Mediodía» que inyecta espirales en las palabras; la «Industria» que de la arcilla guarda la luz de la gramática y luego, el viaje que aunque discontinuo crea otra canción.

En «Deja aquí la esperanza», también de Crisis, el poeta regresa al mundo ácido, oscuro, podrido, contaminado para buscar la simpatía «en la corteza de los árboles», y asimismo retorna al tiempo al recordar el pasado, como lo vacío y lo que envejece; es el camino a la primavera (el renacer), que solamente es posible si nace de la profundidad (¿de ese mismo mundo podrido?). Sí, la primavera, hecha fuego, como vencedora de las tinieblas. Entonces, es el bosque (en el dilema del otoño y la primavera), el escenario (polen, árboles, «dragón mosca», hojas, seres vegetales, gusanos, telarañas, ortigas y espinos), donde acontece el desafío de la vida y la muerte, de la esperanza y la derrota, en el ineludible vector del tiempo que se avecina y se disipa. Y es allí donde se deja la esperanza (¿se deja como olvido o se deja como posibilidad?).

Los Poemas de un libro inédito tienen un eje central: la construcción del amor en la telaraña del miedo, la esperanza y la virtud de la palabra como vehículo de la realización poética. «Un moderno dragón» toma el símil del tren para decir del pasar del tiempo (la vida) que deja e imprime significados de personas y ciudades. Un viaje donde el yo poético no sabe de dónde viene ni a dónde va. Entrampado entre dos mundos; nacimiento-muerte. Y de tal dilema, surge la amistad como el recurso para sostenerse.

«Esperar es un camino», que da título a esta antología, es el juego del amor, del ir y venir de la pareja. Es la corriente emocional y sentida que transita del trópico hasta tierras europeas. Es el intercambio de dudas, certezas, interrogantes, dependencias, obediencias, sentimientos y desamores que se intercalan, entre ambos amantes, para ir descifrando la posibilidad de su historia. Y en el trasfondo, como una escenografía, las ciudades. La ciudad de aquí que se reconstruye (¿cómo se reconstruye el amor?), la ciudad que es desilusión y depredación, la ciudad que es un cúmulo de ruinas. ¿Cuál ciudad? En todo caso, es la ciudad a donde llega el yo poético hasta la puerta de su amada. Es la batalla del amor que pide treguas, por eso es necesario esperar pues ese es el camino.

«Ave Félix» es el poeta en su rito de creación, abalanzado en el tiempo, consumido en el mundo «bajo este cielo rojo», debatiéndose en los recuerdos de la amada, allí él, trasegando su propio tiempo, inundado de sus propios mitos, aterido en su mismas ilusiones, tristezas, palabras y contradicciones (porque «mañana no querré pensar en ti»). El poeta ardiente con sus propias ansias, «queriendo ser lo que quería» y la musa como el jalón para alcanzarlo. Él recreando viajes desde el aposento de su creación, intentando un viaje de palabras. Y con él la esperanza «al alcance de la mano».

«Arpa al rescate» es el viaje que busca otro sitio, no para arrepentirse, sino para dialogar con la musa. En ese intento, se requiere estar limpio de desafectos, de naufragios. Y en esa odisea, está «la música que en ti sonaba» o el «cocodrilo acechando», eso es Europa, hacia donde ella camina, para reunirse, en el dilema de la atracción y el miedo. Sin darse cuenta que lo que buscaban ya lo llevaban dentro. Y mientras ella llega, el poeta espera ante la sencillez de la «imagen de un árbol».

En resumen, Juan Carlos Abril nos abre un libro, no para acceder a la lectura fácil, sino para enfrentarnos con tiempo y paciencia a motivos espesos, tensos, hondamente humanos, muy bien decantados en el yunque del oficio poético; que nos permite, por medio de imágenes enérgicas, descripciones condensadas y desafiantes, conceptos entrelazados con el fuego de los sentimientos, alcanzar el misterio y el deleite de la poesía como el lenguaje del todo y de la nada. Poesía que como él mismo afirma en una entrevista al Diario Jaén del 21 de agosto de 2014, nos hace «sentir, emocionar» de manera que «el lector se sienta cercano a ese texto»1.

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